Un lugar en Belén para ti

Allí estaba él, un pequeño bebé envuelto en pañales Y un humilde pesebre daba cobijo al Rey.

Hasta aquel lugar llegaron los pastores asombrados ante lo que acaban de anunciarles y  llevados por la curiosidad   acudieron para saber si aquellas nuevas de gran gozo  eran realmente ciertas.

Allí estaba aquel bebé, quizá molesto por el bullicio lloraría para que su madre lo acunara y tiernamente lo hundirá entre sus cálidos pechos ofreciéndole seguridad.

El salvador del mundo mecido en los brazos de una cansada mujer que con sentimientos enfrentados seguía maravillada por lo que estaba aconteciendo.

Todos tenían cabida en aquel pesebre. Un maloliente lugar, lúgubre y poco apto para que naciera un niño fue el lugar escogido para el alumbramiento.

Entre animales y suciedad nació la Luz.

Jóvenes, ancianos, mujeres,  niños… todos tenían su lugar cerca del  bebé, se allegarían a él para descubrir lo que el ángel les había anunciado y conocer de primera mano quién era aquel que había nacido trayendo tanto alborozo.

José, sobrecogido, consideraría todo aquello con un corazón presto a oír la voz  de Dios, pues sólo Él podría darle respuesta a todas y cada una de sus preguntas.

Dios en el cuerpecito de un recién nacido.

¡Qué sobrecogedora imagen!

Dios transformó lo trivial en inefable, maravilloso. Utilizó elementos sencillos en apariencia: Pastores, ovejas, pesebre  y creó con ellos un entrañable escenario donde se representó  una de las obras más significativa de todos los tiempos;  otra igual de trascendental acontecería años más tarde en el Gólgota.

Desde el umbral de mi presente yo también me atavío de entusiasmo y doy la bienvenida al niño nacido en Belén, quiero darle cobijo en mi vida y  permitirle que obre en mí el milagro del cambio.