Guatemala tiene el mayor porcentaje de evangélicos de toda América Latina. Sin embargo, tiene uno de los índices más altos de pobreza, desigualdad, violencia y corrupción –
según me han contado estos días, que estoy con el Centro Esdras en el Seminario Teológico Centroamericano–
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He querido aprovechar este tiempo de lluvia, para ver
una película guatemalteca que ha traído a los cines, el conflicto interior de un pastor evangélico.
“Fe” es el primer largo de ficción que ha realizado un joven documentalista llamado
Alejo Crisóstomo. Lo ha presentado simultáneamente en los siete países que conforman América Central (Nicaragua, Honduras, Belice, Guatemala, El Salvador, Panamá y Costa Rica), aunque el director, igual que la productora, es “medio guatemalteca, medio chilena”. El protagonista,
Jimmy Morales, es uno de los actores más populares de Guatemala, por el popular programa de televisión que hace con su hermano, “Moralejas”, en el que interpreta diferentes personajes.
La película presenta la crisis de un pastor evangélico. Por una serie de circunstancias, ligadas a su círculo de amigos y a la familia de su esposa, Arturo Herrera es uno de esos pastores con cierta influencia en la clase alta guatemalteca. Es un hombre de fe muy dedicado, pero en su honestidad, siente que podría hacer más y se pregunta por qué Dios le ha encomendado la misión, que se ve llamado a hacer en la tierra.
Un día que le invitan a predicar en la cárcel de Ciudad de Guatemala, conoce a un pescador de Río Dulce llamado Beto, acusado del asesinato de una niña de trece años. El pastor interpreta el encuentro como un mensaje de Dios y una vez que el pescador sale de prisión, decide ayudarle dándole trabajo y alojamiento en su iglesia. Su familia y su congregación se vuelven en contra, a la vez que sus propias certezas se tambalean cuando se descubre que se ha cometido un crimen cerca de su iglesia.
MEGA-IGLESIAS
Aunque las cifras varían –como siempre–, desde el treinta hasta más del cincuenta por ciento de la población, no hay duda que Guatemala es el país latinoamericano con más evangélicos –por los menos, trece millones, según las estadísticas más conservadoras–. Según la Alianza Evangélica, existen veintisiete mil iglesias evangélicas, aunque algunas de ellas prefieran llamarse simplemente cristianas.
Estos días he tenido la oportunidad de visitar la primera mega-iglesia –conocida popularmente como la Frater–, donde he podido hablar con el pastor Jorge López, que fundo esta Fraternidad Cristiana en 1978 con tan sólo veintidós miembros, mientras que ahora reúne más de doce mil personas en un gigantesco auditorio. Es cierto que te choca el lujo de estas instalaciones, en una nación donde más del 56% de la población vive bajo el nivel de la pobreza, pero es sorprendente que todo esto se haya construido sin apoyo extranjero.
A ella asisten personas tan influyentes de la sociedad de Guatemala, como un juez del Tribunal Supremo –el propio presidente del último Tribunal Supremo Electoral fue un evangélico–. El edificio está, por cierto, rodeado de agentes de seguridad armados, como otros muchos sitios que he visto aquí. Las calles están llenas de soldados con metralletas, dispuestos a disparar. Se respira aquí un ambiente de inseguridad, ante el problema del crimen y violencia latente, durante ya tantos años. Hay distritos de la ciudad, donde ni siquiera la policía se atreve a entrar.
LA OTRA CARA DEL CRECIMIENTO
Según Israel Ortiz, director del Centro Esdras, “algunos pastores se jactan del crecimiento evangélico como una muestra del poder de Dios”, hasta el punto de que “se han atrevido a subrayar que Guatemala es la nueva Jerusalén de América”. Para él, “sin embargo, la realidad nos muestra que esta presencia no ha impactado las estructuras sociales, económicas, culturales y políticas de la sociedad”. Ya que “el factor numérico no asegura una presencia cualitativa en la sociedad”.
De hecho,
para el teólogo guatemalteco, “el factor numérico, lejos de ser una clave para el cambio, puede convertirse en un refugio para la religiosidad sin compromiso y la ausencia de una acción responsable en el mundo”. La obsesión evangélica por los números va acompañada de un “evangelio de prosperidad”, como el que proclama Cash Luna, el pastor de la Casa de Dios, que ha superado ya a la Frater –donde se convirtió–, con dieciséis mil miembros y veinticinco emisoras en todo el país.
