Después del enfrentamiento, ¿la reconciliación es posible? ¿Cuál es su base? ¿Cuáles son sus condiciones? ¿Qué papel juega la fe cristiana en este tema? Reproducimos la ponencia de José Hutter en el encuentro de la Alianza Evangélica Española, Idea17, celebrado en Bilbao.
En un mundo lleno de guerras entre Estados, etnias, grupos de intereses y personas particulares surge la pregunta: Después del enfrentamiento… ¿la reconciliación es posible? ¿Cuál es su base? ¿Cuáles son sus condiciones? ¿Qué papel juega la fe cristiana en este tema?
A modo de introducción al tema, sirva un ejemplo que ilustra bien la problemática de la cual estamos hablando.
Voy a contar la historia de Uwe Holmer, un pastor protestante de la antigua Alemania del Este. El hombre, por cierto, sigue vivo y ha contado sus experiencias en un libro.
La familia del pastor Holmer había sufrido mucho bajo el régimen de la RDA con su jefe de partido Erich Honecker y su esposa Margot, que era ministra de educación y cultura. Pertenecía a este grupo de pastores que siempre estaban más comprometidos con la fidelidad al Evangelio que a la del partido. Y sin embargo, a pesar de ello, el pastor Holmer y su esposa acogieron al inicio del año 1990 al matrimonio Honecker durante casi 10 semanas en su casa en Lobetal. ¿Cómo se llegó a esta situación?
Honecker, que era el hombre que mandaba en la RDA, vivió con su esposa Margot hasta la caída del muro en noviembre de 1989 en un barrio herméticamente cerrado y reservado para la élite del estado comunista. Pero algunas semanas después de la caída del muro notificaron a los Honecker que tenían que salir de su casa. Pero ¿adónde deberían irse? Después del cambio del régimen, nadie quería tenerlos cerca y mucho menos en su casa. Tampoco sus excompañeros comunistas. Finalmente, el nuevo gobierno de la RDA pidió ayuda a la iglesia evangélica y ésta se dirigió al pastor Holmer. ¿Tendrían ellos sitio en casa para acoger al exdictador?
“Teníamos sitio,” comentó Holmer. Y, a finales de enero de 1990, Erich y Margot Honecker se convirtieron en huéspedes en la casa del pastor evangélico y su familia. El pastor Holmer recuerda que todos los días salieron juntos para dar un paseo y compartieron mesa y mantel en las comidas.
Pero no todo el mundo estaba encantado con la actuación del pastor y de su esposa. Le llegaron miles de cartas (aproximadamente 3000) y en la mayoría escribía gente que se quejaba de que Holmer no debería ofrecer su casa al hombre que era responsable de una dictadura que había durado 40 años. Una dictadura que había costado la vida a miles de personas.
Holmer nunca ha ocultado la razón por la decisión polémica; su actitud radicó en su convicción cristiana. “En el Padrenuestro”, dijo Holmer en una ocasión, oramos: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.” Y añadió: “Yo podía perdonar.”
Y no es porque el Régimen no le hubiera hecho daño. Por ejemplo, ninguno de los 10 hijos de los Holmer podía hacer el bachillerato. Sus hijos tenían buenas notas, pero ninguno formó parte de la organización juvenil del Partido Comunista y además los hijos varones se negaron a hacer el servicio militar. Para el Régimen era razón suficiente para prohibirles una carrera académica.
En una conferencia cerca de Berlín, Holmer comentó su actuación con estas palabras: “El corazón del mensaje cristiano es el perdón y la reconciliación. En una ocasión me dijo un ex-preso de la RDA: “Usted no tiene derecho a perdonar a los Honecker. Y yo le respondí: “Yo sólo le he perdonado lo que nos hicieron a nosotros y le recomiendo a usted hacer lo mismo, para que la amargura no se le coma.” Después de un momento de reflexión me dijo: “Usted tiene razón. Debo perdonar y quiero perdonar.”1
A continuación quiero exponer una aproximación al concepto bíblico de la reconciliación. Lógicamente son reflexiones incompletas, pero por lo menos voy a intentar no dejar ningún aspecto importante sin ser tomado en cuenta. Algunos aspectos adicionales y discrepancias pueden debatirse luego en los grupos correspondientes que se han organizado con este fin.
