La unión hace la fuerza: del refrán saqué una gran enseñanza que vuelvo a poner hoy en práctica.
Cuando una empieza a hacerse mayor, como por arte de magia le vienen a la memoria anécdotas que parecían olvidadas. Casi no me acordaba de las regatas que en mi adolescencia se celebraban en el pueblo. Catamonte se hallaba bordeado por un río sereno, ya extinguido por la severa sequía de hoy en día, que invitaba a los jóvenes a participar en todo tipo de juegos que tuviesen que ver con el agua y a la vez proporcionaba tranquilidad a los adultos porque allí, aunque se quisiera, nadie podía sufrir ningún percance.
Por cada siete remos que metían mis compañeros en el agua con la intención de avanzar a favor de la corriente, yo sólo conseguía uno. Era el hazmereír de todos, también era la más pequeña, la más enclenque. Pero para mí el hecho de poder participar me sabía a gloria, aquellas pequeñas victorias me levantaban el ánimo, sentirme parte de los triunfadores era el no va más.
Mi club, llamado los Polluelos por ser los más jóvenes del lugar, ganaba siempre. Nadie podía comprenderlo, pero así era. Teníamos coraje, teníamos afán, ilusión y ganas de comernos el mundo. Vencer nos daba cierto prestigio. Cada uno de los participantes recibía un banderín además de los favores que, durante la fiesta, celebrada al atardecer, solíamos tener los ganadores. A nosotros, los vecinos —todos acudían a vernos porque el ayuntamiento declaraba la jornada como día de descanso— nos obsequiaban alguna pieza de fruta, una libra de chocolate suizo y algún trozo de caña de azúcar que chupábamos hasta sacarle todo el dulzor que pudiera contener.
Un año me encontraba enferma cuando llegó el tiempo de la competición. Estaba segura de que no se notaría mi ausencia dada mi escasa potencia y la poca importancia que los demás me daban. Efectivamente, por aquellos días nadie vino a visitarme ni a rogarme que me recuperara lo antes posible. Nadie me dijo que yo era necesaria. Por mi parte tampoco vi motivos para esforzarme en sanar y estar preparada para la fecha señalada.
Que la unión hace la fuerza es algo que puedo atestiguar como cierto, y la mía faltó aquél día. Fue el primer año que perdimos. No obstante, de aquél refrán saqué una gran enseñanza que vuelvo a poner hoy en práctica.
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