Agradecido y comprometido

Me gustaría encontrar las palabras para poder trasladar la profunda gratitud que siento y la emoción auténtica, que no retórica, al haber recibido este premio y, sobre todo, al haber escuchado las mucho más que generosas palabras que se han dicho con respecto a lo que yo he podido hacer a lo largo de mi vida personal y, afortunadamente, a lo largo de mi vida política con ese instrumento formidable de la transformación de la realidad que es el ejercicio de responsabilidades de gobierno.

Y digo que es emoción sincera porque me han venido a la cabeza muchos recuerdos, una memoria que nunca se acaba de apagar del todo, de lo que ha significado hace tantos años una relación con los protestantes y con las minorías. Una lucha por la tolerancia, una convicción de que la diversidad nos enriquece, y desde luego, una militancia activa en excluir cualquier tipo de discriminación.

Pero eso que se ha recordado es por aquellos con quienes tuve la inmensa fortuna de construirlo, porque nada puede hacerse si no es participado por sus protagonistas, y es algo que tengo que decir que me emociona y así lo agradezco.

Que el nombre del premio, Miguel de Unamuno, ese auténtico santo laico que tuvimos en España, un hombre que supo ser amigo del protestantismo y que probablemente -como aquí se ha recordado acertadamente por el profesor Monroy- en su exigente introspectividad, no fue en modo alguno ajeno a la sensibilidad, es un elemento de especial emoción y distinción.

Esta es la octava vez que se concede este premio, lo que acredita el arraigo, la notoriedad que esta distinción empieza a tener. Pero el hecho de tener el nombre de Unamuno creo que nos obliga absolutamente a todos.

Se ha recordado que Unamuno se interesó por la Reforma y los protestantes. Y lo hizo en un momento difícil. Nunca han sido fáciles los momentos para las minorías religiosas en España, pero fue especialmente duro cuando él lo tuvo que hacer, cuando cultivó la amistad personal con ellos, cuando tuvo relación con personas destacadas del protestantismo español, como fue el pastor salmantino Atilano Coco, cuando lo hizo desde una convicción de que merecía la pena conocer para aprender y expulsando cualquier cerrazón, que es la que habita entre aquellos que se creen en la posesión de la verdad.

Curiosamente, la tolerancia va acompañada siempre de esa inteligencia de saber que nunca puedes estar en posesión de las verdades, ni de las absolutas ni de las relativas, y por eso paradójicamente también en esta vida he tenido ocasión de descubrir que los más dogmáticos son precisamente los más intolerantes, porque le tienen miedo al diálogo y porque le tienen miedo a abrir su cabeza a argumentos y razonamientos diferentes.

No fue el caso de Unamuno, un hombre atormentado por el hecho religioso. Yo modestamente, a las recomendaciones de autores y lecturas dadas por el profesor Monroy, me atrevería a sumar el consejo de la lectura de un libro pequeño, una novela, San Manuel Bueno y Mártir, donde cuenta el relato de un cura católico que no creía en Dios, pero que sin embargo su ética y su amor por los demás le llevó a llevar su ministerio hasta el final, no por la fe, sino por la generosidad y por compromiso con sus conciudadanos.

La diversidad religiosa y el protestantismo no son hechos nuevos en nuestro país. Nos podríamos remontar a aquellos primeros focos de Sevilla y Valladolid, donde la Reforma trató de arraigar y fue sofocada. Esto es un hecho histórico, y el hecho de que fuera sofocada significa, evidentemente dos cosas: una es que existió, y que tenía fuerza y pujanza; y otra, que en ese caso la intolerancia instalada en las autoridades de entonces de la nación no quiso aproximarse a lo diferente, no quiso enriquecerse con la diversidad y prefirió refugiarse única y exclusivamente en el dogmatismo de una creencia de la soledad.

También es verdad que la España de hoy garantiza plenamente nuestras libertades, entre ellas la libertad religiosa. Y esto es importante que sepamos que, siendo un logro histórico -no solamente en nuestra Constitución y en nuestra Ley de libertad religiosa hecha dos años después- no es suficiente.

No nos podemos conformar con nuestros textos legales nos marquen y nos reconozcan una serie de derechos si después la vida cotidiana no hace normal aquello que el legislador constituyente quiso que lo fuera.

Y ahí es donde tenemos un camino que recorrer, que seguir recorriendo. Yo me siento extraordinariamente orgulloso de que se haya recordado aquel convenio marco entre la Comunidad de Madrid y los evangélicos, que es verdad que contribuyó a normalizar la realidad del protestantismo entre la sociedad madrileña. Es verdad -y todos tenemos que estar profundamente orgullosos de ello- que fue secundado en muchas comunidades autónomas. Pero no es menos cierto que, evidentemente, nosotros ahora tenemos que ser conscientes de que tenemos que seguir recorriendo ese camino. Que los logros en la vida no son absolutos, y que el hecho de pensar que actitudes intransigentes y excluyentes pertenecen exclusivamente a nuestro pasado nos podría hacer correr el riesgo de no darnos cuenta de que es precisamente porque defendemos con ahínco estos valores por los que las hemos conseguido apartar, esperemos, definitivamente, expulsar de nuestra sociedad.

Por eso actos como este cobran un valor especialmente importante. Si algo pude hacer como Presidente de la Comunidad de Madrid, si algo más pude hacer como Alcalde de Madrid, mucho más quiero hacer como Ministro de Justicia.

Es el ministerio de Justicia el que tiene la competencia de la relación con las confesiones religiosas, y la presencia del director general en este acto así lo confirma. Yo quiero comprometerme a que el impulso que hemos dado a la Comisión asesora de libertad religiosa, ajustándola a la realidad del hecho religioso actual en nuestro país, que el trabajo que hacemos desde la fundación Pluralismo y Convivencia como una herramienta clave de la normalización del hecho religioso, y que el Observatorio del Pluralismo Religioso, que es una iniciativa del Ministerio junto a la Fundación y la Federación española de Municipios deben ser los instrumentos en los cual apoyemos para poder alcanzar estos objetivos.

Hay mucha generosidad en este acto. Voy a contar una anécdota que no sé si en sus estudios el profesor Monroy la sabrá, pero les puedo asegurar que es rigurosamente cierta. El Rey Alfonso XIII, una vez en el Palacio Real, le dio una distinción a Unamuno. Y Don Miguel, cuando hizo uso de la palabra para dar las gracias, dijo: “Gracias Majestad, por este premio que tanto me merezco”.

Cuando después se quedaron tomando un vino, el rey se le acercó y le dijo: “Don Miguel, la verdad es que me ha extrañado mucho su discurso, porque el resto de los catedráticos, cuando les damos un premio, siempre dicen 'muchas gracias por este premio inmerecido'”. A lo que don Miguel replicó: “Bueno, es que en el caso de ellos tienen toda la razón”.

Yo soy de los catedráticos, de los que no lo merecen, de los que con toda sinceridad me siento regalado por tanto afecto y por tanto cariño como el que se ha puesto aquí encima de la mesa. Pero voy a decir una cosa: yo soy como los catedráticos, pero quiero acabar siendo como Unamuno. Y si hasta este momento en mi vida no he hecho suficiente, quedo además de agradecido, hoy comprometido a que los valores que aquí se han resaltado, a que los objetivos que aquí habéis marcado me acompañen durante el resto de mi vida política, lo que dure, y desde luego, personal, hasta el último día.

Muchas gracias a todos.

Discurso del Ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón al recibir el Premio Unamuno Amigo de los Protestantes, el 5 de febrero de 2014.