La reconciliación sólo puede ocurrir allí donde ha pasado algo malo (vaya esta obviedad por delante). Cada conflicto, por grave que sea, puede también ser el comienzo de un proceso de reconciliación. Y esto en todos los niveles de la vida. El ejemplo del inicio viene de la política. Podría haber mencionado otros casos, por ejemplo la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú o las comisiones del mismo nombre creadas en Chile después de la dictadura de Pinochet o la de Sudáfrica después del período del Apartheid, por cierto presidida por un obispo anglicano.
Pero no hay que quedarse únicamente en los grandes acontecimientos sociales o políticos. Vamos a lo cotidiano: la convivencia humana está plagada de enfrentamientos entre vecinos; y entre aquellos que eran en su momento amigos, pero que en un momento determinado se enzarzaron en una pelea (muchas veces por detalles que parecen insignificantes).
O, por qué no decirlo, conocemos el mismo fenómeno en nuestras propias familias: peleas entre cónyuges o entre padres e hijos, o la pelea más popular: por la herencia de un familiar difunto.
Pero todos estos ejemplos (con lo graves que son) realmente carecen de importancia a la luz del mayor conflicto del universo: el conflicto entre Dios y los hombres. Es la madre de todos los conflictos. Y hacemos un planteamiento sencillo: si este conflicto se puede resolver, si puede haber reconciliación entre Dios y los hombres, nada es imposible. Y la buena noticia es que la reconciliación es posible.
CONCEPTOS BÁSICOS Y VOCABULARIO
Vamos a mirar brevemente el vocabulario que el Nuevo Testamento usa para hablar de reconciliación. La palabra clave es καταλλαγή en griego (que nadie se asuste). Porque la palabra vale la pena ser examinada con más detalle.
La expresión viene de un contexto socioeconómico y habla originalmente de la restauración de una relación. El verbo se usa así en 1 Corintios 7:11 en uno de los contextos que mencionamos arriba: la reconciliación con el marido.
La ausencia, o lo opuesto de reconciliación, se llama enemistad (Romanos 5:10; Efesios 2:14.15; Colosenses 1:22). Y queda evidenciado por el contexto bíblico que quitar la causa de la enemistad hace posible la paz entre dos enemigos.
La palabra que acaba de mencionar se usa tres veces en el Nuevo Testamento para hablar de la reconciliación entre Dios y los hombres. Los versículos son: Romanos 5:11 y 2 Corintios 5:18–19. Y una tercera vez para la reconciliación entre la línea de la bendición y el mundo, en Romanos 11:15. Aprendemos que bajo el Nuevo Pacto creyentes de entre los gentiles y judíos forman ahora parte de una misma herencia, son un pueblo reconciliado.
Vamos a mirar brevemente 2 Corintios 5:18–19 que resumen la teología de la reconciliación de forma concisa. Aprendemos varias cosas:
El que tomó la iniciativa en este conflicto es Dios. Él reconcilió consigo mismo al mundo que se había apartado. El mundo es reconciliado con Dios. Lo sorprendente es que el hombre no ha cambiado, ni siquiera ha expresado su intención de obedecer a Dios como condición previa; sigue siendo un rebelde. El término técnico bíblico es: pecador. Y Dios rechaza el pecado y, ojo, también al pecador en su condición de pecador. Nos percibe como enemigos. Es un sapo duro de tragar y, sin embargo, es exactamente lo que enseñó Pablo y lo que expone en los primeros tres capítulos de su epístola a los romanos. Pero al mismo tiempo Dios nos ama; esto es sorprendente y es realmente incomprensible e insondable.
En segundo lugar, aprendemos que este conflicto entre Dios y los hombres no se resolvió por un sencillo cambio de actitud; incluso si lo hubiera habido por parte nuestra. Más bien, era necesario quitar la causa de la enemistad.
En tercer lugar, aprendemos que Dios no imputa nuestras transgresiones, es decir, no las tiene en cuenta. Y no es porque Dios se salte a la torera sus propios principios, sino más bien porque otro pagó en nuestro lugar el precio que Dios exigió para la reconciliación: Jesucristo, el Hijo de Dios. La muerte de Jesucristo y la imputación de su justicia al pecador es la base para quitar la causa de la enemistad entre Dios y el hombre, esto es, la culpa del pecado. En otras palabras, al pagar Jesucristo nuestras deudas, Dios el Padre no nos tiene en cuenta nuestras faltas y al mismo tiempo la justicia de Cristo se ingresa de forma eficaz y definitiva en nuestra cuenta. Es lo que implica el término imputar, que es una expresión de una transacción financiera.
