Tom Wolfe: “No, no soy creyente, y creo que la teoría de la evolución es un cuento bien intencionado”.
Señor Director:
¡Agárrese! Tom Wolfe ha dicho que “la teoría de la evolución es un cuento bien intencionado”.
Wolfe, famoso periodista norteamericano, nació en Richmond, Estados Unidos, en 1931. Ha trabajado en importantes rotativos de su país tales como el “New York Herald Tribune”, el “Washington Post”, el “New York Magazine” y otros. Está considerado como teórico de la comunicación. Ha escrito varios libros en los que trata aspectos sobre las relaciones sociológicas y el devenir de la cultura en Europa y en Estados Unidos. Con motivo de la aparición de una nueva edición de su libro “Ponche de ácido lisérgico”, de 1968, la periodista Regina Navarro le ha hecho una entrevista que publicó “Papel”, suplemento literario del diario “El Mundo”. Acompaña la letra tres fotografías de Wolfe elegantemente vestido con traje, chaleco y sombrero, todo de blanco inmaculado, apoyado en un bastón, al estilo de aquél cantante francés que reunía a multitudes, Maurice Chevalier. ¿Lo conoció usted, señor Director? Yo, sí. A finales de los años sesenta y nueve ofreció un concierto en un teatro de la Gran Vía, no recuerdo el nombre. Allí estaba yo. Dijo que venía a despedirse de España. Me refiero a Chevalier.
Dejemos al cantante. Sigamos con el periodista. ¿Le parece? Antes de meterse con Darwin lo hace con la televisión. Dice a la periodista: “una generación entera de jóvenes en Estados Unidos se ha criado viendo la televisión. Y la televisión altera el equilibrio sensorial, vuelve a la gente primitiva. La gente primitiva sólo va a creer lo que la siguiente persona les diga al oído, aunque sea un cotilleo sin verificar”.
De la televisión de hoy pasa a la teoría de la evolución de ayer. Además de periodista usted, Director, es médico, y médico muy especializado, muy culto. De la teoría de la evolución usted debe saber un rato largo, digo yo. Algo también he aprendido leyendo y releyendo, renuncio antes a la comida que a la lectura. Así me he enterado que la teoría de la evolución nació en Francia a mediados del siglo XVIII con el botánico francés Georges Louis Leclerc de Buffon. Este científico publicó en su tiempo una obra en 36 volúmenes titulada “Historia Natural”.
De Francia la teoría de la evolución pasó a Inglaterra. Unos quince años antes de que naciera Carlos Darwin, su abuelo Erasmus, médico de cierta fama, publicó un detallado estudio sobre la evolución que expuso en dos de sus libros, “Zoonomia” y “El templo de la naturaleza”.
Saltando sobre el tiempo nos encontramos con Carlos Roberto Darwin, considerado padre de la teoría de la evolución. A los 22 años se embarcó en una expedición científica que dio la vuelta al mundo. Cuando regresó publicó “La transmutación de las especies” con notas que había tomado en el curso de su largo viaje. En 1850 hizo pública otra obra importante titulada “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural”. Y 21 años después, contando ya 62, su libro definitivo y polémico: “El origen del hombre”. En esta obra Darwin, basándose en las estructuras homólogas en el hombre y en los animales, concluía que el hombre pudo descender de la familia de los siminoides. O por citar sus propias palabras: “de un cuadrúpedo peludo, provisto de cola y de orejas aguzadas, probablemente de costumbres arbóreas y que habitaba en el antiguo continente… a su vez, este siminoide, como todos los vertebrados, debe de remontarse en su origen primero a un animal acuático semejante a la ascidia, hoja en forma de urna de mar”.
Ahí lo tiene usted, señor Director. No descendemos del árbol, sino de las profundidades marinas. Ahora comprendo por qué algunos de sus amigos y míos tienen cara de besugo. Identifíquelos.
Aunque intervino un jesuita francés, Theillard de Chardin, para aplacar la polémica suscitada entre Darwin, la Iglesia católica y parte del mundo científico, la teoría – o teorías, porque ahora son varias- de la evolución, se ha impuesto en amplios sectores de la sociedad actual.
