Pudiera darse el caso de estar ocupadísimo y no estar ocupado en lo que realmente importa, lo cual se convierte en una tragedia.
Una de las señales de la importancia de una persona es lo ocupada que está y así decimos “es alguien ocupadísimo” para referirnos a quien no es fácilmente accesible debido a la cantidad de actividad que desarrolla, lo cual se traduce en una agenda repleta de compromisos durante mucho tiempo venidero. Si no se está ocupadísimo o si la agenda presenta bastantes huecos, ello es señal de la poca importancia del individuo. Y como el mundo en el que vivimos es un torbellino sin fin que deja en la estacada al que no puede seguir su fuerte ritmo, el ocupadísimo recibe un reconocimiento especial, al ser capaz de soportar ese trepidante ajetreo sin inmutarse.
Sin embargo, pudiera darse el caso de estar ocupadísimo y no estar ocupado en lo que realmente importa, lo cual se convierte en una tragedia, al emplear la vida en un montón de cosas que, en último término, son de escaso valor. Es por ello que es preciso dar en el blanco de la ocupación por excelencia y a ello se refiere el siguiente texto: ‘Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.’i Hay tres preguntas a las que el texto da respuesta:
1. ¿En qué debemos ocuparnos?
2. ¿Cómo debemos ocuparnos?
3. ¿Quién se ocupa de que nos ocupemos?
¿En qué debemos ocuparnos? Si bien hay muchos asuntos buenos y lícitos en los que podemos ocuparnos, hay uno que destaca por encima de todos. Se confirma así lo dicho también por Jesús, cuando habló de una perla preciosa superior en valor a todas las demásii y de la única cosa que es necesariaiii.
La salvación es ese negocio vital. ¿En qué consiste la salvación? En que siendo rehenes del pecado y de sus consecuencias eternas, Dios envió a su Hijo Jesucristo para entregarlo por nuestro rescate, de manera que los que creen en él pasan de muerte a vida. Por tanto, es vital que antes de cualquier otra cosa nos aseguremos de haber recibido esa salvación, lo cual se efectúa mediante el arrepentimiento y la fe en Jesucristo. Pero además de recibirla es preciso seguir ocupándose en ella, en vista de las fuerzas malignas que quieren arrebatarla. Algunas de esas fuerzas son externas y otras son internas. De ahí el combate continuo que ha de librar todo aquel que ha sido hecho partícipe de dicha salvación.
¿Cómo debemos ocuparnos? La misma palabra ocuparse ya es indicativa de cómo hacerlo, porque indica un cuidado y una atención, un estar pendiente y atento. Expresiones parecidas serían esforzarse, trabajar y procurar, siendo todas ellas palabras que señalan concentración y resolución. Por eso se suceden los mandatos para estar vigilantes y alertas, no siendo pasivos ni descuidados, cayendo en una confianza engañosa que es preludio de caída. La manera vital en la que hay que ocuparse de la salvación es haciendo uso de los medios de gracia, que Dios ha puesto a nuestra disposición. Esos medios de gracia son principalmente tres: La Palabra, la oración y el congregarse.
La Palabra es alimento, antídoto, arma y luz. Sin ella quedamos en estado anémico, vulnerable y confuso, expuestos a lo peor. La oración es el preservativo frente a la tentación y el modo de fortalecer la relación con Dios. El congregarnos es la ocasión de dar y recibir, tanto en sentido vertical (Dios) como horizontal (los otros). El descuido en estos medios de gracia es la causa de tantos descalabros y desastres, habiendo tantos cristianos fríos, indiferentes y estancados, por ser perezosos en hacer uso de esos medios. Y si alguien pregunta hasta dónde debe llegar esa ocupación por la salvación, el apóstol Pablo no titubea al emplear la expresión ‘con temor y temblor.’ Esto es, al máximo, en el grado más profundo. Si la palabra temor muestra una sensibilidad y cuidado especial, temblor acentúa esa disposición hasta el extremo.
¿Quién se ocupa de que nos ocupemos? Tras poner el peso de la responsabilidad sobre nuestros hombros, el apóstol Pablo añade que detrás hay alguien que se ocupa de nosotros. Y ese alguien es Dios, quien produce el querer y el hacer. Aquí hay una gran verdad, consistente en que nadie puede atribuirse a sí mismo mérito alguno en el celo por la salvación, dado que los impulsos que damos en esa dirección son obra de Dios en nosotros. Nosotros los hacemos, pero es Dios obrando en nosotros la causa última de que los hagamos. No hay sitio para la jactancia ni para el orgullo, dado que si no fuera porque Dios está interviniendo no tendríamos ni la voluntad ni la capacidad para obrar en esa dirección. Aquí hay un motivo también para descansar en Dios, dado que si la responsabilidad fuera solamente nuestra, pronto desfalleceríamos ante la intensidad de la lucha y el peso de la carga.
¿Eres alguien ocupadísimo? Mira bien que tu ocupación esté centrada en la salvación. ¿Eres alguien desocupado? Ten cuidado, no sea que por tu desgana pierdas el fruto de la mejor ocupación.
i Filipenses 2:12-13
ii Mateo 13:46
iii Lucas 10:42
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