Por lo tanto, y en cuarto lugar, el concepto de reconciliación se acerca bastante al de la justificación, sin ser lo mismo, por supuesto. El propósito del sacrificio de Jesucristo es la expiación, lo cual implica el elemento de pago, y por lo tanto de redención. El resultado de todo esto es la adopción como hijos con pleno derecho en la casa del padre.
Y finalmente, a raíz de estos hechos (señala Pablo) el ministerio del cristiano es ahora el ministerio de la reconciliación; en primer lugar, la reconciliación entre Dios y los hombres, pero obviamente tiene implicaciones que van más allá de esto.
Antes de terminar esta breve excursión al mundo del significado del concepto bíblico de la reconciliación quiero mencionar, aunque sea de paso, que el verbo correspondiente, en su forma intensiva, αποκαταλλασσω se menciona en Efesios 2:16 y Colosenses 1:20–21 en conexión con la idea de un mundo dividido entre judíos y paganos, es decir, los del pacto y los sin pacto con Dios, finalmente están puestos bajo el gobierno de una sola cabeza: el Mesías. De esta manera, finalmente habrá paz y plena reconciliación entre Dios y los hombres bajo la autoridad visible del Mediador.
Éste es el cuadro de colores intensos que nos dibuja la teología bíblica de la reconciliación. Partiendo ahora de esta idea, vamos a considerar como siguiente paso algunos ejemplos bíblicos que nos ilustran y explican esta verdad.
Uno de los pasajes centrales que habla de la reconciliación es Mateo 5:23 y 24. El pasaje a su vez se basa en Levítico 6:4-6. El principio (dicho en una frase) es el siguiente: legalmente, la reconciliación exige restitución. Y reconciliación es más que perdón. De hecho, la base de un perdón efectivo es la reconciliación – aunque una persona puede perdonar personalmente independientemente de una reconciliación. Desde el punto de vista de la Ley y también del Sermón del monte (que no es otra cosa que una aplicación de la Ley al nuevo pacto) no sirven nuestros actos religiosos y manifestaciones de fe en Dios si no van acompañados del principio de mantener buenas relaciones con los que nos rodean - por lo menos si de nosotros depende, como añade Pablo.
Y esto nos lleva al ejemplo de reconciliación más conocido y más llamativo de toda la Biblia. Se trata, sin lugar a dudas, de la parábola del Hijo Pródigo. Por falta de tiempo no vamos a leerla ahora porque doy por sentado que todo el mundo aquí está familiarizado con la parábola y su significado.
Juntamente con el pasaje del Sermón del monte que acabamos de mencionar, podemos extraer una serie de principios que están involucrados en una reconciliación dentro del marco bíblico:
- La reconciliación requiere unas normas vinculantes dentro de un marco legal: Es lo que aprendemos del primer pasaje que leímos, de Mateo 5:23 y 24: la reconciliación entre dos o más personas necesita un punto de referencia dentro de un marco legal. Este marco legal, sin lugar a dudas, nos provee la ética cristiana como la expone Jesucristo en el Sermón del Monte y que teológicamente no es otra cosa que una confirmación de la ética del Antiguo Testamento, revelada en los términos de la Ley divina, como nuestro Salvador ya indica claramente en el preámbulo en Mateo 5:18.
La reconciliación sin marco legal (en este caso fuera de la Ley divina) depende de criterios personales, subjetivos y variables y es, por lo tanto, poco útil.
- La reconciliación requiere un cambio de actitud: No podemos hablar de una reconciliación sin un cambio de actitud. Es una obviedad, pero hace falta pronunciarla. Desde el punto de vista humano, esto empieza en la parábola del Hijo Pródigo cuando éste se da cuenta de su situación desesperada y decide volver a casa.
- La reconciliación requiere la disposición para perdonar: En el caso de la parábola del Hijo Pródigo es evidente que el padre ha perdonado al hijo incluso mucho antes de que se llegara a hacer efectiva la reconciliación. El cristiano tiene siempre esa libertad. En términos legales, partiendo de la Ley de Moisés, la reconciliación se efectúa en el sentido de Levítico capítulo 6. Pero aparte del elemento restitutivo del pago de una indemnización aquí entra en juego un elemento muy importante: estrictamente hablando, ningún ser humano puede perdonar pecados en un sentido absoluto, sino solamente en un sentido relativo; esto es, el de no tomar en cuenta un ofensa.
