Paso a paso

Comienza el día. Te has levantado con la cara que portas los lunes con la diferencia de que hoy es viernes.

Supuestamente el viernes la cara tiene otro rictus, sonríes y sin pretenderlo eres más transigente, tienes un trato más amable con los demás. Pero hoy viernes no resultas tan agradable. Estás descontento, descuidado, enfadado, si me apuras podría describirte hasta un tanto frío.

Tienes la apremiante necesidad de no mediar con nadie, de permanecer ausente y dejar que pasen las olas sobre ti. Sabes que no es ese el camino correcto, que has de ocupar tu vida y así encauzarla debidamente.

Tus expectativas no se han cumplido, tu sueño se desvanece con la bruma de la mañana, cada vez lo divisas más lejano, más utópico.

Lo extraordinario está a la vuelta de esquina, agazapado en un rincón dispuesto a sorprenderte.

El gran viaje está por comenzar y en la antesala de lo porvenir has de aguardar, el cambio, el haz luminoso que hará resplandecer lo que la noche oscureció y las tinieblas desean perpetuar.

Cada pequeño paso te acerca hacia algo grande. Toma tu cayado y aventúrate. Él está a tu lado, no te dejará ni te desamparará.

Él fija sus ojos en ti, comprende tu desazón, Él sabe sobradamente cuál es tu necesidad y la atenderá a su tiempo, no dejará desamparado al justo.

Esa cara de lunes ha de cambiar, transforma tu apagada boca y esboza una sonrisa. Todo puede parecerte insulso, deslucido, apagado, molesto… lo sé, a veces a mí me ocurre, me sobresaltan días grises, días en los que los recuerdos tristes se me cuelan sin previo aviso y zarandean con fuerza mi presente aparentemente estable. En esos días me apoltrono en el sofá y durante horas lamento haberles dado una tregua en mi cabeza.

Tras ese desahogo que realmente considero necesario, busco una oquedad por donde se introduzca un rayo de luz, me aferro a esa vida que penetra en mi ser y contemplo como poco a poco la luz se hace más brillante iluminándolo todo.

Huye de esa fuerza irrevocable que te lleva a lugares a los que en realidad no quieres ir.

Deja latir en tu interior la voz de Dios, una voz sanadora, restauradora, transformadora. Voz de un padre amoroso que sigue deseando que el hijo pródigo regrese al hogar.