Tenemos una gran responsabilidad de vida los que estamos lanzando al mundo mensajes evangélicos.
Cuando uno tiene la valentía de lanzar un mensaje evangélico, sea entre amigos, entre compañeros de trabajo, en alguna campaña evangelística, escribiendo en alguna revista cristiana, hablando por la radio o desde algunos de los púlpitos de las muchas iglesias que hay en España o en el mundo, de alguna manera él mismo se está poniendo como modelo dentro del cristianismo y, muy probablemente, algunas personas interesadas en el mensaje se preguntarán que quién es ese orador sagrado.
No sólo se preguntarán, sino que querrán saber algo de su vida, de sus preferencias, de sus compromisos para con Dios y para con el prójimo. La gran decepción y la vaciedad del mensaje podrían venir si ese orador o predicador no está encarnando de forma ejemplar los valores éticos del cristianismo, sus prioridades y, además, viviendo con estilos de vida en consonancia con lo que predica.
Tenemos una gran responsabilidad de vida los que estamos lanzando al mundo mensajes evangélicos. No podemos ser modelos defectuosos que con nuestras formas de vida, nuestras prioridades y faltas de responsabilidad ante el prójimo, estemos negando lo que predicamos. Creer es comprometerse. Por otra parte, vivir la vida cristiana sin encarnar los valores del reino de una forma clara, está haciendo un flaco favor al cristianismo.
Esa verdad que muchas veces Dios puede actuar y, a pesar de nuestras debilidades, nuestros mensajes pueden llevar personas a los pies de Cristo, pero debemos pedir al Señor fuerzas para encarnar de forma clara esos valores bíblicos en contracultura con los valores sociales vigentes en el mundo hoy de forma responsable.
No se debe, no, no se debe. No se debe predicar el Evangelio y vivir como los que no tienen esperanza. No se debe predicar el Evangelio sin ser una mano tendida al prójimo necesitado. No se debe predicar el Evangelio y explotar a los trabajadores. No se debe predicar el Evangelio desde las perspectivas del mundo rico, de los integrados sin tener en cuenta, de forma clara y comprometida, a los pobres de la tierra.
Jesús predicó el Evangelio desde el compromiso con los empobrecidos, los apaleados, los estigmatizados, los oprimidos, los tildados de pecadores y desde aquellos que estaban en las antípodas de los poderosos y santurrones de la tierra. Si no seguimos las líneas evangelizadoras del Maestro, sería mejor callarse, cerrar nuestras bocas, coser nuestros labios antes que predicar el Evangelio de forma totalmente inconsecuente. No cabe duda que la falta de correspondencia entre lo que decimos y la forma en la que vivimos ha sido uno de los grandes problemas del cristianismo. Quizás por eso no tengamos la fuerza que deberíamos tener siendo sal y luz en el mundo.
Quizás el primer paso en la evangelización sería ver al evangelizador en compromiso con el hombre, con el prójimo. Evangelizar con nuestra forma de vida, con nuestros hechos y realizaciones concretas de los valores del cristianismo. Sin embargo, tampoco quiero quitar fuerza a la Palabra expuesta por quien sea, incluso por los que siguen al Señor sin comprometerse con la situación del hombre en nuestro aquí y nuestro ahora, pero no cabe duda que la excelencia en la evangelización debe ser la proclamación de una Palabra precedida, regada y avalada por comportamientos humanos misericordiosos y de mano tendida hacia los que sufren, no sea que, al quitar la acción y el compromiso con el prójimo, mutilamos el mismo Evangelio que estamos predicando.
Nuestros ejemplos, nuestras acciones, nuestros compromisos gritan como si poseyéramos el megáfono de Dios. El que predica debe saber que el amor de Dios debe reflejarse en compromisos concretos de amor por el prójimo, en la solidaridad y el amor a aquellos que han sido robados, apaleados y tirados al lado del camino. Fuera de este compromiso puede que caigamos en la mentira. Amores mentirosos. Vaciamos de contenido a nuestro mensaje. Quizás el mundo esté harto de palabras inconsecuentes. No nos damos cuenta que debemos ser Evangelio vivo en medio de la gente, de los hombres mientras que caminamos como vivos entre los muertos.
El peligro de los predicadores que no son consecuentes en sus sistemas de vida es que pueden llegar a ser metal que resuena o címbalo que retiñe tanto para los ojos de Dios como para los ojos de los hombres que nos necesitan, que necesitan del Evangelio de la gracia y de la misericordia de Dios. Sí, el Evangelio es también de la misericordia. Nuestras acciones y compromisos nos pueden convertir en Evangelios vivos en medio del mundo. No seamos nunca portadores de mensajes vacíos de compromisos, ni evangelizadores inconsecuentes.
Así como la fe sin acción acaba por morirse y dejar de ser, la evangelización hecha de manera inconsecuente, la que no está precedida ni regada con compromisos fuertes con el hombre que sufre, es una evangelización vacía que puede caer como nieve fría en los corazones de los cansados de palabras huecas… siempre reconociendo que Dios puede hacer el milagro de acercar a alguien a sus pies con palabras de predicadores inconsecuentes, pero nunca debemos dejar de preocuparnos por evangelizar con la vida. Seamos discípulos que imitan al Maestro.
El Evangelio que predicamos tiene que hacerse primero vida en nosotros. Y el Evangelio que se encarna en nuestras vidas nos lanza al mundo como manos tendidas de ayuda. Si el Evangelio no ha cambiado nuestros estilos de vida, nuestras prioridades y preferencias, quizás sería mejor callarse. Un testigo del Evangelio tiene que practicar y vivir los valores del Reino haciendo de él una fuente de transmisión, en palabra y obra, de lo que implica toda una ética cristiana, más aún, de lo que implica la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana.
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