En cuanto al otro elemento que supone cualquier transgresión de la ley, es decir, en cuanto a nuestra relación con Dios, sólo Dios puede perdonar pecados.
- La reconciliación requiere satisfacción: Y para que Dios pueda perdonar pecados, es necesario el pago correspondiente del daño hecho. Esto se establece en la Ley con el pago de lo defraudado o robado, más un pago extra del 20% por daños y perjuicios. Es decir, las ofensas (incluso a nivel humano) requieren en principio un pago para restablecer la situación a como estaba antes de la ofensa. El mismo principio se aplica en nuestra relación con Dios.
En cuanto a nuestra relación con Dios, hay un problema: el pago por nuestros pecados no nos es posible. No porque no Dios no lo exija o espere, sino porque no estamos en condiciones. Es decir, estamos en la situación de aquel deudor con una suma inmensa sobre sus hombros que él jamás hubiera podido pagar.
- La reconciliación requiere el pago de un precio: No es buena idea minimizar o negar el daño causado. Esto se ve en la parábola del Hijo Pródigo cuando el hijo ofrece pagar por el daño causado vendiéndose como siervo al padre (cosa que éste rechaza). El daño causado aquí no es un daño material, ya que el padre le pagó lo que legalmente sería de su hijo en el futuro; sin embargo, se refiere a un daño moral y personal en la relación de ambos, una ruptura a nivel personal.
- La reconciliación y su coste (proporcional al precio de la ofensa): Del pasaje de Levítico 6 que forma el trasfondo de Mateo 5 nos damos además cuenta de que el precio a pagar, es decir, el coste de la ofensa, es proporcional al delito cometido. No todas las ofensas están al mismo nivel. Y en el caso de nuestras ofensas contra Dios están a un nivel no asumible para ningún ser humano.
- Reconciliación no implica necesariamente una responsabilidad mitad/ mitad: Y finalmente, nos damos cuenta de que en el caso del Hijo Pródigo, la culpa recae enteramente sobre el hijo mientras que el precio asumido y reparador corre por parte del padre. Es decir, al readmitir al Hijo Pródigo a la casa, el padre asume un precio adicional y libera al hijo de pagar su parte. Sin embargo, también en este caso se aplica el principio: no hay comidas gratis. Alguien debe de asumir el coste de la ofensa y, por ende, de la reconciliación. Porque una reconciliación nunca se lleva a cabo de forma gratuita para todas las partes implicadas. Como mucho, una parte puede asumir el precio total. Pero alguien tiene que asumir el precio.
LA IDEA CENTRAL DE LA FE CRISTIANA
Partiendo de los dos ejemplos centrales de reconciliación a nivel humano que acabamos de considerar, nos acercamos ahora al meollo de la cuestión que es la dimensión vertical de la reconciliación. La historia de la salvación, comenzando con la promesa de Génesis 3:15, tiene un solo propósito: restablecer la perfecta relación con Dios, nuestro Creador, que se ha perdido por el pecado de Adán.
Precisamente, por su pecado, todos los seres humanos nos hemos convertido en enemigos de Dios. En un sentido, la frase: “Dios odia el pecado, pero no al pecador”, expresa solamente una parte de la verdad. En su estado rebelde Dios no solamente odia el pecado, sino también estamos bajo la ira de Dios. Este concepto Pablo lo desarrolla detalladamente en los primeros tres capítulos de su epístola a los romanos. Pero también es cierta la otra parte, que Dios, de una forma inesperada e inmerecida, ha asumido todo el coste. Es toda la fuerza de “Nuní de,…” en Romanos 3:21: “Pero ahora…”. Raras veces en la historia de la literatura una simple expresión de coordinación sintáctica ha implicado más fuerza.
Aparte de la Ley, es decir, aparte de nuestra capacidad de cumplir con la Ley (que no existe) es Dios mismo el que ha tomado la iniciativa, amándonos precisamente en nuestro estatus de enemigos suyos. Y un enemigo no es alguien al que sólo le falta un poco de amabilidad para convertirse en amigo.
