Conocí a Luís Aragonés a mediados de los años ochenta. Él entrenaba al Betis y por medio de un amigo común, el gallego Armando Ufarte, nos encontramos en una cafetería en Madrid. Después de conversar un poco llegamos al tema de nuestro encuentro, el futbolista brasileño Baltazar, que por aquel entonces jugaba en el Celta de Vigo y había sido el máximo goleador de la categoría con 38 goles. Varios entrenadores lo querían para su equipo y Luís era uno de ellos. Comentamos algunos detalles en cuanto a la fe de Baltazar en Dios y su confianza en que el futuro estaba bien cuidado en las manos del Creador, pero aún así, al estar en un país que no era el suyo y con tantas “ofertas” Baltazar se encontraba un poco “intranquilo”, estaba orando para tomar la mejor decisión. En ese momento Luís me miró y con una sola frase “demostró” la razón por la que le llamaban el “sabio” de hortaleza. Me dijo “Jaime, después de haber marcado 38 goles en una temporada, ¡quienes tienen que estar intranquilos son los que quieren ficharle, no él!”.
Baltazar terminaría firmando la siguiente temporada por el Atlético de Madrid, donde consiguió ser el máximo goleador de la liga y bota de bronce europeo. La verdad es que cada vez que hablaba de fútbol Luís Aragonés demostraba ser un genio por la manera tan sencilla en la que era capaz de ver y explicarlo todo.
Vivir tranquilos, descansando en lo que somos… ¡parece tan sencillo! Hace pocos años conocí una historia que me impresionó. Se trata de un alumno que llegó delante de uno de los profesores a quién más admiraba y le dijo: “Profesor, muchas veces me siento tan pequeño, tan inútil que no tengo fuerzas para nada. Muchos me dicen que no hago nada bien e incluso algunos me insultan diciéntome “tonto” y la verdad, no sé que hacer”.
- “Lo siento mucho, joven, pero ahora no puedo ayudarte” le dijo de un modo descortés el profesor. “Primero tengo que resolver algunas cosas aquí, quizás más tarde tenga un poco de tiempo para ti”.
- “Claro, profesor”, murmuró el joven, dándose media vuelta para marcharse, herido en su valor una vez más. En ese momento el profesor le dijo “No te vayas”; sacó un anillo que llevaba en su dedo y le dijo: “Vete al mercado, tienes que vender este anillo porque tengo que pagar una deuda, pero tienes que sacar por él el máximo dinero posible, cómo mínimo una moneda de oro”.
El joven tomó el anillo y salió. En el mercado comenzó a ofrecer el anillo en todos los puestos. Lo miraban con interés, pero cuando decía que quería una modeda de oro por él, todos se burlaban. Se rieron de él una y otra vez, y el muchacho cada vez se sentía peor. De repente un viejecito tuvo misericordia de él y le dijo que como mucho, podría darle una moneda de plata… El joven estaba a punto de aceptar la oferta, pero recordó lo que su profesor le dijo y se fue sin vender el anillo.
Volvió a dónde estaba el profesor pensando que si tuviera él mismo una moneda de oro se la daría, para ayudarle con sus deudas. Llegó junto a él y le dijo: “Lo siento mucho, pero es imposible conseguir una moneda de oro por el anillo”. El profesor sonrió y le contestó: “¿Sabes? Creo que antes de nada necesitamos conocer el valor real del anillo. Vete a esta dirección para que lo examine el mejor joyero de la ciudad, pero diga lo que te diga, ahora no lo vendas, tráelo de vuelta aquí”.
El joven llegó al establecimiento del joyero y éste examinó el anillo con su lupa, lo pesó, vio su forma una y otra vez y le dijo: “Dile a tu profesor que ahora no tengo mucho aquí y que sólo podría darle de momento sesenta monedas de oro, pero quizás más adelante podría añadir algunas más”.
Nuestro amigo no podía creerlo, ¡sesenta monedas de oro! Volvió corriendo junto al profesor para contarle la buena noticia, pero cuando llegó parecía que el maestro ya sabía lo que había ocurrido, así que le dijo que se sentara y comenzó a decirle:
- “Muchacho, tu eres como ese anillo: eres una joya valiosa y única, pero no tienes que hacerle caso a lo que las personas te dicen. Lo que tú eres sólo puede ser valorado por un verdadero especialista”. Diciendo esto, el maestro volvió a colocarse el anillo en su dedo y continuó: “Todos somos como esa joya, valiosos y únicos… pero desgraciadamente vamos de “mercado” en “mercado” por la vida esperando que personas inexpertas nos valoren.
Dios es el que nos creó, el especialista, el mayor experto, y Él ha hecho que cada uno de nosotros seamos únicos”.
Aquella frase de Luís Aragonés me hizo recordar esta historia hoy. Pero también lo hicieron las 3.539 personas que durante el año 2013 se quitaron la vida en España, el mayor número de suicidios en muchos, muchos años. Es un hecho demasiado complejo para examinar las causas en un sencillo artículo, pero me encantaría que alguien lo hiciera mucho más allá de las cifras, intentando llegar a comprender la situación de cada persona que decide tomar una decisión tan terrible e irreversible. Por si sirve de algo (¡Espero que de mucho!) y para todos los que estáis leyendo ahora, os digo de corazón que el valor que tiene vuestra vida es infinitamente superior al que marcan todos los mercados, todas las opiniones y todas las circunstancias.
Dios te ha hecho única, único. Nuestro mundo y la vida de cada uno de nosotros tiene más sentido al ver quién eres tú y el poema que tu eres para Dios (Cf. Efesios 2:10).
Por si no fuera suficiente que el Artista Creador te hubiera diseñado de una manera absolutamente impresionante y maravillosa, Él dio lo mejor que tiene por ti, su único Hijo, el Salvador, Jesús. Con ese regalo de Amor dentro de nosotros, nuestra vida se hace eterna… pero por si fuera poco, además prometió darte (¡Darnos!) todas las demás cosas. Y Dios siempre cumple sus promesas.
Deja de juzgar tu vida por lo que dicen los demás y comienza a juzgarla de la única manera que es correcta, es decir, tal como Dios la ve.
Deja de escuchar lo que otros dicen y comienza a oír la voz de Dios. Habiendo sido diseñada, diseñado por El, no necesitas vivir intranquila, intranquilo.
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