Juan Goytisolo ha muerto en Marrakech este domingo. Premio Cervantes en el 2014, se despidió de la ficción con “Telón de boca” (2003), una novela en la que se enfrenta desesperanzado a la muerte de su esposa.
Ha muerto en Marrakech este domingo, 4 de junio, Juan Goytisolo. Premio Cervantes en el 2014, se despidió de la ficción con su novela, “Telón de boca” (2003), en la que se enfrenta desesperanzado a la muerte de su esposa, la escritora judía francesa Monique Lange. Su ausencia le puso como frente a un espejo, la proximidad de su propia muerte. Es un lamento con tres personajes: el narrador, Ella y un demiurgo que se hace pasar por Dios.
Viudo desde 1996, Goytisolo tenía 86 años y había sufrido un derrame cerebral hace dos meses. Había nacido en Barcelona en 1931, pocos días después de José Grau, mi tutor y maestro. Como él, recordaba los bombardeos de la aviación legionaria italiana, que dejaron un millar de muertos y varios miles de heridos. Entre los cuerpos que veía Grau sobre los camiones, enfrente de la carbonería de su madre, estaba Julia Gay, la madre de los Goytisolo –una larga saga literaria, que incluye al poeta José Agustín, así como a los novelistas Juan y Luis–.
Juan recordaba haberla visto salir desde la ventana de su cuarto, aquella mañana de 1938. Quisiera haberla llamado a gritos, para que no fuera de compras al centro de la ciudad. Su cuerpo tendido en el suelo, se aferraba al bolso con los regalos que había comprado para sus hijos: una novela rosa para Marta; las historias de Doc Savage y La Sombra, para José Agustín, muñecos de madera para Luis: y un libro de cuentos ilustrados, para Juan. Los niños tardaron dos días en saber la verdad.
En la casa familiar de Bonanova se prohibió la palabra “madre”, pero su vacío late en los versos de José Agustín (1928-1999): “Pero tu nombre sigue aquí, / Tu ausencia y tu recuerdo / Siguen aquí / ¡Aquí! / Donde tú no estarías / si una hermosa mañana, con música de flores / los dioses no te hubieran olvidado”.
EN TIERRA DE NADIE
Juan devoró los libros de la biblioteca que dejó su madre. Incluían a Proust y Gide, pero también las obras de Elena Fortún (Celia, Cuchifritín), las aventuras de Guillermo, Julio Verne y Salgari –todos ellos, libros que leía también mi padre y todavía conservo–. Pasaba tardes en los cines de Sarriá y empieza a sentir la “atmósfera agobiadora” del franquismo. Quiere ser diplomático – “cualquier país me parecía mejor que aquel en el que había vivido hasta entonces” –, pero estudia Filosofía y Letras, a la vez que Derecho.
La persona y la obra de Juan Goytisolo han suscitado siempre cierta irritación en este país. Primero, porque estaba exiliado en París, por razones políticas, desde 1956. Es otro comunista desengañado, como Semprún. Trabajó como asesor literario de la editorial Gallimard, donde conoció a su esposa Monique, novelista y guionista de cine. De los quince libros que publicó antes de la muerte de Franco, sólo seis pudieron aparecer España, ya que estaban prohibidos desde 1963.
Lo que ocurre es que ya en la democracia, aunque había sido galardonado con los premios europeos más importantes, aquí no había recibido ninguno, ni público ni privado –hasta tener ahora, el Cervantes–. Goytisolo no había tenido nunca reconocimiento institucional alguno. No le han dado el Premio de las Letras, ni siquiera el de la Crítica. Su desarraigo y ruptura con la cultura española, han ido acompañadas al mismo tiempo, de una creciente fascinación por el mundo árabe, que le hizo finalmente establecerse en Marrakech en 1997.
El escritor se retrata en sus novelas y artículos, pero es en sus “Memorias” del 2002, donde mejor se describe: “castellano en Cataluña, afrancesado en España, español en Francia, latino en Norteamérica, nesrani en Marruecos y moro en todas partes, no tardaría en volverme a consecuencia de mi nómadeo y viajes en ese raro espécimen de escritor no reivindicado por nadie, ajeno y reacio a agrupaciones y categorías”.
CONTRACORRIENTE
Es ese aspecto apátrida y disidente, el que siempre me ha atraído de Goytisolo, además de la historia de su singular matrimonio –que conocí por medio de mi padre, que tenía casi los mismos años que él–. Cuando la prensa española le insultaba, la censura prohibía sus libros y el Partido Comunista le atacaba, descubre para colmo, su homosexualidad. Abusado en la infancia por su abuelo, la describe como “latente” en sus memorias.
Continúa con su esposa, hasta su muerte. La novela “Casetas de baño” narra cómo encajó ella, su homosexualidad. Era su compañera, confidente y cómplice. Conviven desde 1956 y se casan en 1978, permaneciendo unidos hasta su muerte, en 1996. Hay viajes, ausencias, infidelidades recíprocas, pero no pasan de atracciones fugaces. “Monique será también en el plano sexual, el centro omnívoro de mi vida”, dice: “el mundo amoroso se reduce a ella y la minúscula burbuja que nos encapsula”.
