Intervención de X. Manuel Suárez en la mesa redonda "Vías para la reconciliación en Euskadi", celebrada el 17 de febrero en Bilbao (Idea 2017).
Reproducimos la intervención de X. Manuel Suárez en la mesa redonda "Vías para la reconciliación en Euskadi", celebrada el 17 de febrero en Bilbao en el marco del encuentro 'Idea 2017' de la Alianza Evangélica Española.
Euskadi ha sufrido durante décadas el impacto de la violencia y esta ha levantado muros y generado heridas que, en palabras del lehendakari Ibarretxe, podrán tardar una generación en ser curadas.
Hay al menos dos desencuentros que coexisten en Euskadi: uno es el de las huellas de la violencia y su procesamiento; otro deriva del conflicto de identidades; no son superponibles y los agentes no están del mismo lado en los dos. No es mi propósito analizarlos ahora, por dos razones: porque excede de largo el tiempo de que dispongo y porque mi voz intenta representar la de los evangélicos, y, si bien en el tema de la violencia nuestra postura es homogénea, no lo es en la cuestión de las identidades. Mi objetivo, por tanto, es aportar propuestas que sean útiles en el proceso de reconciliación en Euskadi.
Reconciliación y cosmovisión protestante
Somos protestantes. Amamos a Euskadi. Estas son las dos principales razones por las que estamos hablando hoy aquí.
Los protestantes hemos sufrido en carne propia los efectos de la violencia. No hablamos desde arriba, sino desde abajo, desde la posición del que ha sido objeto de violencia e intolerancia. Somos al mismo tiempo conscientes de que en Euskadi están en curso varias iniciativas y foros que trabajan con excelencia y entrega por el restañamiento de heridas, y quiero iniciar mi exposición reconociendo su trabajo.
Nuestra propuesta se fundamenta en nuestra cosmovisión: así, como protestante reconozco que he sido causante y responsable de conflicto con Dios, conmigo mismo y con los demás; he experimentado personalmente cómo Dios, cuando yo era aún hostil a Él, se acercó a mí, por propia iniciativa, sin esperar contrapartida, por gracia; me vio, me escuchó, me comprendió, cruzó el puente al otro lado, me amó, llamó a mi puerta. Le abrí la puerta, entró en mi casa, se sentó conmigo, me perdonó y se reconcilió conmigo.
Esta experiencia se ha repetido en millones de personas. Muchos han trasladado este relato a las situaciones de conflicto social; se diferencia de otro que hace pasar la redención necesariamente por la penitencia y que, aplicado a la situación de Euskadi, exige que los perpetradores purguen sus culpas como condición previa para establecer la reconciliación.
Sé que no es realista pensar que toda la población vasca asumirá los valores bíblicos, pero estos valores son socialmente útiles, políticamente realistas para señalar vías de encuentro y reconciliación en Euskadi; pueden ayudar a conformar ese sustrato ético compartido, indispensable para dar cumplimiento a la reconciliación, y con ese objetivo los presentamos hoy.
Euskadi no tiene futuro sin reconciliación; un pueblo no puede construirse sobre el desencuentro y el resentimiento; las instituciones tienen una función facilitadora del reencuentro, pero, como me decía Ibarretxe, quienes perdonan y se reconcilian no son las instituciones, sino las personas.
Hay que tomar medidas políticas, pero, como nos recuerda Jaume Llenas, la sociedad civil debe ser la principal protagonista en este proceso. Cuando hablamos de reconciliación, perdón, justicia retributiva o restauradora, estamos tocando de lleno cuestiones éticas que requieren un debate, la conformación de un consenso básico de criterios en el terreno de la ética y los valores, y una aproximación en la que las relaciones personales son fundamentales; por estas razones, las comunidades de fe tienen mucho que decir y deben asumir su papel en el proceso, como algunas ya están haciendo.
