Vivimos en un país que ha sufrido mucho. Somos gente recia, desconfiada y orgullosa. Durante mucho tiempo estuvimos en la cola de Europa y por unos instantes sentimos que conseguiríamos igualar e incluso superar a algunos países de nuestro entorno. Entonces llegó la caída y nos dimos cuenta que éramos un gigante con los pies de barro.
Vivimos unos tiempos en los que se está poniendo a prueba si esta nación, con todas sus contradicciones y el peso de la historia, puede perdurar en el tiempo. Ahora mismo luchamos una dura batalla contra nosotros mismos, intentando que de las cenizas de nuestra derrota surja una nueva esperanza.
Debemos consagrar sobre las personas que están sufriendo en este momento, un santuario de confianza, que nos ayude a renacer.
Tenemos a las personas necesarias para conseguirlo; cientos de miles de españoles capaces de conquistar su futuro. Tenemos los medios necesarios; un gran país repleto de una riqueza cultural y tecnológica sin igual. Tenemos la fuerza interior para conseguirlo; durante generaciones la sangre de la emigración, el sufrimiento y el hambre nos han hecho indestructibles. Tenemos a la familia como baluarte de nuestra sociedad; el mejor sostén para nuestras almas.
Es absolutamente correcto y necesario que hagamos un nuevo país en el que reina la libertad y la justicia.
Nosotros los catalanes, gallegos, madrileños, vascos, baleares, andaluces, canarios, extremeños, valencianos, castellanos, cántabros, asturianos, riojanos, aragoneses, navarros, ceutíes, melillenses y murcianos podemos unirnos para cambiar nuestro futuro.
Esta nación no está consagrada por una bandera, un himno ni un parlamento, está consagrada por los hombres y mujeres que han decidido que la búsqueda de la felicidad juntos es mejor que separados. Una nación construida por los valientes que se levantan cada mañana a buscar un trabajo, que sueñan con que sus hijos prosperen, que hacen largas colas para sobrevivir, con la promesa en su corazón de que la dignidad no se encuentra en lo que haces, sino en lo que eres.
Los cristianos, como parte de esa masa social, tenemos un papel aún más transcendente. Nosotros somos agentes de esperanza.Somos la levadura que leuda toda la masa.
Por eso debemos ver en los que nos rodean, las piedras que faltan para construir el gran edificio social. Construir el Reino de Dios aquí y ahora, siendo justos, honrados, trabajadores, misericordiosos, solidarios y sobre todo conscientes de que la felicidad no es únicamente la construcción de una vida eterna, es sobre todo el deseo del corazón del Dios para el hombre.
Nosotros, los cristianos, estamos aquí para completar una gran tarea. Dios nos ha puesto en esta generación para que con voz profética anunciemos las virtudes de aquel que nos llevó de tinieblas a su luz admirable. Pero Dios nos llama a salvar al hombre completo, no únicamente a su alma.
Decidamos hoy que todo este sufrimiento social no ha sido en vano. Que nuestro país tendrá un gran renacimiento y sorprenderemos de nuevo al Mundo. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la faz de la Tierra.
Amén.
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