El análisis del SEPAL (Servicio Evangelizador para América Latina) sobre “El estado de la Iglesia Evangélica en Guatemala”, subraya que la Iglesia crece numéricamente, pero no en calidad de vida.
Al cineasta y docente guatemalteco –radicado en Costa Rica–, Alejo Crisóstomo, le intrigaba mucho la fuerza con la que ha crecido la religión evangélica y quiso conocerla. En el país donde vive, se ha publicado también un libro sobre “El crecimiento y la deserción en la iglesia evangélica costarricense”. Ambos estudios explican el problema por una falta de discipulado.
MÁS ALLÁ DE LOS PREJUICIOS
El director de “Fe” tenía “ganas de que el protagonista fuera un pastor evangélico, un padre de familia con el que pudiera recorrer este viaje en el que juzgamos constantemente a base de prejuicios; que a veces son incluso más fuertes que la fe”. El ha querido hacer una película sobre “el poder de los prejuicios en las relaciones humanas”, pero también acerca de “los pilares sobre los que se construyen la fe y la verdad”.
Se trata de un proyecto al que ha dedicado los cinco últimos años de su vida desde que debutara cinematográficamente con dos cortometrajes yun documental sobre una Guatemala pluricultural y multiétnica. Mientras, ha participado también en el proyectointernacional sobre “La vida en un día” de 2011.
Crisóstomo dice que comparte sus conflictos con varios de sus personajes, pero especialmente con el pastor: “tiene los conflictos y dudas que tengo; sobre la vocación, sobre la razón por la que estamos en esta tierra; la inocencia de querer hacer lo correcto y el peso de una sociedad que exige una perspectiva que no compartimos”.
NUESTRO LUGAR EN EL MUNDO
El protagonista de la película “Fe” se pregunta cuál es su lugar en un mundo dominado por la violencia y los prejuicios. Tras analizar la presencia de los evangélicos en la política de Guatemala, Israel Ortiz concluye: “salvo honrosas excepciones, la mayoría ha pasado sin pena ni gloria”. Hasta “quienes han tenido la oportunidad de impulsar cambios sustanciales poco han logrado”. ¿Cómo es esto posible?
La explicación para el director del Centro Esdras es que “los evangélicos no hemos sido sal y luz del mundo como demanda la Palabra” (
Mateo 5:13-16).
La realidad es que “muchos cristianos no sólo no se diferencian del resto de la sociedad, sino han sido atrapados por ideas, conductas y estilos de vida del sistema imperante”. Por lo que nos “resulta difícil vivir según los valores éticos del reino de Dios”.
No podemos dudar que el Espíritu Santo está impulsando un avivamiento en países como Guatemala. La pregunta que se hacen hombres como Ortiz, es si esta experiencia está en consonancia con el Evangelio. O sea, si está produciendo cambios sustanciales en la vida personal y comunitaria, tal y como ocurrió en las iglesias de Jerusalén, Antioquia o Tesalónica, que vemos en Hechos de los Apóstoles. Puesto que “un avivamiento debe mostrarse por medio de cambios en la forma de pensar y vivir de los conversos y su entorno”, dice el teólogo guatemalteco.
EL PODER DEL EVANGELIO
La conclusión no puede ser más evidente: “Si no vemos mayor impacto en nuestras naciones, debemos preguntarnos, si los creyentes experimentan una auténtica conversión o sólo una experiencia religiosa”. Jesús no se fió de las multitudes que le seguían y decía creer en Él (Juan 2:24). Más bien, les confrontó abiertamente, incluyendo a los doce (6:60-67). ¿Qué debemos hacer, entonces?
Proclamar ese Evangelio, que es poder de Dios para salvar y transformar vidas.
La conversión de Zaqueo (Lucas 19:1-10) muestra el poder transformador del Evangelio. Su encuentro con Jesús cambió su vida. No sólo entendió que la justicia del Reino demandaba una restitución, sino que la gracia de Dios en Cristo Jesús hizo que distribuyera parte de sus bienes a aquellos que había defraudado.
Esa es la justicia mayor, que decía Jesús que debía diferenciar a sus discípulos de los religiosos de su época (
Mateo 5:20). Dice Packer que “el Evangelio trae soluciones al problema del sufrimiento y la injusticia, pero lo hace resolviendo primero el problema más profundo: la relación del hombre con su Hacedor”. Si el Evangelio no nos cambia, ¿qué nos puede cambiar?
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