Igual que la bonanza económica atrajo a miles y decenas de miles de latinoamericanos de todo el continente, la crisis está devolviendo a sus tierras a parte de estos hombres y mujeres que convivieron con nosotros un poco de tiempo.
No diré que las consecuencias de esta crisis son el fruto del pecado, ya lo dicen los medios de comunicación de masas por mí: “es una crisis de la avaricia”. Lo que si diré y afirmaré es que
la Iglesia Evangélica ha sido una fuente de integración para miles de inmigrantes, aunque no todo ha sido perfecto.
Los problemas a la hora de integrar a los hermanos sudamericanos han sido variados y complejos. A pesar de hablar el mismo idioma y tener una historia común, son muchas las diferencias entre españoles y latinoamericanos.
El primer problema que se encontraron los latinos al llegar a las iglesias españolas era la frialdad del culto en muchos lugares, la seriedad y sequedad de los españoles, que en muchos casos les miraban como algo exótico, más que como hermanos provenientes del otro lado del océano.
Los españoles, por otra parte, se quedaban sorprendidos por la falta de formalidad de algunos hermanos latinos, que aparecían y desaparecían continuamente. Tal vez, lo que no se entendía desde la parte española, es que el inmigrante tiene que moverse en busca de trabajo y que su estabilidad es relativa.
El segundo gran choque fue litúrgico. La gran masa de evangélicos latinos era pentecostal, pero se encontró que en muchos pueblos y ciudades, su denominación no existía y tuvo que adaptarse a liturgias y énfasis diferentes a los que había aprendido en su país. Los españoles evangélicos de denominaciones más tradicionales aguantaron mal a los “ruidosos hermanos”. En más de una iglesia se les invitó a irse, en otras se les relegó o reeducó, pero en otras muchas, afortunadamente, se produjo una especie de mestizaje cultural.
El tercer choque fue a nivel doctrinal, muchos latinoamericanos no habían recibido mucha formación bíblica, ya fuera porque llevaban poco tiempo como creyentes o porque en sus mega iglesias no había mucho tiempo para la formación. No olvidemos que el crecimiento de protestantes en muchos lugares ha desbordado a los ministerios pastorales.
El cuarto choque yo lo llamaría con palabras gruesas: “racismo”. Muchos líderes y pastores han comentado en multitud de ocasiones: “en mi iglesia somos cien personas, pero latinos tenemos muy pocos”. Con esas palabras querían decir que un español cristiano valía por varios latinos, que ya venían convertidos o que eran más fáciles de convertir.
Ni que decir tiene, que algunos latinos tampoco quisieron adaptarse a la forma y fondo de nuestra cultura. Por lo que, en los últimos años han surgido muchas iglesias étnicas y nacionales, lo que dificulta aún más la integración de los inmigrantes latinos.
Yo no soy racista, no es mérito propio, me crié de niño en una iglesia pluricultural, con amigos africanos, norteamericanos, chilenos o ingleses, pero en muchos casos el racismo que he visto a mi alrededor me ha sonrojado, pero no de vergüenza, sino de ira.
También ha habido casos de integración y en muchas ocasiones las barreras sociales y culturales han desaparecido, dando lugar a una iglesia plural, rica y, como dirían algunos amigos míos latinos: sabrosa.
Es una pena que ahora que muchos latinoamericanos regresan a sus países y sus donaciones y el hueco que ocupaban en las sillas de las iglesias, vuelve a estar vacío, algunos empiecen a echarles de menos. Tal vez, los mismos que decían que no invitaban a sus amigos a la iglesia, porque estaba llena de latinos y se iban a asustar.
Para Jesús no había esclavo ni libre, judío o gentil, hombre o mujer. Todos eran iguales, ya fueran ricos o pobre, hombres de estado o prostitutas. Espero que hayamos aprendido esta lección, aunque haya sido al final, cuando los latinos regresan a sus países.
Ahora muchos dicen con pena al ver sus miembros y diezmos partir: Adiós, hermanito, adiós.
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