Coincidiendo con la celebración del Día Internacional de la Paz, la Alianza Evangélica Mundial celebró el pasado 14 de septiembre un congreso enfocado en la responsabilidad cristiana en cuanto a la defensa de la paz.
El congreso, que tuvo lugar en Washington (EEUU), pretendía concienciar a los cristianos evangélicos sobre la importancia de ser pacificadores en el mundo que nos rodea.
Los objetivos que el evento quiso alcanzar fueron:
- La construcción de una red de activistas comprometidos a perseguir una paz dinámica, global y bíblica.
- Movilizar y educar a una nueva generación de evangélicos comprometidos a perseguir la paz.
- Reducir la violencia y prevenir las guerras.
Es obvio que la violencia está a la orden del día en nuestra sociedad. Tan sólo tenemos que encender la televisión para darnos cuenta: El conflicto armado en Oriente Medio, la violencia doméstica en España y otros muchos países, secuestros, asesinatos dentro de una misma familia… y muchos otros casos más que no llegan a ser noticia en los medios pero que ocurren a diario en el Mundo.
¿Somos realmente conscientes como cristianos de nuestro papel en cuanto a una defensa activa por la paz?
Generalmente podemos llegar a tener un sentimiento de impotencia a la hora de poner en práctica la defensa de la paz cuando hablamos de conflictos internacionales. Aquellos que no atañen a nuestras relaciones más cercanas, sino que nos resultan lejanos e inaccesibles. La mayoría de las veces nos rendimos porque pensamos que nada de lo que nosotros podamos llegar a hacer tendrá repercusión alguna sobre estas situaciones.
Veamos el ejemplo que dejó Jesús en la Biblia:
Jesús, el Príncipe de Paz, deseaba -y desea- que lleváramos una vida en la que la paz reinara en nuestras relaciones: “La sal es buena, pero si deja de ser salada, ¿cómo le pueden volver a dar sabor? Que no falte la sal entre vosotros,
para que podáis vivir en paz unos con otros.” (Marcos 9:50)
Y para poder llegar a tener esa paz entre nosotros,
Jesús nos dejó una serie de instrucciones: “Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por quienes os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en el cielo. Porque Él hace salir su sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5: 43).
Pese a que habremos oído este pasaje miles de veces y sepamos de memoria el versículo, parece de especial importancia recordarlo, si bien otros cristianos en el pasado -cristianos que se autoproclamaban como comprometidos y fieles a la palabra de Dios- también conocían tal versículo cometieron igualmente actos absolutamente violentos y crueles a lo largo de la historia.
El ser hijos de Dios nos demanda ser y actuar de la misma manera que nuestro Padre. Así, al igual que Dios hace uso de esa increíble gracia para hacer salir el sol tanto a los que “se lo merecen” como a los que no y hace llover sobre justos e injustos, nosotros como sus hijos, debemos practicar esa misma gracia inmerecida que nos salva con otros. Incluso con aquellos que nos ofenden. Ese fue el ejemplo que nos dejó Jesús y el que debemos seguir como discípulos suyos.
Además, Dios promete bendecir a aquellos que rechazan la hostilidad, se esfuerzan por resolver conflictos y buscan el acuerdo: “Dichosos los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9).
Pero,
¿Cómo podemos actuar de forma práctica a favor de la paz HOY?
- Llevando a otros un evangelio de paz (Efesios 6:15)
- Actuando de forma activa por la defensa de la misma.
Ser pacificadores no significa no actuar o hacerlo de forma pasiva. Dios nunca duerme ni se adormece ante ninguna situación injusta (Salmo 121)
- Intercediendo “por los gobernantes y por todas las autoridades para que tengamos paz y tranquilidad” (1 Tim. 2:1-3).
Poder tener el privilegio de poseer el título de “hijo de Dios” supone actuar de la misma forma que actúa nuestro Padre, un Dios de Paz, que a su vez envió a su Hijo, el Príncipe de Paz, para reconciliarse con nosotros.
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