La construcción de un relato compartido
David Bosch, bóer sudafricano, redactó durante el apartheid doce tesis que fueron fundamentales en el inicio de la reconciliación en Sudáfrica. Bosch dice: “La reconciliación no es barata, no consiste en empapelar grietas profundamente establecidas”. Construcción de un relato compartido, reconocimiento del daño causado y de la responsabilidad, petición de perdón, ofrecimiento del perdón y reconciliación deben ser los pasos naturales del proceso, pero somos realistamente conscientes de que esta secuencia no es automática ni fácil.
La construcción de un relato compartido me parece fundamental. Zacarías 8.16 dice: “Estas son las cosas que habéis de hacer: Hablad verdad cada cual con su prójimo; juzgad según la verdad y lo conducente a la paz en vuestras puertas” y continúa (v. 19): “Amad, pues, la verdad y la paz”. La paz sin verdad no es consistente; Euskadi necesita que cada uno hable verdad y escuche la verdad de su prójimo. La reconciliación empieza en la trabajada construcción de un relato compartido, al menos en lo esencial.
La definitiva diferencia entre la transición española y la reconciliación sudafricana es que en Sudáfrica se desarrollaron los juicios de Verdad y Reconciliación, con una justicia no retributiva, sino restauradora, pero que exigía un previo reconocimiento de la verdad; en España la guerra civil y la dictadura se taparon y no hubo justicia ni retributiva ni restauradora ni reconciliación consistente porque no se abrieron las puertas a la verdad de lo que aconteció. Bosch nos recuerda que “todos nosotros somos prisioneros de la historia y, por tanto, tenemos el reto de hacernos prisioneros de la esperanza” –citando Zacarías 9.12– “nosotros nos llevamos nuestra historia al futuro […] la historia es una prisión que nos encierra dentro, pero es paradójicamente también la llave que nos puede sacar de ella”[1]. El futuro de paz de Euskadi se construye con la elaboración compartida del relato de la historia reciente desde la verdad.
El reconocimiento del otro
En este proceso es imprescindible el reconocimiento del otro. En mis conversaciones con personas afectadas por el conflicto vasco este es un problema serio: con frecuencia se identifica al otro, al del otro lado, como alguien que no comparte nuestras características de humanidad, y aquí tenemos un problema, porque en ese caso no sería razonable pedirle a alguien así que asuma responsabilidad ni culpa, ni hay lugar para la restauración[2].
Tengo un amigo etarra; lo conocí en mis visitas a la cárcel; su familia sufrió mucho en aquel período. Cuando cumplió su condena, le visitamos en Euskadi. Salimos en coche con nuestras esposas y en el camino pasamos por Intxaurrondo. Podéis imaginar la ira que brotó en aquel coche, el recuerdo de las torturas y el dolor. En ese momento les dije:
–Vuestro dolor me recuerda a un matrimonio que viene a mi consulta; siempre acaban llorando. A su hijo lo mató ETA.
Se hizo un silencio escalofriante, que ninguno sabíamos cortar; lo hizo la esposa de mi amigo:
–Es verdad, ellos también han sufrido. Esto hay que acabarlo.
En aquel momento estaba iniciándose la reconciliación, cuando ella dejó de ver al otro lado monstruos y empezó a reconocer seres humanos que sienten y sufren como ella. Este reconocimiento del otro es imprescindible porque Euskadi no se construye sólo con los míos, sino también con los otros, con todos. Y esto se aplica también a la actividad política: no se puede excluir de la vida política a ningún sector de la sociedad vasca.
Cómo se toma la iniciativa en la reconciliación
Solemos ser más conscientes de las agresiones de los demás que de las que hacemos nosotros, según nos recuerda Bosch. La tendencia es a imponer que “la otra parte tiene que aceptar mi punto de vista, tiene que ser vencida y traída a mi posición. El ganador tiene que llevárselo todo”. Creo que esta mentalidad ha afectado al proceso político en Euskadi y me pregunto si lo hace también en las relaciones personales.
