En medio de esa vorágine de deseos y codicias, el nacimiento de Cristo queda difuminado y pasa desapercibido, siendo una mera excusa para encumbrar lo sensual.
Recientemente pude contemplar un belén napolitano de considerables dimensiones que está expuesto en la ciudad de Valladolid. Como su nombre indica se trata de un belén que procede de Nápoles, donde en el siglo XVIII la elaboración de belenes se convirtió en todo un arte y una seña de identidad de esa ciudad. Carlos III, que fue rey de Nápoles antes de serlo de España, fue quien trajo a su nueva corte los belenes que en la anterior se elaboraban. Según la tradición fue Francisco de Asís, allá por el siglo XIII, quien comenzó la costumbre de hacer un belén durante la Navidad; pero el belén de Francisco era muy sencillo, siendo reflejo de la personalidad y creencias de su autor, centrado en las tres figuras dominantes del nacimiento, José, María y Jesús. Por cierto que el asno y el buey del pesebre, que desde entonces no pueden faltar en cualquier belén que se precie, proceden del pasaje de Isaías 1:3, interpretado alegóricamente.
Pero en contraste con la sencillez del belén de Francisco de Asís, el napolitano es toda una profusión de imágenes, escenas y personajes que recogen la vida de Nápoles del siglo XVIII. Allí se encuentra expresado, hasta en el más mínimo detalle, el costumbrismo de esa ciudad, con sus tipos tradicionales, clases sociales, indumentarias, oficios y toda una escenografía rica y variada que retrata, antes de que existiera la fotografía, el pulso de la ciudad. Es su cultura y su idiosincrasia lo que el belén napolitano quiere transmitir. Mientras que en el belén franciscano el nacimiento es lo que importa y todo lo que importa, en el napolitano hay que esforzarse para descubrir dónde está el nacimiento, que se halla escondido en medio de toda una aglomeración de ambientes, espacios y gentes. Y es que en el belén napolitano el nacimiento es casi un pretexto para ensalzar lo que verdaderamente importa, la ciudad de Nápoles, no siendo la escena del pesebre ni el centro de atención ni la protagonista. Y así es como, paradójicamente, el nacimiento termina sepultado por el belén.
Me parece que eso es precisamente lo que ha pasado, en nuestro tiempo, con la Navidad, al haber quedado desplazada, solo que en vez de ser ensalzada una ciudad lo que destaca es una mentalidad, una actitud. Mentalidad y actitud que nada tienen que ver con preferencias políticas ni tendencias sociales ni credos religiosos, sino con una poderosa corriente que es tan vieja como la humanidad y que se llama materialismo. Aunque hay un materialismo intelectual, que basa su creencia en consideraciones teóricas, el materialismo que arrasa es de orden práctico, que impregna todos los aspectos de la vida y que no tiene más horizonte que lo que se puede poseer. En medio de esa vorágine de deseos y codicias, el nacimiento de Cristo queda difuminado y pasa desapercibido, siendo una mera excusa para encumbrar lo sensual. Y es que este mundo, del que la ciudad de Nápoles no es más que una miniatura, arrincona el acontecimiento más importante de la historia para glorificar lo material.
Mas no hay que asombrarse de que algo así esté pasando. En realidad es lo que ocurrió desde el principio y de lo que se dejó constancia en el cuarto evangelio, que dice: ‘En el mundo estaba y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.’i Pero la grandeza no depende del reconocimiento que quiera dársele sino de la propia categoría de quien la posee, independientemente de que se reconozca o no, y por eso la grandeza del que nació en Belén es inherente a su naturaleza. Nada le quita a esa grandeza la negación del reconocimiento; más bien es la ignorancia de los negadores lo que patéticamente queda en evidencia.
Un mundo que fue hecho por él; un mundo al que vino a traer salvación; un mundo que se niega a reconocerlo. ¿Cabe mayor ceguera suicida? La razón de la misma es que ese mundo tiene su propio dios, al cual sirve y adora; un dios que ha cegado las mentes y los corazones de los que son de este mundo, para que no vean otra cosa que lo que él quiere que vean.
Pero de entre ese mundo negador hay quienes han sido escogidos para recibir el conocimiento y creer en el que nació; lo cual demuestra que más allá de todos los intentos para escamotear el nacimiento, su realidad permanece, de modo que lo que aparentemente es abrumador, lo material, se desvanece y lo que parecía desvanecerse, el nacimiento, brilla en toda su plenitud. Y así es como se sigue anunciado el mensaje que los ángeles trajeron a los pastores y que la estrella anunció a los magos hace más de 2.000 años. También en 2016.
i Juan 1:10
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