Su total independencia, rebeldía cultural y política, le ha hecho sentirse además, identificado con una larga tradición de heterodoxos, entre los que se encuentran los protestantes españoles. Esto es lo que le ha llevado a traducir y publicar los escritos en inglés de un cura sevillano convertido al anglicanismo en el siglo XIX, Blanco White. Su obra de hecho, como la del poeta exiliado Luis Cernuda, es fundamental para entender el pensamiento de Goytisolo.
Otra pasión curiosa del escritor, es su amor por Juan de la Cruz, siendo él, agnóstico. Su influencia late particularmente en sus libros “Las virtudes del pájaro solitario” y “En los reinos de taifas”. A pesar de no ser creyente, dice que su lectura le “procura un remanso precario de serenidad” en momentos de “extrema tensión”. Le considera de hecho, “el mejor poeta de nuestra lengua, una rara avis en Occidente”.
LA CERTEZA DE LA MUERTE
El autor de “Telón de boca” se preguntó si “su propia existencia, ¿no es ya el brillo falaz de una estrella extinta?”. Para Goytisolo, “esta es la triste realidad con la que nos enfrentamos”. Cuenta que aunque “hubo bastante amargura al comienzo de la redacción del texto”, al final simplemente cree que hay “lucidez”. Ya que en esta breve novela, de apenas un centenar de páginas, que le costó escribir seis años, se enfrenta al tema fundamental de nuestra existencia: la muerte, que en resumidas cuentas, es como decía Malraux, la que “convierte la vida del hombre en destino”.
En esta “ficción autobiográfica”, como la define el propio Goytisolo, “cuando la vida entra en la literatura, se convierte ella misma en literatura”. Como el autor, el narrador dice que “él no había querido nunca tener descendencia, asumir la responsabilidad de una existencia abocada a una irremediable condena”. Ya que si Goytisolo no quiso tener hijos, no fue por su homosexualidad –que ha mantenido a la vez que su matrimonio–, sino por ese profundo pesimismo existencial que asola toda su vida. “Ella entendió muy bien ese deseo mío de no querer prolongar de alguna manera el desastre”, dice Juan sobre Monique.
Esta no es una novela convencional. Parece más bien un poema en prosa, pero con un argumento. En este libro, hay tres personajes: el narrador, Ella (su esposa), y a quien Goytisolo llama dios en minúsculas, una especie de Mefisto o demiurgo que le persigue y hace unas reflexiones terribles. Dice: “Sólo tenéis una certeza, pero no queréis mirarla a la cara: es la igualdad de los muertos”. Ante ella el narrador, tras abandonar toda búsqueda trascendental, encuentra que le han fallado ya todas las muletas. Puesto que su sempiterno agnosticismo le ha hecho rechazar también la fe islámica, que tampoco le ofrece seguridad alguna.
EL DIOS DE GOYTISOLO
El autor de “Señas de identidad” se enfrenta así, contra toda idea de dios, contra toda trascendencia. Este viudo irremediable se fue al desierto a morir, pero ¿cómo podía seguir viviendo, en estas condiciones?
El telón de boca es el que se utiliza en los teatros para impedir que el espectador vea el escenario, cuando se procede a los cambios de decorado que la obra exija. Pero el narrador descubre que “quizá el cambio de decorado no nos sirve nunca del todo, ni las montañas que nos rodean, ni el telón de boca que nos hemos improvisado para seguir haciéndonos la ilusión de que la vida continúa, sin pensar que ésa es quizás la mayor de las tragedias”, como dijo Rafael Conte, al comentar esta obra. Lo único que queda es ese dios que dice: “Yo estaré allí para cerrar el paréntesis entre la nada y la nada”.
La Historia para Goytisolo, sólo nos muestra la reiteración de la barbarie del hombre. Porque “¿dónde está la mejora de la especie humana?”, dice el autor. Lo muestra el dios de este libro, crudamente: “cuando cagué vuestro físico mundo y desde Mis alturas contemplé la Obra Hecha me estremecí de horror; aquello era peor que un mojón, que una cagarruta hedionda, que una fétida masa pastosa ovillada como un merengue batido”, sobre el que un burro acaba orinando.
¡Qué diferente al Dios de la Biblia!, que cuando “vio todo lo que había hecho”, constató que “era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Es su criatura, el hombre, la que lo ha echado todo, a perder (Gn. 3). ¡Es ahí, donde está el problema!
CITA INELUDIBLE
Cuando el personaje de Goytisolo sueña su propia muerte, se despierta aliviado porque “la cita será para otro día: cuando se alzara el telón de boca y se enfrentase al vértigo del vacío”. Lo que ocurre es que ese día nos enfrentaremos a Aquel que nos ha creado, ante el cual todos tendremos que dar cuentas.
Es una cita ineludible, porque es así “de la manera que está establecido para los hombres, que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). Y ante él, sólo tenemos una esperanza: descubrir que ese Juez se ha “ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos, para salvar” cuando aparezca “por segunda vez, a los que le esperan” (v. 28).
La vida para Goytisolo, era un paréntesis breve y más bien horrible, pero para la Biblia, “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18). Entonces esta “creación sujetada a vanidad” (v. 20), “será libertad de la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios (v. 21).
El mundo ahora, gime como nosotros, pero si tenemos el Espíritu de Dios, tenemos esa esperanza de salvación (vv. 22-23). Ya que “la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?”, dice el apóstol Pablo. “Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (vv. 24-25).
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