Es por el sacrificio de Jesucristo, por la justicia que Él consigue en la cruz, que se abre la posibilidad de una reconciliación entre Dios y nosotros.
Para entender esta reconciliación divina hay que entender quiénes son ambos lados. Tenemos, por un lado, al hombre como parte reconciliada:
EL HOMBRE - RECONCILIADO
El Nuevo Testamento usa los términos siguientes para hablar de esta verdad: “Fuimos reconciliados”, “habiendo sido reconciliados”, “recibimos la reconciliación”, “él nos reconcilió”, “reconciliaos…”
Todos estos términos hablan de la reconciliación como un regalo para el hombre. Nosotros aparecemos como la parte inerte, la parte incapaz de mover ni un solo dedo para mejorar nuestro estatus. Aunque la reconciliación (como la justificación y la expiación) para nosotros es gratis, es decir, nos es aplicada por la pura gracia y benevolencia divina, era necesario el pago correspondiente que está detrás del principio legal de la restitución.
No era posible para Dios el simplemente hacer la vista gorda y, con la expresión “pelillos a la mar”, volver empezar de cero. La reconciliación con Dios es realmente mucho más grande, por no decir gloriosa. El sacrificio de Cristo no solamente paga los platos rotos del pasado, sino también los del presente y los del futuro. Las justas exigencias de la Ley, que a su vez representa la naturaleza divina, tenían que ser satisfechas. Nuestra deuda infinita necesitaba un medio de pago infinito y además un pago infinito: se trata de Dios el Hijo, hecho hombre y su sangre derramada en la cruz por nuestros pecados, que tiene un valor inconmensurable.
“Tetelesthai” exclama Cristo en la cruz, lo cual es de nuevo el equivalente de una expresión comercial, que significa: “Está pagado”. Nuestras deudas están pagadas, las exigencias divinas satisfechas, su ira aplacada, su justicia aplicada y, de esta manera, la reconciliación cumplida.
Y tenemos, por otro lado, a Dios como parte reconciliadora:
DIOS - EL RECONCILIDADOR
Y en este contexto tenemos que hablar aún un poco más de la otra parte que es nada menos que Dios. Parte ofendida, parte damnificada que al mismo tiempo se convierte en reconciliador.
Sus exigencias eran justas. Una sola ofensa contra el Dios eterno y todopoderoso equivale a una ofensa de un valor infinito y de consecuencias eternas.
Pero gracias sean dadas a Dios, el precio se ha pagado. Este es el Evangelio, son buenas noticias; es para mirar al cielo, arrodillarse, extender las manos y gritar: ¡Aleluya, gracias Señor!
Y este hecho de la reconciliación del pecador con su Creador, y ahora también Redentor, tiene indudablemente consecuencias para la ética cristiana que rige nuestras relaciones interpersonales. Y de esto vamos a hablar a continuación.
LAS CONSECUENCIAS PARA LA ÉTICA CRISTIANA
La reconciliación consiste en unir lo separado, en cancelar la deuda, en pasar de la enemistad a la amistad, en traer la paz desde la ruptura,2 para hablar con palabras de Federico Lacueva (2013). La parábola de los dos deudores nos enseña que el cristiano, reconciliado y en paz con Dios (Romanos 5:12), ahora puede también reconciliarse con aquellos que le han hecho mal y perdonarles de corazón. Es mucho más fácil para aquellos que han recibido y experimentado el inmenso alivio de estar reconciliados con Dios a demostrar ahora en sus propias vidas los efectos reconciliadores de este hecho. Es el creyente el que puede permitirse el lujo de perdonar con generosidad – cosa que el mundo hace a regañadientes - y reconciliarse y poner así un ejemplo que invite a ser imitado.
De forma paradigmática el cristiano ahora tiene no solamente la posibilidad sino la obligación de reflejar en su propia vida las bases y las consecuencias palpables y visibles de la reconciliación con Dios. Deberíamos ser muestras de reconciliación, hecha carne.
Si ahora estamos reconciliados con Dios, podemos estarlo también con nuestros enemigos. Podemos amarlos; como enemigos, pero amarlos, y poco a poco convertirlos de enemigos a amigos y partícipes del Reino de Dios. ¿Esto es normal? No, no lo es. Pero este milagro no es una utopía. Es la realidad cuando el Evangelio se hace práctico.