“La confesión de la culpa y el arrepentimiento no puede ser impuesta por otros. Las exigencias de los demás no me van a persuadir a mí del arrepentimiento y la restitución”. En el contexto sudafricano, Bosch dice que “no son los negros los que tienen que persuadir a los blancos, sino son afrikáners los que tienen que persuadir a los afrikáners. Seguro que los otros tienen también que arrepentirse, pero nuestra confesión de culpa y arrepentimiento no deben depender de la confesión de los otros”. Esta forma diferente de entender las cosas es la que descubrimos en el concepto bíblico de gracia, no como caridad mojigata, sino como coraje para tomar la iniciativa de reconciliación antes de que la otra parte dé pasos, sin exigencia previa de contrapartida: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5.23-24); en este texto el que tiene un problema contra mí es el otro, pero soy yo el que toma la iniciativa de la reconciliación.
Bosch continúa: “En el contexto cristiano yo me juzgo a mí antes de juzgar a los demás. Y esto no debe ir precedido de una exigencia de reciprocidad: me hago consciente de mi culpa y de la del otro, y esto último lo hago mediante el perdón. Esta es la diferencia entre el crítico y el profeta: El crítico condena desde fuera, el profeta confiesa desde dentro. El crítico acusa, el profeta llora. La crítica es fácil y sale barata, ser profético exige mucho y tiene un alto precio”. He escuchado infinidad de argumentos sobre el conflicto vasco, todos muy firmes, casi todos poniendo el foco en el otro; la reconciliación empieza cuando se deja paso a los profetas, a los que confiesan desde dentro, a los que lloran por Euskadi, a los que quieren construir antes que hacer pagar.
¿Qué hay del perdón?
Desmond Tutu dice: “Las familias víctimas tienen, en principio, el derecho a una respuesta de ira válida, humana, pero aquellas personas que mantienen una mentalidad vengativa le entregan al malhechor una víctima más [...] la única forma de ser personas completas, saludables y felices es aprendiendo a perdonar.”[3] Cuando Tutu visitó Yad Vashem, el museo del Holocausto en Jerusalén, quedó profundamente conmovido y dirigió a los judíos una pregunta fundamental: “Pero ¿qué hay del perdón?” Cuando en Euskadi los perpetradores cumplan sus condenas, persistirá la destrucción en el corazón de las víctimas y sus familias, a no ser que estas se hagan la misma pregunta “¿Qué hacer con el perdón?”. Lo he preguntado a varios especialistas y no veo forma de avanzar en la reconciliación sin un proceso de perdón; Euskadi, como país, lo necesita; como dice Desmond Tutu, sin perdón no hay futuro.
Sin duda, la sociedad tiene que plantearse la cuestión de la justicia retributiva, porque el perdón no elimina la pertinencia de esta, pero nos debe interesar más aún la restauración de las víctimas, y, en palabras de Carla Suárez, ¿acaso la justicia penal es garantía de curación de heridas? El modelo sudafricano no es un modelo de amnistía sin más, sino exige del perpetrador una serie de condiciones y actuaciones muy concretas y nada permisivas que buscan la restauración real de la víctima.
Vuelvo al inicio: si entendemos que la restauración pasa fundamentalmente por la penitencia de los perpetradores, la reconciliación se va a retrasar inevitablemente, y además le estaremos concediendo la capacidad de decisión definitiva a los agresores. Pero, lo más importante, la restauración de las víctimas la hacemos depender también de esa penitencia; ésta no cura la herida de las víctimas, lo que la cura es la concesión de perdón por propia iniciativa de las víctimas. La agresión puede matarte dos veces: la primera físicamente, la segunda en tu corazón, cuando el daño te vuelve una y otra vez y te hace re-sentir continuamente la agresión; el re-sentimiento te mata por segunda vez.
Marcos Dodrill, en un sermón en la Església Evangèlica Unida de Terrassa citó características del perdón recogidas por Mark Medel, que son útiles para nuestro tema:
1. Perdonar no es excusar la maldad; podemos perdonar a alguien sin justificar o aceptar sus acciones.
2. No es hacer justicia: la justicia implica un reconocimiento del mal, petición de perdón y algún tipo de restitución. El perdón debe ocurrir tanto si se hace justicia como si no.
3. El perdón no es lo mismo que la reconciliación; puede dar pie a ella y a restablecer la relación, pero no necesariamente.
