Quiero ser sabia, prudente y responsable con aquellas palabras que emito, ellas portan la rúbrica de mi persona, me definen, me describen.
El aire es frío, huele a invierno, a los inviernos de antes, de cuando yo era niña y el vaho escapaba en forma de nube mientras mi madre se afanaba por embutirme en uno de esos horribles y calentitos gorros que sólo te permitían tener al descubierto los ojos. Inviernos donde al calor de la estufa soñaba con un futuro lejano barnizado de cosas por descubrir al que ansiosamente anhelaba llegar.
Hoy , arropada por un mullido suéter me siento a escribir y enredada entre letras acuno palabras. Palabras que a menudo se adueñan de mis labios y emanan de ellos con parsimonia, cautelosas, revestidas de un poder que desconocen y que debo tener muy presente.
Me detengo en las palabras que cada día se cuelan dentro de mí, ésas que atraviesan mis oídos y desgranan su contenido dentro de mi cabeza. Dolorosas son algunas de ellas, otras aportan briznas de ternura, un puñado de ellas son frías y desgarradoras, cautelosas y firmes las menos, pero todas son emitidas y recibidas.
Intento procesar todo lo que oigo, ser sensata a la hora de prescindir de muchos términos que se infiltran en mis dominios con la sutil pretensión de arruinar algún que otro buen deseo.
Quiero ser sabia, prudente y responsable con aquellas palabras que emito, ellas portan la rúbrica de mi persona, me definen, me describen.
Soy parte de lo que expreso, por ello pido a Dios que lime las asperezas de mis frases, que las someta a cuarentena si éstas no son adecuadas o no deben ser pronunciadas en un contexto determinado.
Soy dueña de lo que silencio y puedo llegar a ser esclava de lo que digo.
Quiero arremeter contra aquello que intenta paralizarme, eso que atraviesa con aparente suavidad pero que contiene una carga lastimera.
Si alejo de mí esas palabras que desestiman lo que soy y las cambio por otras que atenúan mi presente aportando luz, habré conseguido fraguar un contenido positivo.
En este nuevo año me he propuesto abandonar los términos que me limitan, esa unión de letras que al fundirse operan con astucia haciéndome sentir demasiado vulnerable.
Quiero enarbolar mi vida con términos que agradan al Padre y potencian mi capacidad para ser una hija más cercana a Él.
Teñir mi vida con: Servicio, entrega, entusiasmo, coherencia, ilusión, compromiso, amor, sencillez, honestidad, sonrisas, caricias, abrazos, miradas, complicidad , ayuda, abrigo, refugio.
Omitir la desidia, la soberbia, la autocomplacencia, el egoísmo, la necedad, la apatía, la falsedad, la murmuración, el juicio.
Aprender a oír en silencio aquello que Dios me dice, callar y esperar.
Entendiendo que para hacer mío ciertos conocimientos primeramente he de entenderlos, dejarme aleccionar y aplicarlos.
En esta tarde de frío invierno me he trazado un objetivo entre sorbo y sorbo de una humeante taza de té, un propósito que quiero trabajar en mi vida y que bajo la supervisión de Dios puede hacerse realidad, es la sencilla y difícil labor de aprender a mirar a los demás con ojos de amor, filtrar mi mirada por la retina divina y ver aquello que como humana me está velado. Quiero ser más empática , más accesible, un ser que Dios vaya transformando en su taller santo y que muestre con naturalidad y sin hermetismos la misericordia de su creador.
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