Vamos a mirar algunos aspectos de esta verdad siguiendo los elementos que menciona Francisco Lacueva y vamos a aplicarlos, en primer lugar, para esclarecer nuestra reconciliación con Dios. Aunque ya lo hemos hablado, por razones didácticas voy a repetirlo brevemente. En un paso posterior vamos a hablar de principios aplicables a nuestras relaciones horizontales, es decir, con nuestro prójimo. Y con esto terminaremos.
- Unir lo separado: Reconciliación significa unir lo separado. En primer lugar, estamos hablando de nuestra relación con Dios. Esa distancia causada por la ruptura que fue causada por el pecado de Adán ahora se ve remediada por Cristo, el mediador entre Dios y los hombres. Pero no solamente se trata de unir dos partes que han perdido el contacto, es mucho más.
- Cancelar la deuda: Con su muerte en la cruz, con su sangre vertida, Jesucristo pagó el precio de nuestra desobediencia y de nuestras rebeliones y de esta manera cancela la inmensa deuda que tenemos acumulada.
- Pasar de la enemistad a la amistad: Pero esto no es todo. No es solamente la puesta a cero del contador. El resultado es que Dios el Padre nos puede ver ahora con benevolencia y nos convertimos de nuevo en lo que éramos antes de la caída: amigos de Dios.
- Traer la paz desde la ruptura ocasionada por el pecado: Y el resultado de este nuevo estatus como amigos de Dios, plenamente justificados y reintegrados en la familia de Dios es paz. Se acabaron las luchas por encontrar a un Dios propicio. Jesucristo mismo es la propiciación que hacía falta.
CONCLUSIONES
Con estos principios bien aprendidos vamos ahora a cerrar el tema hablar de nosotros. De ti y de mí. De nuestras relaciones, a veces difíciles y tumultuosas.
La parábola del Hijo Pródigo no solamente nos ilustra algunos aspectos del perdón y de la reconciliación, sino que nos sirve también como cantera para extraer algunos elementos que nos ayudan a entender como esta reconciliación puede aplicarse al restablecimiento de nuestras relaciones humanas que se han roto o dañado. Vamos a mirar algunos aspectos.
- La reconciliación empieza con un primer paso: Y ese paso es el que cambia la dirección. En algún momento determinado, el hijo decide volver a casa. Y en algún momento determinado, el padre decide ir a su encuentro. Sin embargo, la decisión de tomar estos primeros pasos fue tomada en sus corazones con anterioridad. Seguramente no obedecen a decisiones espontáneas, sino premeditadas; que luego llevan a un cambio de dirección y al primer paso. Y el primer paso, siempre es el más difícil.
- La reconciliación es un riesgo: Como vemos en el caso del Hijo Pródigo, la decisión del padre de perdonar y del Hijo Pródigo de pedir perdón y reconciliarse con su padre supone la apertura de un nuevo frente: es el otro hijo, el que se quedó en casa, que obviamente no está de acuerdo con la dinámica de los acontecimientos. Terminar conflictos y practicar la reconciliación no será bien entendido ni bien recibido por todo el mundo. Poder perdonar y alegrarse de los beneficios de una relación restablecida siempre supone un riesgo de abrir un nuevo frente.
- Reconciliación significa arrepentimiento y pedir perdón: Es también evidente que no puede haber reconciliación sin arrepentimiento de la parte que ha causado el daño. Un primer paso es, sin lugar a dudas, pedir disculpas por el daño causado. Las disculpas no pueden simplemente quedarse en un ejercicio de usar palabras amables o usar la fórmula tan popular en nuestros días: “Si he podido ofender a alguien… pido perdón.”, que a mí me parece que muchas veces constituye una burla; sino que tienen que implicar asumir las consecuencias de la reconciliación, que siempre tiene un precio. No puede haber reconciliación con coste cero ni tampoco negando los hechos.
- Reconciliación significa disponibilidad de perdonar: De la misma manera, tiene que existir en todas las partes implicadas la disponibilidad de perdonar, lo cual significa aceptar las disculpas y renunciar a la restitución, por lo menos por parte de los costes implicados en la reconciliación. Perdonar, es decir, renunciar a percibir una indemnización por los daños sufridos, es muchas veces la parte más difícil de una reconciliación. Y es algo que no puede ser exigida, sino solamente regalada de forma generosa por la parte ofendida.
