Todos aquellos que se acogen a Cristo reciben la promesa de que serán tal como su cabeza es: Una raza de inmortales.
Cuando yo era niño se nos enseñaba en la enciclopedia Álvarez que la humanidad estaba dividida en cinco razas, a saber: Blanca, negra, amarilla, cobriza y aceitunada. Pero biológicamente hablando hay una sola raza, el género humano, al proceder todos de un solo tronco común, de un individuo original. Sin embargo, en lo que respecta a su relación con la muerte se puede dividir al género humano en dos razas, una de mortales y otra de inmortales, dependiendo de quién sea su cabeza.
1. La inmortalidad condicional de Adáni.
El primer hombre fue creado en un estado de inmortalidad ya que la muerte no existía, porque si todo lo que Dios hizo era bueno en gran manera, no había cabida para algo así. Pero la inmortalidad que Adán disfrutaba era condicional, al estar sujeta a su obediencia al mandato de Dios. El árbol de la ciencia del bien y del mal suponía el límite que el hombre no debía traspasar. Si él quería podía ser inmortal para siempre, pero también podía dejar de serlo si escogía no querer. El querer estaba en su poder y también el no querer. Ese estado de inmortalidad condicional no era un derecho, sino un don que Dios le otorgó.
2. La mortalidad incondicional de Adán y sus descendientesii.
Al desobedecer, Adán perdió el estado de inmortalidad condicional y adquirió el estado de mortalidad incondicional. Desde ese momento la mortalidad ya no fue una posibilidad sino una imposición a la quedó sujeto, quisiera o no. Pero ese estado no sólo fue privativo suyo sino que alcanzó a toda su descendencia. Es decir, Adán se convirtió en cabeza de una raza de mortales que han adquirido el estado de quien es su cabeza, de modo que somos concebidos mortales y por lo tanto irremisiblemente morimos, como Adán murió. Tal vez alguien pueda preguntarse si es justo el estado en el que hemos quedado. Pero hay que recordar que Dios no está en deuda con nadie, de ahí que nadie tenga derecho a la inmortalidad. La apelación a la justicia la puede hacer cualquiera cuyos derechos hayan sido violados, pero la criatura no tiene derechos adquiridos ante Dios y no puede reclamar lo que no le pertenece. Por tanto, una raza de mortales sería la definición que resumiría el estado de todo el género humano desde Adán.
3. La mortalidad condicional de Cristoiii.
Pero de entre toda la descendencia de Adán hay uno que no quedó sujeto a la condición de mortalidad incondicional. Es Jesucristo, quien tenía el derecho inherente a la inmortalidad incondicional, al ser Hijo de Dios y poseer ese atributo de forma personal. Su inmortalidad no era un don sino un derecho. Sin embargo, él escogió hacerse mortal para nuestro bien. Mientras que Adán escogió cambiar su inmortalidad en mortalidad por su propia culpa, Cristo escogió cambiar su inmortalidad por mortalidad para sacarnos de esa culpa. Es decir, Cristo cedió su derecho a la inmortalidad, despojándose de ella e invistiéndose de mortalidad. Adán por su voluntad desobediente se convirtió merecidamente en mortal. Cristo por su voluntad obediente se convirtió libremente en mortal.
4. La inmortalidad incondicional de Cristoiv.
Pero el que tenía poder para poner su vida, también tenía poder para volverla a tomar. Y así fue como su cuerpo, siendo el mismo que fue depositado en la tumba, salió de ella transformado gloriosamente en poder e incorrupción eterna. Su cuerpo mortal recibió la investidura de la inmortalidad para siempre, siendo el primero de la humanidad en experimentar esa resurrección. Mas del mismo modo que el acto por el que Adán se hizo mortal lo convirtió en cabeza de una humanidad de mortales, así el acto por el que Cristo se hizo inmortal lo convirtió en cabeza de una humanidad de inmortales.
5. La inmortalidad incondicional de los que son de Cristov.
Pero a diferencia de lo que ocurre con los descendientes de Adán, que simplemente por la ley de la descendencia adquieren su estado de mortalidad incondicional automáticamente, lo quieran o no, para participar de la inmortalidad incondicional de Cristo es preciso efectuar el acto de tomarle por cabeza, acto que se efectúa mediante la fe en él. Y así es como todos aquellos que se acogen a Cristo reciben la promesa de que serán tal como su cabeza es: Una raza de inmortales.
Conclusión: Somos una raza de mortales que podíamos haber sido inmortales, si nuestra primera cabeza, Adán, hubiera permanecido en obediencia. Pero, gracias a Dios, podemos formar parte de una raza de inmortales si nos unimos a otra cabeza, Cristo, el hombre inmortal. La primera inmortalidad se podía perder y, de hecho, se perdió. La segunda inmortalidad es imperdible. Tú tienes a Adán por cabeza, con todas las consecuencias mortales que proceden de él. La pregunta es si quieres tener a Cristo por cabeza, con todas las bendiciones inmortales que emanan de él.
i Génesis 2:16-17
ii Romanos 5:14
iii Juan 10:17-18
iv Romanos 6:9
v 2 Corintios 4:14
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