–A ver, rápido, necesitamos una ley, la que sea, una que esté en trámite parlamentario, para acortar así los plazos. Dime; ¿cuál tenemos? ¿la del Poder Judicial? Pues la cogemos al vuelo y le calzamos una enmienda para que afore a D. Juan Carlos.
–Oye, para, para. ¿Qué tiene que ver eso con el ex-monarca?
–Nada, pero nos corre prisa. No discutas.
–Pero además la reforma de esa ley se aplica a los funcionarios de justicia. Y D. Juan Carlos no es funcionario, que yo sepa.
–¿Y qué importa?
–Pero una cosa tan seria, ¿no tendríamos que buscar el consenso con la oposición?
–No podemos perder el tiempo en eso, que habría que dar muchas explicaciones.
–¿Y cómo se lo explicamos a la sociedad?
–La sociedad no protestará; y si tiene algo que decir, que lo haga en las urnas, no ahora; que nos dejen trabajar entretanto.
Perplejos se quedan ustedes, ¿verdad? Pues yo también. Hay que blindar al Sr. Borbón y a su señora y a su nieta; ese parece el objetivo, pero el mecanismo que se ha preparado es tan improcedente, que
da toda la pinta de una chapuza encargada a uno de esos expertos en hacer que las leyes sirvan para un roto y para un descosido, y en este caso para tapar un roto que nadie sabe, pero mejor que no trascienda.
Porque, vamos a ver, ¿es que el Sr. Borbón piensa delinquir en las próximas semanas?
¿Para qué tanta prisa entonces en aforarlo? ¿Qué urgencia tiene cubrirle cuanto antes? Miren, hay algo que no nos encaja: si estaban pensando en aforarlo, ¿no se podía esperar un par de meses para abdicar? Esta dimisión tan repentina y este aforamiento con tantas prisas, metido a rodillo, obviando cualquier tipo de consenso, suena sospechoso. ¿Sabremos algún día qué está pasando? Sin duda, porque no hay nada
“oculto que no haya de saberse”1; entretanto,
si se quiere evitar la especulación, que traigan luz y taquigrafos y debate abierto y sosegado; pero de momento eso no toca.
Pero hay otro debate de fondo: ¿cuál es la utilidad del aforamiento? Su objetivo es preservar la mayor libertad en el debate político, de forma que ningún diputado tenga que andar midiéndose continuamente en sus alocuciones por miedo a recibir una demanda. Pero se ha hecho con el aforamiento verdadero fraude de ley, porque quienes más lo han utilizado han sido los políticos corruptos que dilatan o esquivan procesamientos por delitos que nada tienen que ver con el debate político;
una norma pensada para liberalizar el debate político se ha reconvertido en un privilegio para colocarse un poco más lejos del alcance de los mecanismos legales ante los que todos debemos estar dispuestos a responder. Dicen que hay 10.000 aforados en España; esta cifra por sí misma sugiere que un mecanismo ciertamente democrático en su origen se ha convertido en una pequeña patente de corso.
La Palabra lo dice con claridad:
“todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios”2. Los políticos deberían reclamar el aforamiento para defender su libertad en el debate político, pero deberían renunciar a él como mecanismo de tapar miserias ocultas. Y si el Sr. Borbón fuese el demócrata convencido que dice ser, no se cubriría con el aforamiento; renunciaría a esa salvaguarda para presentarse sin privilegios a la luz de todo el pueblo, sin miedo a ocultar nada porque nada tendría que ocultar. Y
el aforamiento jamás puede ser un premio por servicios prestados; eso se parecería más a los blindajes que exigen las dictaduras para proteger a sus altos mandos cuando se ven obligadas a ceder el poder.
¿Y qué me dicen de la inviolabilidad del monarca actual? Un rey puede estar pringado en negocios turbios (busquen en internet “Alfonso XIII-informe Picasso”), que, por ley, no se le podrá imputar. Me importa un bledo que todos digan que eso se hace en más sitios; si es injusto y antidemocrático, lo es por mucho derecho comparado que se aplique. Pero lo cierto es que un presidente de los EEUU se vio obligado a dimitir por un espionaje casero y un presidente de Israel está en la cárcel por violación, pero el monarca español es inimputable.
Los protestantes tenemos claro que no hay castas, que no es cierto que “del rey abajo, ninguno”, sino “de Dios abajo, ninguno”; y esto incluye al rey.
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