¿Tenemos miedo, tiene miedo el hombre de hoy a que el resplandor del Señor irrumpa en sus vidas?
“Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor”. ¿Hubo pavor, realmente, en el anuncio del nacimiento de Jesús? ¿Cómo sería el gran temor de los pastores cuando se vieron rodeados del gran resplandor de la mismísima gloria del Señor? ¿El que para ellos fuera algo fuera de lo normal les causaría una sorpresa pavorosa? ¿Se puede relacionar el anuncio del nacimiento con el pavor, el miedo, el temor, la sorpresa que, al sumergirnos en el misterio, nos puede asustar?
¿Nos puede rodear a nosotros hoy la gloria del Señor, su resplandor hasta sumirnos en el miedo? ¿Nos ha inundado alguna vez en nuestro ámbito espiritual, en nuestra vivencia de la espiritualidad cristiana la gloria resplandeciente del Señor hasta asustarnos, o vivimos la vida espiritual de manera plana y sin sobresaltos sobrenaturales? ¿Vivimos lo sobrenatural casi sin darnos cuenta y dentro de una normalidad cotidiana? ¿Nunca nuestra en vigilia nocturna hemos experimentado lo sobrenatural de manera que nos haya infundido algo de temor?
Quizás es que no hayamos notado nunca en nuestras vidas la irrupción de lo desconocido, lo totalmente otro, la irrupción de las fuerzas resplandecientes del más allá. Más aún en plena oscuridad, en plena vigilia, en la soledad de una noche que nos envuelve en halos de misterio. ¿Sería bueno que, en alguna ocasión, Dios irrumpiera en nuestras vidas con algún tipo de resplandor, aunque no sea visible con los ojos de la carne que, en ese “repente” nos sumergiera en el temor, en el miedo a la irrupción en nuestras vidas del Tú trascendente rodeado del resplandor de su gloria?
No sólo se vieron envueltos por un miedo invencible y sorpresivo, sino que hacia ellos bajaba un sonido que partía de la boca de un enviado, de un ángel. Afortunadamente, ese sonido ultramundano sólo pretendía suavizar o eliminar ese miedo: ¡No temáis!
En ese momento, el ángel lo que pretende es cambiar el temor por el gozo. Les dijo que lo que les estaba transmitiendo eran nuevas de gran gozo. La irrupción del más allá no tiene que darnos temor y si, a veces la irrupción de la gloria del Señor nos inunda, es para después transmutar el miedo y el pavor en gozo o, como dice el mensaje del ángel, en “gran gozo”.
Muchas veces, el resplandor del Señor cuando nos visita no coincide con lo habitual de nuestros resplandores, la fuerza de su sonido o de su voz, puede no coincidir con las voces que habitual y rutinariamente escuchamos. Nos sacude el cuerpo, nos agita el alma y nos pone en tensión poniendo toda nuestra atención en funcionamiento. Es Dios el que se acerca, es Dios el que nos habla. El miedo que nos puede atenazar la garganta, va a ser transmutado cambiado en una noticia de gran gozo.
No sé si hoy los jolgorios con los que las sociedades de consumo celebran la Navidad son para dar miedo o no. A veces nos debería dar por las formas antinavideñas de celebrar el nacimiento de Jesús. Las borracheras en las que muchos caen celebrando el nacimiento, las comilonas de espaldas a los empobrecidos por el sistema injusto, la increencia que celebra la Navidad como si fueran simplemente unas bacanales de invierno y la soledad de muchos pobres solitarios que no tienen familia, nos debería dar miedo hoy.
Quizás hoy en medio de estos jolgorios se debería acercar la gloria del Señor al mundo con su fuerte resplandor para hundir en el temor a tanta impiedad, a tanta increencia, a ateísmos que muchas veces pasan incluso desapercibidos por una sociedad en la que no predomina el resplandor del Señor. Sería bueno que en estos ambientes en el que se malcelebra la Navidad, se presentara de nuevo un ángel rodeado de la gloria del altísimo con un resplandor que cegara los ojos de muchos y les llenara de temor. Podría ser para ellos un revulsivo que les hiciera pensar y, quizás, surgiera la transmutación del temor en gran gozo y sus oídos se abrieran para escuchar la voz del Señor.
Los creyentes deberíamos ser agentes de esa gloria esplendorosa y deslumbrante para que la Navidad no se celebrara dentro de unos parámetros de falsa alegría y de gozo pagano. No, la Navidad no es una celebración pagana, no es el dar cauce a un cúmulo de orgías impías, no es ruido, folklore y borrachera. Más nos valdría caer en el temor debido a la irrupción en nuestras sociedades paganas del resplandor de la gloria del Señor llamando al cambio, a transmutar el miedo en gozo auténtico.
¡No temáis, creyentes del mundo! ¡Alegraos, pobres de la tierra! ¡Ayudad a eliminar todos los temores que se dan en torno al Evangelio! Es buena noticia. ¡Evangelio, Evangelio! Anuncio de Buenas Nuevas de salvación para todo el pueblo. Sí, las nuevas de gran gozo que transmitían los ángeles eran para todo el pueblo, para todo el mundo, para todos los rincones de nuestra tierra. No es para menos. Nos ha nacido nada menos que un Salvador que es “Cristo el Señor”.
Pregunta: ¿Tenemos miedo, tiene miedo el hombre de hoy a que el resplandor del Señor irrumpa en sus vidas? ¿Podemos nosotros ser portadores de ese resplandor de la gloria del Señor que les espante, pero que luego abra sus entendimientos para captar la verdad de un Evangelio que les llene de gozo? ¿Debemos ser nosotros los transmisores de esa alegría que viene de lo algo, de un gozo que transforma vidas? Quizás lo podamos intentar esta Navidad mientras gritamos por las calles: ¡Evangelio, Evangelio! Esto es, Buenas noticas de salvación para todo el pueblo.
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