Así las cosas, habla ahora un prestigioso hombre de letras, intelectual reconocido por sus aportaciones a las modernas corrientes de pensamiento, y nos dice que toda esa historia ensalzada por Leclerc de Buffon, Erasmus y Carlos Darwin, Juan Baptista Lamarck, Thomas Huxley, Ernesto Haeckel, Theilhard de Chardin y otros muchos, es un puro cuento.
Pregunta la periodista de “El Mundo”: “Usted no es creyente, y tampoco confía en la teoría de la evolución, ¿qué opina entonces del surgimiento de la vida humana?”.
Responde Tom Wolfe: “No, no soy creyente, y creo que la teoría de la evolución es un cuento bien intencionado. Ha habido muchas teorías de cómo llegaron las criaturas a la tierra, pero una que se inició a principios de 1800 dice que las especies están muriendo constantemente y que otras toman su lugar. Asegura que no es porque los animales hayan evolucionado y tengan otras cualidades, sino porque la nueva generación se vuelve más popular”.
Usted y yo nunca hemos hablado de estos temas, señor Director. Ignoro lo que usted cree. Yo soy literato. Usted es científico. Por mi parte no creo que la presencia del hombre primitivo en la tierra se deba a un proceso evolutivo a partir de un animal acuático. Mi razón y mi fe las tengo basadas en los primeros capítulos del Génesis. El autor inspirado dice que cuando todos los animales de tierra, mar y aire se encontraban existiendo, ninguno de ellos evolucionó en ser humano. El primer hombre fue creación directa de Dios. Si muchos creen que esto es un cuento, pues con el cuento me quedo. Y lo que ahora veo en tinieblas un día lo veré a plena luz.
Cavilando más, señor Director de “Protestante Digital”, cuento y recuento desproporcionado me parece a mí que yo deje de creer en el Génesis y me pase al Origen del hombre.
Cuento me parece que entierre a Moisés en mi esquema mental y resucite a Darwin.
Cuento me parece exigirme la teoría de la evolución que deje de creer en Dios y acepte la idea de que el hombre salió disparado como una flecha del vientre de un pez o del cerebro de un mono.
Cuento me parece el uso que algunos maestros de escuelas hacen de la pizarra ante niños boquiabiertos. Trazan la imagen de un gorila a cuatro patas, totalmente encorvado, otro menos encorvado, otro y otro hasta llegar al hombre vertical, erecto, sin explicar a los niños en qué etapa o momento el mono dejó de ser mono y se hizo hombre. Qué lugar ocupa el mono y qué lugar ocupa el hombre en esa imaginaria cadena evolutiva.
Cuento me parece afirmar que la constitución física del gibón, del orangután, del gorila, del chimpancé, es la misma, en su totalidad, que la constitución física del hombre.
Cuento me parece decir que la sangre del mono, aún del más desarrollado, es idéntica a los cuatro grupos de sangre que se conocen en el hombre.
Cuento me parece no advertir que entre el mono más inteligente y el más tonto de los hombres existe una diferencia intelectual abismal.
Cuento me parece equiparar las emociones del hombre con las emociones del mono, incapaz de extasiarse ante una puesta o salida de sol.
Cuento me parece no distinguir entre el instinto del mono y la conciencia del hombre.
Cuento me parece no advertir el espíritu creador del hombre en oposición a la incapacidad del mono. Ningún mono ha sido capaz de crear unas pirámides como las de Egipto, unas murallas como las de China, un monumento al amor como el Taj Mahal de India y otras maravillas del universo.
Cuento me parece no razonar que el nombre de “Altísimo” referido a Dios sólo lo pronuncia el hombre, quien cree en ese Ser superior por encima de su cabeza. Para el mono no hay “Altísimo”, porque su espina dorsal forma un ángulo agudo, en tanto que el hombre permanece recto sobre su columna vertebral. El hombre mira al cielo, el mono a la tierra que pisa.
No creo en el ateísmo, señor Director, pero creo con Tom Wolfe que la teoría de la evolución es un cuento.
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