¿Cómo entendía Jesús la economía? ¿Cuál hubiera sido su respuesta ante una crisis económica como la actual? ¿Cuál ha de ser nuestra actitud como cristianos?
Hace unos días predicó en mi iglesia un pastor brasileño. Me gustó un comentario que hizo. Al hablar de la bonanza económica que estaba atravesando Brasil dijo: “Dios está bendición Brasil y a la iglesia, para que seamos bendición a otras naciones”. Las llanas palabras del predicador me recordaban la sencilla ley divina de compartir.
El primer principio que Jesús nos enseñó acerca de la economía fue que el éxito y la cercanía de Dios nada tienen que ver.Aquella cultura judía del siglo I creía que la riqueza estaba propiciada por Dios y que la pobreza era consecuencia del pecado. Jesús mostró el valor de la pobreza. Sed pobres en espíritu nos dijo. ¿Qué es ser pobre en espíritu? Tener en poco las riquezas de este mundo. Por tanto, Jesús abominó de las riquezas materiales, ya que suponían un estorbo para el hombre. Tenemos el ejemplo del joven rico, la comparación del camello y la aguja y el consejo de que tengamos nuestros tesoros en el cielo y no en la tierra. En la actualidad, en muchas iglesias se enseña justo lo contrario: los cristianos tienen que ser triunfadores y vivir bien. Los que enseñan esto normalmente viven bien, cobrando sueldos muy por encima de la media de su congregación, ciegos guías de ciegos, los llamó Jesús.
El segundo principio fue que el amor al dinero es el principio o raíz de todos los males. La codicia, causa de la crisis económica actual, está en el origen de todos los males. El codicioso no se sacia nunca, no quiere compartir y deshumaniza a su prójimo, justificando su egoísmo. Pero la avaricia no ha estado únicamente en los bancos, las bolsas o en las grandes fortunas, la avaricia también se ha movido a sus anchas en las iglesias. Mientras que los cristianos prosperaban sus ofrendas no lo hacían por igual. Hemos desaprovechado toda una generación que obsesionada con el dinero fácil y rápido, no ha servido a Dios ocupada complaciendo al dios Mammon. Muchos de los jóvenes de mi generación, preparados y formados, en ocasiones con llamamientos y vocaciones, han sucumbido ante una tele más grande, un coche mejor o una casa con jardín. Trabajando de sol a sol, dejando las cosas de Dios en segundo y tercer plano.
El tercer principio de Jesús frente a las riquezas fue que no es rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Jesús vivió esto en sus propias carnes. Él tenía una piedra por almohada, vivía al raso, no tenía cuenta corriente ni acciones. Decidió nacer y vivir pobre, no por falsa humildad o porque no tuviera autoridad moral para vivir en la riqueza de los palacios de su tiempo, lo que no quería era perder tiempo. Dos túnicas eran un lujo, un par de sandalias, un manto de púrpura, seguramente regalado y una bolsa común eran lo que necesitaban. Si las riquezas te estorban, para poco te servirán, más bien son un estorbo.
El cuarto principio es que la fe es mejor que la seguridad económica. Hay gente que duerme tranquila por el dinero que tiene en el banco. Tiene puesta su seguridad en sus ingresos fijos, en sus dividendos y ahorros. Recuerda un poco aquel hombre que viendo que sus graneros se quedaban pequeños los tiró para edificar otros mayores, después pensó que se merecería un descanso, pero aquella noche venían a por su vida y todo aquello no le serviría de nada. Cuando la multitud estuvo hambrienta, Jesús multiplicó los panes y los peces. De un poco hizo mucho, rompiendo alguna que otra ley de las matemáticas, pero el mensaje de este milagro era: soy consciente de vuestras necesidades y nada es imposible para mí.
El quinto y último principio de Jesús ante la economía fue la honradez. Jesús pagó sus impuestos a pesar de que el estado que gobernaba Judea era opresor y extranjero, hizo sus ofrendas en el templo, aunque la jerarquía judía era corrupta y farisaica, y denunció la corrupción moral y política. No se debía a ningún poder ni a ninguna subvención. Aunque el mejor ejemplo que nos dejó fue la dignidad del trabajo y una ética que se regocija en el esfuerzo y la excelencia.
¿Cómo podemos los cristianos terminar con esta crisis?
Siendo como Jesús. No buscando el éxito sobre todas las cosas, no amando al dinero, siendo felices con lo que tenemos, sabiendo que Dios es nuestro proveedor y siendo honrados. Parece simple, pero no lo es. Ya que para conseguir esto hay que negarse así mismo, tomar la cruz de Jesús y seguirle.
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