4. No se basa en las acciones del ofensor: aún si el otro no pide disculpas, debes perdonar.
5. No significa confiar necesariamente en el otro; la confianza se gana, el perdón se da libremente.
6. Es una decisión de:
- Soltar el resentimiento.
- Practicar la misericordia y la gracia. La misericordia es no dar a alguien lo que merece; la gracia es darle algo que no merece.
- Renunciar a tu derecho de venganza, a tomar la justicia por tu mano. No significa que el ofensor no tenga que sufrir las consecuencias de sus actos, pero no voy a ser yo el que aplique la justicia por mi mano.
- Crecer y ver cómo Dios transforma la maldad en bendición. Cuando perdonas a alguien le quitas poder y utilizas la energía emocional que te desgastaba re-sintiendo el dolor, en algo mejor: en ver cómo construir a partir de esa situación.
Final
La reconciliación involucra sentimientos, pero requiere sobre todo decisiones (1 Corintios 13.4-7). El pueblo español y su clase política decidieron olvidar la guerra civil y la dictadura sin abrirse a la verdad y, por tanto, sin perdón ni reconciliación sólida; el pueblo sudafricano y su clase política decidieron entrar por la puerta de la verdad, la justicia restauradora, el perdón y la reconciliación. El pueblo vasco y sus dirigentes políticos abordan ahora un momento fundamental en la construcción de su historia; tienen la oportunidad de elegir por qué puerta quieren entrar; oro para que opten por la mejor.
Los que hoy me acompañáis tenéis la voluntad de ser agentes de reconciliación, no hay duda; permitidme advertiros con las palabras de Hans-Ruedi Weber: “La reconciliación sucede cuando dos fuerzas opositoras chocan y alguien queda aplastado en el medio.”[4] Tenemos que estar dispuestos a quedar en el medio y pagar el precio, cuando menos el de la incomprensión, pero también el precio del sufrimiento, porque cuando acompañas a los que sufren no puedes evitar ser afectado por el dolor y por reacciones que a veces no son fácilmente comprensibles. Además, los que ocupáis cargos de responsabilidad política, debéis saber que el conflicto da réditos políticos a los que lo alimentan, y la reconciliación con frecuencia hace pagar un precio político a los que la construyen. En palabras de Jorge Atiencia, la reconciliación la protagonizan mediadores, y en el modelo de Jesús los más indicados son los que encarnan sueños, los que se atreven a afrontar lo que los demás consideran imposible.
Hacemos un llamamiento a la clase política para que tome medidas realistas conducentes a la restauración de heridas, pero llamamos especialmente a la sociedad civil para que afronte este reto con conciencia de su responsabilidad, valentía y decisión. La responsabilidad del proceso de reconciliación no recae sólo en las víctimas y en los agresores, sino en todos y cada uno de los vascos; es un proceso a largo plazo en el que la aportación de cada uno es imprescindible; inhibirse, mirar para otro lado lleva a enquistarlo y alargarlo dolorosamente. El pueblo vasco tiene que tomar su decisión, liberarse de la servidumbre del odio y el resentimiento y asumir la libertad para dialogar y restaurar.
Y, en todo caso, si no somos capaces de avanzar todo lo que quisiésemos en la construcción de la reconciliación, asegurémonos siempre de una cosa: No se debe transmitir el desencuentro y el rencor a la próxima generación.
Hay esperanza para Euskadi, hay esperanza para la reconciliación; cito a Desmond Tutu:
“En algún lugar de lo profundo de nosotros sabemos que estamos destinados para algo mejor […] Lo que cada uno de nosotros hace puede retardar o promover, puede impedir o adelantar el proceso en el corazón del universo. Los cristianos podemos decir que el resultado no está en duda. La muerte y resurrección de Jesucristo pone el asunto más allá de toda duda: al final, la bondad, la risa, la paz, la compasión, la mansedumbre, el poder y la reconciliación tendrán la última palabra.”[5]
“La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron”, dice el Salmo 85.10. Este es mi sentido deseo para Euskadi.
[1] Bosch, David: Processes of reconciliation and demands of obedience in Hammering swords into ploughshares. Wm. B. Eerdmands Publixhing Co., Grand Rapids, 1986, p. 162.
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