La pregunta por el hermano, por el prójimo, está sonando desde los orígenes de la humanidad.
¿Nos interroga más de medio mundo en pobreza? ¿Nos interrogan los que viven muriendo en la infravida? ¿Interpela, de alguna manera, nuestras conciencias? Cuando pensamos en las personas que están en exclusión social, en el no ser de la marginación y del hambre, cuando vemos a tantos y tantos millones de seres humanos en los focos de pobreza en mayor o menor grado, yo creo que, si somos mínimamente sensibles y somos capaces aún de tener algo de empatía con los que sufren, no tenemos más remedio que escuchar la pregunta que nos puede hacer la vida, la pregunta bíblica desde los inicios de la humanidad: “¿Dónde está tu hermano?”.
No sé si el hombre de hoy es capaz de escuchar este interrogante. A veces tenemos el corazón tan de piedra que seguimos adelante sin hacer caso a esta interpelación, a este interrogante de la vida, a esta pregunta del Tú trascendente. No queremos sentirnos interpelados y seguimos en la insolidaridad y, en muchos casos, lo que es aún peor: seguimos callados ante la injusticia o, quizás, más o menos conscientemente, practicándola.
El interrogante sigue sonando. Sin embargo, muchos corazones endurecidos como el pedernal, acostumbrados a pasar de la pregunta y de no hacerle caso, pueden acabar ensordeciéndose, sordos por el egoísmo, sordos por la incapacidad de escucha a esa pregunta por la vida. Sin embargo, ésta sigue defendiéndose y el interrogante sigue sonando: “¿Dónde está tu hermano?”.
La respuesta más fácil para exculparse es decir: “No lo sé”. E intentamos acallar nuestras conciencias. Lo que pasa es que, a veces, cuando vemos la pobreza eliminando vidas, sumiendo a muchos en el no ser del hambre, de la miseria, la pregunta puede volver a sonar en nuestra alma hasta que nos volvemos a encontrar mal. Suena en nuestras conciencias y en nuestros corazones. Nos vuelve a interpelar y nos incomoda. Así una y otra vez, aunque siempre podemos recurrir a la segunda parte de la respuesta cainita: “¿Soy yo, acaso, el guarda de mi hermano?”. Una forma de querer lavar nuestra conciencia.
La pregunta por el hermano, por el prójimo, está sonando desde los orígenes de la humanidad. La convierte en la gran pregunta de la vida, en la gran interrogación que nos viene de lo alto. Lo malo, lo atroz, lo pecaminoso, lo malvado, es que, desgraciadamente y en la mayoría de los casos, los humanos seguimos soltando la misma respuesta, la de la muerte. Si podemos hablar de la pregunta o el interrogante de la vida, también podemos concluir con pena que hay una respuesta de la muerte, de la insolidaridad, de la vivencia del egoísmo humano que no se preocupa del hermano.
Yo creo que, ante la pregunta de la vida cuando se contemplan los campos de marginación de pobreza y hambre es, en muchos casos, la respuesta es la de un Pilato lavándose las manos ante el crimen. ¡Como si eso pudiera justificarnos! La respuesta de la muerte que intenta acallar nuestras conciencias.
¿Por qué la vida nos pregunta, nos insiste, nos llama a la solidaridad con los pobres de la tierra? ¿Por qué la Biblia se une a la vida o la vida a la Biblia cuestionando nuestro concepto de projimidad mientras nos pregunta por el hermano muerto o, quizás, en el no ser de la infravida por el hambre y la miseria? ¿No podría haber en el mundo recursos suficientes para que todos puedan comer? ¿No podríamos rebajar un poco nuestros niveles de vida o estándares de consumo para no desequilibrar el mundo? ¿No hay capacidad de renuncia por parte del mundo rico y sus habitantes consumistas? ¿Los cristianos no tienen voz de denuncia ni capacidad para pasar a la acción en todos los ámbitos incluso el político y el económico?
La vida nos hace muchas preguntas ante el hundimiento del hermano en el no ser de la pobreza o marginación social. Hay también muchas formas de intentar eludir o, en su caso, cuestionar la interrogación vital que se nos hace. Muchos en la infravida, muchos muertos con muertes lentas, agónicas en medio del robo de dignidad y el despojo de los pobres.
Muchos viven “muriendo” la vida, muriéndola lentamente y de forma agónica ante la indiferencia de muchos otros a los que les sobra de todo, no sólo alimentos, sino infraestructuras, medios de transporte, agua potable que derrochan, medicinas que no se consumen y acaban en el basurero, viviendo en una superabundancia que es el caldo de cultivo de la “muerte” lenta con que se vive la vida por parte de muchísimos. ¡Qué sentido puede tener el consumismo en nuestro llamado primer mundo, cuando no se hace frente a los “murientes”, frente a la infravida por falta de recursos de todo tipo.
La vida siempre va a estar luchando para que los humanos le encontremos sentido, aunque en el espejo de nuestros televisores podemos ver los desastres del mayor escándalo del mundo, la pobreza, a la que, aunque la veamos con indiferencia, se puede colar en nuestras conciencias la pregunta de la vida, la interrogación vital: “¿Dónde está tu hermano?”. Hay una contraposición del hartazgo de muchos, el excesivo consumo, frente al hambre y la miseria de muchos otros. Recordemos que creer es comprometerse, tanto con Dios como con el prójimo.
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