Estudios Bíblicos, Libros Históricos: Rut (III): Booz se compromete con Rut (c. 3).
La semana pasada, tuvimos ocasión de contemplar la notable delicadeza de Rut y Booz en su primer encuentro. Esa característica de conducta personal aparece de manera especialmente acusada en el episodio en el que nos detendremos en esta entrega.
Noemí –bastante distante de ser una anciana deseosa de vivir parasitariamente de gente más joven– se preocupaba de todo corazón por Rut.
De ese amor, arrancó el consejo de lo que debía de hacer. Naturalmente, los consejos podían haber sido de lo más variado… e inmoral. ¿Cuántas veces no hemos escuchado eso de “aprovecha tu cuerpo, tu juventud, tu tipo, mientras puedas”? ¿Cuántas veces además esas recomendaciones no proceden de mujeres de más edad y experiencia?
La mujer tiene un supuesto capital en sus primeros años y en su físico y debería explotarlo para conseguir un lugar en el mercado erótico-afectivo. Naturalmente, no son pocas las mujeres que siguen el consejo de maneras que, por regla general, no se caracterizan por la decencia. El caso de Noemí y Rut fue muy diferente.
Noemí deseaba buscar un hogar -¡un hogar!– para su nuera.
No una relación, no una diversión, no una fuente de ingresos, no una posición sino un hogar (3: 1). No deja de ser significativo cuanto hace la gente por tener una vivienda y que poco por conseguir un hogar.
Pensando en un hogar, Booz –que era un hombre mayor y sin compromisos además de un pariente– era el ideal (3: 2). Debía pues de arreglarse –no de quitarse la mayor ropa posible– y, sin ser vista para evitar murmuraciones, tenderse a los pies de Booz (3: 3-4).
Uno esperaría que Rut le hubiera pedido consejos sobre seducción a Noemí, que Noemí se los hubiera dado o que incluso Noemí insultara a Rut por pensar en la posibilidad de casarse después de haber sido la esposa de su hijo. No hay nada de eso en el relato.
Una mujer mayor se preocupa por otra más joven de manera nada egoísta y le aconseja que busque un hogar. Rut, más joven, obedeció totalmente sin pensar que sabía más que una vieja fuera de circulación (3: 5).
La manera en que transcurrió todo también causa impresión.
Rut no esperó a que todos comieran y descansaran para meterse en la cama de Booz –eso seguramente es lo que veríamos ahora en cualquier película– por el contrario, Rut se colocó en la posición más humilde en relación con aquel que esperaba que fuera su esposo.
Se puede imaginar sin demasiada dificultad los aullidos que darían ahora algunas mujeres que vieran esta historia. Rut no sólo no se comportaba como una mujer liberada intentando seducir sexualmente a Booz sino que además actuaba de una manera absolutamente humilde que ahora muchas –y muchos– considerarían totalmente intolerable.
Rut era humilde, pero no apocada ni cobarde ni estúpida. Cuando Booz la descubrió (3: 8) y preguntó quién era, la respuesta de Rut fue muy directa. Era su sierva y se acercaba a él porque era su pariente más cercano y pensaba que podía tomarla como esposa –ése es el significado de extender el borde de la capa- (3: 9).
La respuesta de Booz es también digna de consideración. No intentó aprovechar su situación ni tampoco despreció a Rut. Todo lo contrario.
Rut había dado muestras de ser una mujer decente (3: 11) y él sólo podía desearle la bendición de Dios por haberse fijado en él. A fin de cuentas, siendo una mujer joven podía haber buscado también a un hombre joven ya fuera rico o pobre en lugar de a él que ya era mayor (3: 10).
No sólo eso. Booz se sentía atraído por aquella mujer, pero deseaba hacer las cosas de manera correcta y legal. De acuerdo con la Torah había un pariente que podía reclamar casarse con Rut con prelación a él.
Semejante circunstancia puede llamarnos la atención, pero surgía de la protección que se contemplaba en la Torah para las viudas y huérfanos. Si una mujer perdía a su esposo y quedaba desamparada, cabía la posibilidad de que un pariente de su marido la tomara por esposa para que no se viera desprotegida.
Naturalmente, habrá quien señalará que mucho mejor hubiera sido un sistema de pensiones, pero es que la Torah establecía que las necesidades humanas van mucho más allá de un cheque. Una viuda y unos huérfanos no necesitan sólo pagar las cuentas. Necesitan afecto, protección, amor. Un nuevo matrimonio podía cubrir esas necesidades de manera más amplia y ciertamente quién ha perdido a un cónyuge o un padre sabe hasta qué punto es así. De nuevo, lo que Dios desea para los seres humanos es un hogar donde reciban atención todas sus necesidades y no una amalgama de discursos ideológicos y subvenciones.
