Veinticinco de marzo

Leí el siguiente texto hace años y lo copié por la belleza con la que está escrito y por la vida que conlleva a pesar de su brevedad. Cada mes de marzo lo retomo y hoy decido compartirlo. Está escrito por Dionisio Ridruejo, pertenece al libro Dentro del tiempo, Memorias de una tregua, editorial Litoral.

¡Cómo corre la primavera! ¡Qué de prisa quiere darnos todo lo que tiene, decirnos todo lo que sabe y existir ante nuestros ojos! ¡Qué impaciente es, sin temor a la muerte!

Los valerosos almendros ya han perdido su flor; ahora, entre sus hijillas desmayadas y breves, despunta el fruto tierno y agrio aún. Pero todos los árboles del huerto les siguen ahora. Estuvieron esperando, cautos, por ver lo que pasaba. Ahora ya saben que la vida no falta a quien se atreve; que se puede crear y ser belleza; que se puede ser héroe.

Luego florecerán los árboles de la carretera, junto al mar. Aquellos graves, tardíos, que aspiran a dar sombra y nunca fruto. Serán grandes, solemnes, venerables...

Alabado sea Dios.

Leer este texto me hace reflexionar en cómo cambia la vida cuando la primavera del Señor alimenta nuestras raíces y corre por nuestras venas. Abramos puertas y ventanas a la rebosante llenura de su gracia. Dejemos que las personas que nos rodean se contagien y vivan a través de nuestras flores y nuestro fruto. Que bueno es poder decirnos: ¡Cómo corren y se reparten nuestros dones! ¡Qué deprisa quieren darnos todo lo que tienen, transfundirnos lo que saben y existir entre nosotros! ¡qué impacientes son en su urgencia de derramarse, confiados, sin temor alguno a que les causemos la muerte!

Alabado sea Dios y los regalos que nos hace.