- Reconciliación es más que perdón: es disposición de reparar daños: En ambos lados tiene que haber una disposición de reparar y pagar los daños. Otro tema es si esto al fin y al cabo será posible. El Hijo Pródigo asumió esta responsabilidad y pidió al padre poder trabajar como uno más en su casa. El padre renunció al pago de la restitución y asumió a su vez el coste de la pérdida de una parte de la herencia. Las deudas siempre se pagan. También en el caso de una reconciliación. La pregunta es simplemente: ¿Quién va a asumir el coste? En el caso del padre fue él quien lo hizo.
- Significa sufrimiento: El camino hacia una reconciliación no es un camino fácil. No lo fue para Cristo y no lo será para sus seguidores. Requiere luchas, a veces noches sin dormir, esfuerzo y dedicación. La reconciliación no es para gente pasiva o inerte. No es para cobardes, sino para gente valiente. La reconciliación es una actitud de aquellos que están dispuestos a pagar un precio. Esto nos lleva al siguiente punto…
- Requiere valor: Es más fácil odiar y vivir en el rencor que rectificar y dar un paso en la dirección opuesta. El deseo de reconciliarnos con el Padre a Jesucristo le costó la renuncia a su estatus privilegiado con el Padre, en los términos en que nos enseña Filipenses capítulo 2. Requería valor dejar atrás la gloria que Él tenía con el Padre para asumir la naturaleza humana y ser uno de nosotros. Requería valor el ser despreciado, golpeado, escupido, torturado y finalmente clavado en una cruz para ser lentamente ejecutado. Requería valor no llamar a un ejército de ángeles para liberarle de esta afrenta. Requería valor no pedir la hoja de reclamaciones al Padre.
De la misma manera, sus seguidores son llamados a ser valientes, andando en las pisadas de su maestro, predicando y anunciando el mensaje de la reconciliación con Dios, y a la vez mostrándose y presentándose al mundo como gente reconciliada y reconciliadora. Es precisamente allí, donde se corre el riesgo de perdonar donde se demuestra el valor de aquellos que a veces con lágrimas perdonan a sus enemigos y buscan la reconciliación.
- La reconciliación no implica necesariamente olvidar: El olvido puede ser la consecuencia de heridas sanadas. Pero a veces la señal de la reconciliación puede ser el recordatorio del “Nunca más”. Es la determinación de no repetirlo. Los crímenes nazis, por ejemplo, no hay que olvidarlo. El tema es recordar y al ser posible perdonar y reconciliarse. Es la función de los monumentos y recordatorios; nos recuerdan de nuestras miserias y fracasos. Y si van adornados de cruces, pueden recordarnos que por encima de todas las tragedias humanas está la cruz de Cristo, como señal de la paz divina.
- La reconciliación libera fuerzas necesarias para que todas las partes implicadas salgan beneficiadas: Hay un gran potencial precisamente en la disposición de perdonar y de la reconciliación. En cuanto a nuestra relación con Dios, esto significa, que el cristiano está liberado de una vez y para siempre de la carga de tener que demostrar que es perdonable y reconciliable. Dios se reconcilió con nosotros cuando éramos todavía enemigos. “Justificados, [...] ahora tenemos paz para con Dios…” escribe Pablo en Romanos 5:1. Esto nos trae una liberación creativa, es decir, en vez de buscar a un Dios misericordioso puedo confesar: Ya le he encontrado. Y este encuentro libera fuerzas en mí. Tal vez era este el secreto de los reformadores.
Es evidente, una pareja que ha experimentado reconciliación después de una ruptura es una pareja suficientemente fuerte para soportar venga lo que venga.
Una familia reconciliada es una familia más fuerte, más creativa, más exitosa.
Una sociedad reconciliada es una sociedad que libera fuerzas y energías para otros retos, y lo hará para el beneficio de todos. Es el secreto de una sociedad próspera y en paz consigo misma.
Y de la misma manera hay que constaar con sinceridad:
- La reconciliación no siempre es posible: La reconciliación requiere la honestidad de todas las partes implicadas. Y esto significa que a veces la reconciliación no es posible porque le falta la base.