Booz le comentó a Rut que se sometería a la Torah por encima de sus conveniencias y deseos. Si otra persona con más derecho decidía casarse con Rut, él aceptaría lo que ordenaba la Torah, pero si no sucedía –y uno se imagina a Booz diciendo: “¡Señor mío, que no suceda1”– él la tomaría por esposa (v. 13). Una vez más, lo que quedaba de manifiesto era que el centro de su vida no era él ni lo que a él le apetecía sino lo que Dios ha dispuesto en Sus mandamientos.
Y no es que Booz anduviera perdido en consideraciones tan espirituales que no se enterara del mundo en que vivía. Todo lo contrario. Precisamente porque Rut le agradaba y porque deseaba convertirla en su mujer le preocupaba su bienestar material. Fue así como le dio lo suficiente para que tanto ella como Noemí se alimentaran (3: 15-17).
Como comprendió perfectamente su suegra, Booz era un hombre cabal y no dejaría las cosas a medias. Haría todo lo posible por arreglar la situación y hacerlo cuanto antes (3: 18).
La historia, en apariencia sencilla, que contemplamos en este capítulo, rezuma de enseñanzas prácticas. En ella, contemplamos a un Dios que no piensa que cuestiones como la viudedad, la soltería o incluso la orfandad se solucionan mediante una cantidad económica y una ración más o menos generosa de sexo.
El ser humano es más que un estómago que llenar y unos genitales que sosegar. Precisamente porque es más, mucho más precisa de afecto, compañía, amor, un cúmulo de situaciones y vivencias que mal se pueden hallar fuera de una relación matrimonial estable, firme y dotada de un compromiso sólido.
En esa relación, el hombre y la mujer son conscientes de lo que significa la atracción y el sexo, y, por supuesto, reconocen su relevancia, pero, a la vez, comprenden que hay elementos no menos importantes para un ser humano. Booz por su delicadeza era mucho más atractivo para Rut que hombres más jóvenes y Rut por su disposición a servir era mucho más notable que mujeres que hubieran podido ser más atractivas. Ambos podían formar ese hogar.
Por añadidura, el romanticismo, la atracción, el enamoramiento incluso la espiritualidad no eran elementos que los apartaran de la realidad. Booz sabía que el atender las necesidades de Rut –las económicas, desde luego– resultaba indispensable y prioritario. A decir verdad, leyendo el relato y meditando en él encontramos a dos seres que no reclamaban derechos personales –¡ay, esas necias feministas!– sino que se entregaban totalmente al otro sin pensar en si mismos.
La garantía de la felicidad se encuentra precisamente en la entrega y no en la tabla de reivindicaciones que se impone al otro y precisamente por no entender un principio tan elemental nuestros hogares han entrado en crisis hace demasiado tiempo. No podía ser de otra manera porque el amor y la construcción de un hogar es bien distinto de la lucha sindical o política. Cuando no se comprende algo tan elemental, el resultado no puede ser bueno y, lamentablemente, nada indica que esa situación vaya a mejorar. Por el contrario, casi todo parece indicar que irá a peor en el futuro.
La última enseñanza de este capítulo no tiene desperdicio. Aunque el amor nos afecta de manera muy íntima y personal, lo íntimo y personal no debería ser el aspecto que tuviera la última palabra en nuestras vidas. Booz y Rut subordinaron su futuro a lo que enseñaba la Torah. Sin duda, se trata de una conducta llamativa en una sociedad como la nuestra donde es el yo es soberano aunque de ello no dejen de derivar amarguras, insatisfacciones y dolor.
Como hemos visto en entregas anteriores, la cosmovisión de Booz y Rut poco o nada se parece a la que se ofrece ante nuestros ojos en películas, libros, series de televisión o discursos políticos. Ni Rut era una mujer reivindicativa de sus derechos, reales o supuestos, frente a un macho heteropatriarcal ni Booz era un hombre que se frotaba las manos pensando en cómo su buena situación ponía a su alcance a una mujer bastante más joven.
Cada uno de ellos buscaba servir y proveer en favor del otro. Cada uno de ellos consideraba la enorme fortuna derivada de haber encontrado al otro. Cada uno de ellos veía antes al otro que a si mismo. Cada uno de ellos pensaba no en satisfacer de manera prioritaria su estómago o su sexo sino en crear un hogar. Cada uno de ellos subordinaba sus acciones además a lo dispuesto en la Torah. Sin duda, es para reflexionar cuidadosamente y, una vez más hay que reconocer que lo que enseña la Palabra de Dios poco o nada se parece a las conductas que vemos en el mundo que nos rodea. Seguramente, por eso nuestras sociedades van como van.
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