A los ojos de Dios, la grandeza de una nación está en cómo trata a otros países, y la prosperidad material se debe ver como el resultado de la obediencia a los caminos de Dios.
Uno de los eslóganes de Donald Trump en su campaña electoral ha sido el compromiso de “volver a hacer América grande”. Queda por ver qué significará ese comproimo en términos de objetivos políticos o resultados, pero dado que muchos evangélicos han votado a Trump, vale la pena recordar cómo se ve la grandeza nacional desde una perspectiva bíblica.
Vamos a empezar con los inicios de la nación de Israel. Abraham fue llamado por Dios para salir de la ciudad de Ur (en lo que hoy es Irak) e ir a otra tierra, en donde Dios haría de él una nación grande.
Al principio no se nos dice mucho acerca de la naturaleza de esta grandeza, pero en el capítulo 18 Dios lo desarrolla en mayor profundidad: “¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra? Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él”. (Gen 18:17-19)
Christopher Wright enfatiza que la grandeza de Israel (el cumplimiento de la promesa de Dios) surgiría a través de su ética distintiva, no de su riqueza, ni de su poder político o militar. Esta fue la esencia de su misión nacional: ser un modelo para las naciones circundantes de cómo vivir según los caminos de Dios, que son justos.
Posteriormente, el contenido de este código ético se complementó con la ley mosaica. En el libro Dios, justicia y sociedad, Jonathan Burnside hace hincapié en que las relaciones correctas eran el denominador común de la ley, y que “la vocación de Israel es mostrar a las naciones cómo es una sociedad ordenada en terminos relacionales”.
Es decir, a los ojos de Dios, la grandeza de una nación está en cómo trata a otros países y, en lugar de ser el objeto de la bendición de Dios, la prosperidad material se debe ver como el resultado de la obediencia a los caminos de Dios. Administrar esa prosperidad implica la voluntad de compartir; las políticas aislacionistas no son compatibles con este ideal.
Hay algunas historias del Antiguo Testamento en las que podemos ver una aplicación clara de esta idea. El libro de Rut es un gran ejemplo: la historia de cómo la ley permitió a una viuda indigente y extranjera integrarse en la sociedad israelita, hasta el punto de que llegó a ser la bisabuela del rey David.
Cuando la reina de Saba fue a visitar al rey Salomon, hijo del rey David, le elogió no sólo por su esplendor y riqueza, sino también por la sabiduría de su gobierno, la felicidad de su pueblo, la justicia y la rectitud de su reinado y su devoción a Dios (1 Reyes 10:1-9). Curiosamente, la visita tenía un fuerte carácter comercial, ya que intercambiaron oro, especias y joyas, entre otras cosas.
Sin embargo, a menudo Israel es reprendido por no estar a la altura de los caminos de Dios, siendo ejemplo de lo contrario a la grandeza. Normalmente la idolatría era el primer pecado en el que caían: no sólo la burda inclinación ante imágenes de dioses falsos, sino también la adoración más sutil a cosas creadas en lugar de a su Creador, que es la raíz espiritual que se haya bajo el consumismo hoy en día.
Había también una serie de pecados económicos: manipular el mercado con pesos y medidas corruptos (Amós 8:5); hacer caso omiso de las obligaciones de asistencia a huérfanos y viudas (Zac 7:9-10); y explotar a los trabajadores mal pagados o inmigrantes (Deuteronomio 24:14). Dios no mide la grandeza de un sistema económico en términos de lo que puede ofrecer a la gente más inteligente, sino en si cubre las necesidades básicas de todos los miembros de la sociedad.
El sistema judicial también estaba corrupto, ya que los ricos podían librarse mediante sobornos y a los pobres se les negaba la justicia (Amós 5:12). Hoy en día, el precio de la representación legal es prohibitivo para los pobres, por lo que no es sorprendente que sólo las personas con ingresos bajos terminen en el corredor de la muerte.
Esto puede resultar sorprendente para muchos, pero Dios ordenó a Israel ser ejemplo de lo que es una guerra ética: entre otras leyes, no había reclutamiento, siempre se intentanban coneguir soluciones diplomáticas para la paz en primer lugar, y se prohibió arrasar las tierras por las que pasaban (Deut 20).
Cuando los vecinos de Israel violaron estos principios, los profetas Isaías y Amós les reprendieron por sus excesos militares. Dado que EEUU es la mayor potencia militar del mundo, tiene la responsabilidad de ser un buen ejemplo en lo relativo a las normas de guerra actuales.
La grandeza ante los ojos de Dios se asocia con la humildad; a los israelitas se les advirtió que no olvidaran nunca el hecho de que la gracia inmerecida de Dios era la fuente de su bendición, y que no pensaran con orgullo que su propio poder e ingenio era lo que les hacía ricos (Deuteronomio 8:10-14).
De hecho, los que tienen grandeza probablemente nunca utilizan ese adjetivo para describirse a sí mismos; del mismo modo, hay que tener cuidado al aplicarlo a tu propia nación.
Todos estos hilos y muchos más conforman el tapiz de cualidades que constituyen la grandeza de Israel como nación, y que puede inspirar a otras naciones en la actualidad. Todas estas cualidades tenían que trabajar de forma integrada para formar y gobernar el ideal de Dios para la sociedad en un mundo caído.
En consecuencia, no hay ninguna base bíblica para destacar sólo una o dos posiciones éticas y excluir todas las demás, lo que puede dar lugar a la clase de animosidad polarizada y voto monotemático que ha dividido a tantos en la guerra de culturas estadounidense.
Jesús es el único que tiene autoridad para decir cuál la ley más importante, y según él es amar a Dios con todo tu corazón y con toda tu mente, y a amar a los demás (incluyendo a nuestros enemigos) como a nosotros mismos.
Hablar es fácil, pero cumplir lo que se dice es mucho más difícil. Oramos para que Dios equipe a las iglesias de EEUU para que puedan ayudar a que su país vuelva a ser grande: no a través de los discursos de un partido político defectuoso, sino sirviendo y testificando juntos a nivel local en la búsqueda del reino de Dios y su justicia, que es lo que exalta a una nación (Prov 14:34).
Jonathan Tame es director del Jubilee Centre (Centro del Jubileo), en Cambridge.
Este artículo apareció por primera vez en la página web del Centro de Jubileo y se ha republicado con permiso.
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