Mi sentimiento en Cafernaúm fue muy parecido al de Jacob, cuando soñó con Dios y escuchó sus promesas, viendo la escalera abierta al cielo y los ángeles en ella, en Bet-el.
Cuando visitamos Cafernaúm, hubo dos aspectos que destacaron especialmente. El primero el de la estrategia de Jesús con los medios de comunicación, que merece la pena abordar en otro artículo. El segundo es ver de forma patente las dos caras de Jesús, la de su Gracia y la de su Juicio.
La de su Gracia inmensa surge cuando pisas sobre la sinagoga en la que Jesús anunciaba su mensaje: “Y entraron en Capernaum; y los días de reposo, entrando en la sinagoga, enseñaba. Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Lc. 4.31-37).
Allí hizo multitud de milagros: sanar enfermos, expulsar demonios, resucitar muertos. Destacan la sanidad de la mujer con flujo de sangre (y por ello inmunda), de judíos (el paralítico) y gentiles (el siervo del centurión).
Sin duda, aquella ciudad grandiosa en su tiempo por ser centro neurálgico de las grandes vías de comercio, vio de cerca a un Jesús impresionante que convirtió esta ciudad en su hogar.
También fue allí donde dijo que Él era el pan del cielo, el auténtico maná que alimenta y da vida, incluso en el desierto espiritual más extremo.
Toda la enseñanza de Jesús en este lugar nos habla de su Gracia, su poder sobrenatural, su cercanía con ricos y pobres, su amor por los marginales, por romanos y judíos, honestos y ladrones, por los importantes y por los desposeídos y rechazados por la sociedad.
Todos pisamos el lugar más mencionado de Cafernaum en los Evangelios, su sinagoga. La actual está construída sobre los cimientos de la original donde estuvo Jesús, ocupando el mismo espacio. Las piedras originales pueden verse en parte. Las piedras son sólo eso, rocas, pero ellas hablarían si yo no digo que el Creador estuvo allí en un momento de la Historia, hecho hombre como nosotros, semejante en todo a nuestras tentaciones pero sin caer en ellas.
Pero junto a esto, existe la otra cara de la moneda, que se sale de este Jesús casi “políticamente correcto” para muchos. Hoy en día se puede hablar de Jesús, decir que uno le admira, afirmar que sus palabras y ejemplo son una guía.
Y sin embargo, aceptar esta imagen idealizada no es creer en Él. Creer en Él es también afirmar que es el Señor del Universo, el Juez supremo sobre toda persona, raza y nación, y que juzgará según su justo juicio a todo lo creado. Y esto se ve de forma extrema en lo que fue Cafernaúm ¿Por qué?
Jesús, cuando mandó a predicar a sus discípulos, dijo: Mas en cualquier ciudad donde entréis, y no os reciban, saliendo por sus calles, decid: Aún el polvo de vuestra ciudad, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos contra vosotros. Pero esto sabed, que el reino de Dios se ha acercado a vosotros.
Y os digo que en aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma, que para aquella ciudad. (…) Y tú, Capernaum, que hasta los cielos eres levantada, hasta el Hades serás abatida. El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió (Lucas 10:10-16)
Todas las ciudades, pequeñas y grandes, que menciona la Biblia, permanecen.
Pero el terremoto de Golán, de una intensidad de 6,0 a 6,5 grados en la escala sismológica de Richter, arrasó la gran Cafernaúm en 749. Literalmente se hundió en la Tierra (hacia el Hades), para ya nunca volver a ser reconstruida. Soledad absoluta, polvo y ruinas son la única vida de la otrora floreciente ciudad.
Una ciudad que rechazó la evidencia de la Gracia, el mensaje del Salvador, de Emmanuel, Dios con nosotros. Y el mismo Dios de la suprema misericordia fue también el Dios del Juicio.
La Gracia de Dios es terrible, y el juicio de Dios está precedido del regalo de un infinito perdón inmerecida. No somos quién para juzgar a Dios. No somos nosotros los buenos, sólo Él. No somos nosotros quienes le juzgamos, sólo Él es el juez.
Mi sentimiento en Cafernaúm fue muy parecido al de Jacob, cuando soñó con Dios y escuchó sus promesas, viendo la escalera abierta hasta el cielo y los ángeles en ella, en Bet-el.
Relata Génesis 28: Y despertó Jacob de su sueño, y dijo: Ciertamente Dios está en este lugar, y yo no lo sabía. Y tuvo miedo, y dijo: !!Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo.
La grandeza de Dios debemos abrazarla en su cruz, pisando su tumba vacía y siguiéndole en el mar de Galilea. Pero debemos también arrodillarnos, porque sólo Él puede salvarnos de su Justicia, aceptando cada uno de nosotros que Él ocupó el lugar que debería haber sido el nuestro, hundiéndonos hasta el Hades.
Jesús es la casa de Dios y la puerta del cielo. Y verle cara a cara sin su Gracia, es terrible.
Y aquí mi poema. Shalom.
Ante la puerta del cielo,
hay un muro de cerrojos
sobre el foso de la indiferencia
de los hombres buenos.
Allí tejen su telaraña suficiente,
abismada al Hades, al infierno.
Cada vez más y más el mal crece,
y pesa, y se afila, y retuerce
por puro vacío de Tu presencia.
Pero Señor, una sola palabra tuya,
un pequeño giro de tu cetro,
quebrará eslabón y cadena.
Sí, y subiré por la escalera
de Jacob,
y pisaré la casa de Dios,
los nuevos cielos y la Tierra nueva.
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