El ejemplo más patente lo encontramos en la mismísima historia de la salvación. Mientras Dios proveyó un sacrifico como medio de pago en el caso de nuestra lejanía de Dios, no ha sido así en el caso de Satanás y los ángeles que se rebelaron. La Biblia no indica por ningún lado que esta ruptura será subsanada. El lago de fuego y de azufre es eterno y definitivo y no solamente para Satanás y sus ángeles sino también para aquellos seres humanos que rechazaron la oferta de una reconciliación mientras que vivían.
De la misma manera, no siempre es posible una reconciliación a nivel humano. Nosotros tenemos la obligación de buscarla y vivir en paz con todo el mundo, pero para efectuarla hace falta la disposición de ambas partes, no sólo de una parte; y además, esa reconciliación se debe llevar a cabo sobre un marco legal y ético que refleja la justicia que tiene, en últimas consecuencias, sus raíces en la justicia que marca la Ley de Dios. No existe la reconciliación forzada o impuesta. Es (dicho sea de paso) la razón por la cual el Universalismo carece de fundamento teológico y lógico.
RESUMEN
El mensaje de la Reina Isabel de Inglaterra el 25 de diciembre de 2014 tenía como tema central “La reconciliación”. Su mensaje empezó con la imagen de una escultura famosa de la artista británica de origen brasileño Josefina de Vasconcellos. La escultura se encuentra en la ruina de la Catedral de Coventry, arrasada por las bombas de la aviación alemana en 1940.
La Reina Isabel dijo: “Para mí la vida de Jesucristo es una inspiración y un ancla en mi vida. Jesús es un modelo de reconciliación y perdón. Él estrechó sus brazos en amor, aceptación y sanación. El ejemplo de Cristo me ha enseñado a buscar, respetar y valorar a todo el mundo.”3
La escultura de Vasconcellos que nos habla de la reconciliación y que impresiona tanto a la Reina Isabel no se encuentra por casualidad en las ruinas de la catedral de Coventry. La historia de su destrucción y la de toda la ciudad en 1940 por las fuerzas aéreas alemanes tenía como consecuencia la destrucción de la ciudad de Dresden por el bombardeo más masivo de la historia 4 años más tarde. La ciudad fue destruida y con ella su símbolo más famoso: su catedral.
Mientras que los ciudadanos de Coventry renunciaron a reedificar la suya como símbolo contra la guerra y como monumento de la barbarie de su destrucción, los ciudadanos de Dresden optaron por la reconstrucción de su catedral.
En 1994 (medio siglo después de la destrucción) fue inaugurada la nueva catedral de Dresden. En lo alto de su cúpula, a 91 metros de altura se situaba la réplica exacta de una cruz, cuidadosamente elaborada, de 7,60 m de altura por un tal Alan Smith, un artesano británico. Esa cruz fue un regalo de la ciudad de Coventry a la ciudad de Dresden. El padre de Alan Smith fue uno de los pilotos de los aviones que bombardearon la ciudad de Dresden, 50 años antes.4
El ministerio de la reconciliación, con Dios y con nosotros es la gran oportunidad de los cristianos. Somos expertos en reconciliación. Y lo somos (debemos serlo) porque tenemos el gran experto de la reconciliación como maestro. Otros hablan de exigencias justas y van a la guerra. Nosotros hemos recibido perdón y gracia inmerecida. Otros construyen murallas, nosotros tendemos puentes. Somos ricos y podemos ser generosos enseñando con el ejemplo. Nosotros sabemos que la justicia humana es incompleta e injusta. Nuestro Señor lo vivió. Y con esto nos consiguió gloria eterna. Otros matan por su Dios. Nuestro Dios murió por nosotros.
Por eso, ahora seguimos adelante, deseando escuchar pronto las palabras de nuestro Padre:
“Bienvenido a casa, hijo.”
José Hutter es el presidente del grupo de trabajo de teología de la Alianza Evangélica Española.
1 Potsdamer Neueste Nachrichten, 17 de octubre 2016; http://www.pnn.de/potsdam/1119904/
2 Federico Lacueva: Reconciliación, Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia, CLIE (2013), p.2092
3http://www.timescolonist.com/opinion/the-healing-power-of-reconciliation-1.2180525#sthash.MHYH4C1E.dpuf
4http://www.berliner-zeitung.de/15500612
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
Estudiamos el fenómeno de la luz partiendo de varios detalles del milagro de la vista en Marcos 8:24, en el que Jesús nos ayuda a comprender nuestra necesidad de ver la realidad claramente.
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