Malaquías (y III): las palabras violentas de Israel ante “la indiferencia y el silencio de Dios” (c. 3: 13-4: 6)
En esa pésima situación espiritual en que se encontraba el pueblo de Judá –situación de la que se sentían orgullosos no pocos– el paradigma del desplome lo representaba una conducta que Dios calificaba como “palabras violentas” (v. 13).
No es que los judíos lanzaran blasfemias, maldijeran a Dios o lo insultaran. No. Ese tipo de conducta quedaba de manifiesto en su duda, una duda que además presentaba un contenido groseramente pragmático.
Habían llegado a la conclusión de que servir a Dios carecía de sentido (v. 14) y la causa de esa afirmación era que podían contemplar a gente que desobedecían a Dios y les iba mejor (v. 15). No resulta difícil entender el pesar en el corazón de Dios si tan sólo imaginamos lo que significaría sufrir una conducta semejante.
¿Qué sentiríamos si un hijo, un padre, un cónyuge nos contemplara con desabrido desprecio y explicara esa conducta nada exenta de ingratitud y distanciamiento indicando que gente que es malvada tiene mejores padres, hijos o cónyuges que nosotros?
Si el episodio podría ser doloroso y desconsiderado entre simples seres humanos, en relación con Dios resulta tan violento como un puñetazo o un escupitajo. Al que se le reprochaba la situación presente era precisamente al Ser que los había sacado de Egipto en cumplimiento de las promesas realizadas a Abraham, que los había traído del exilio en Babilonia y que los protegía en la restauración.
No sólo eran ingratos y ciegos sino que además resultaban insultantes en sus consideraciones. Sin duda, el panorama era desolador lo mismo si se miraba hacia las autoridades políticas que a los dirigentes espirituales, pero el pueblo llano no era mejor. Sin embargo, Dios siempre se reserva un resto, incluso en las situaciones más desesperadas.
Al mirar en derredor, podemos pensar que no hay gente que sirva a Dios de corazón. Si contemplamos al clero, lo que se percibe es codicia y ansia de poder; si observamos a los políticos tan sólo hallamos interés en si mismos y desprecio por la suerte de los demás y el bien común. Incluso hasta da la sensación de que Dios se mantiene en silencio.
La realidad es bien diferente. Sí, es cierto que los profesionales de la religión pueden incurrir en conductas despreciables. Sí, es verdad que aquellos que deberían servir a sus conciudadanos, se sirven más bien de ellos. Pero eso no significa que Dios sea indiferente o no exista ni tampoco que no haya gente dispuesta a vivir de acuerdo a Su voluntad.
Hubo quien escuchó a Malaquías y que buscó a gente como él que temieran también a Dios. Esa gente no sólo no despreció la predicación del profeta sino que decidió conservarla y difundirla. Actuaron así porque tenían temor de Dios (3: 16). Esa clase de gente -la que escuchaba a los profetas y tenía en cuenta sus palabras y temía a Dio – es la que sería perdonada de sus pecados y tratada como un hijo (3: 17). Esa gente es la que abriría el camino para que otros se volvieran y pudieran conocer la diferencia entre el justo que sirve a Dios y el malvado que no lo hace (3: 18).
Es precisamente ese tipo de gente sobre quien nacería el mesías –el Sol de justicia– que traería la salvación y provocaría un gozo indescriptible (4: 2). Ahora, los malvados podrían parecer situados en la cresta de la ola, pero un día Dios actuaría colocándolos en su lugar (4: 3). A fin de cuentas, eso es lo que señala la propia Torah (4: 4). Un día, Dios enviaría a uno semejante al profeta Elías para realizar un llamamiento a la conversión. Sería justo el paso previo a la llegada del mesías (4: 5) y también una oportunidad de salvarse del juicio de Dios y restaurar una sociedad cuarteada.
Como habían anunciado antes otros profetas, sólo un resto sería salvo porque la salvación no sería racial ni nacional ni religiosa sino que estaría relacionada con la conversión y el temor de Dios.
En un momento determinado, esa situación presente experimentaría un salto de enorme trascendencia. El mesías aparecería trayendo la salvación siendo precedido por Elías, dos profecías que el Nuevo Testamento relaciona con el nacimiento de Jesús y el ministerio precursor de Juan el Bautista.
Sin embargo, no seríamos justos con Malaquías si todo lo limitáramos al siglo VI a. de C. o incluso al I de nuestra Era. A decir verdad, las situaciones descritas por él se repiten en el siglo XXI de una manera nada difícil de descubrir. Clérigos que buscan como sacar el dinero al prójimo; dirigentes sin escrúpulos; gente que practica la religión, pero sin un átomo de verdadera espiritualidad; cínicos que reniegan de Dios simplemente porque a otros les va mejor en la vida, siquiera en apariencia… todos conocemos a unos cuantos así. Pero Dios sigue buscando gente que le tema, que desee hacer Su voluntad, que se reúna para estudiar Su Palabra, que espere el cumplimiento de Sus promesas y que ansíe la consumación de la Historia de Sus manos. Esa gente, independientemente de su situación actual, contemplará el cumplimiento total de los propósitos de Dios.
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