Lo que Dios pagó por ti y por mí es de un valor infinito.
Román Abrahamóvich, el multimillonario ruso, es el accionista principal del Chelsea FC inglés. Hace unos años intentó comprar al jugador brasileño Ronaldinho, que en ese momento jugaba en el Barcelona FC y era el mejor jugador del mundo. Se habló de que, por aquel entonces, estaría dispuesto a dar cien millones de euros por él. Mucho dinero. Demasiado dinero. El dirigente ruso dijo en una entrevista que quería tener a Ronaldinho en su equipo a cualquier coste, aunque al final no pudo conseguirlo. Cuando leí la entrevista pensé: dice que haría cualquier cosa para ganar a Ronaldinho y tenerlo en su equipo… ¿Hasta qué punto lo quiere? ¿Estaría dispuesto a dar la vida de su propio hijo?
¡Vaya tontería de pregunta! ¡Claro que no! Una cosa es que tú desees algo con todo tu corazón y otra muy diferente el precio que estés dispuesto a pagar por tu deseo. ¡Solo el hacer la pregunta ya resulta ofensivo! ¡Todo tiene un límite!
Me hizo pensar. Y mucho. Ninguno de nosotros estaría dispuesto a pagar un precio tan alto por ninguna cosa. Nadie daría a su propio hijo por amor a otra persona. ¡Ni siquiera por su mejor amigo!
¿Ninguno? ¡Dios sí lo hizo!
Lo hizo, no para darnos algo material o para ayudarnos a conseguir un sueño. Lo hizo para algo muchísimo más importante: para pertenecer al «equipo» de Dios. ¡Estamos hablando de ser hijos de Dios y de vivir una vida absolutamente radiante y eterna! Dios envió a su propio Hijo a la muerte para que nosotros podamos tener vida. El Señor Jesús fue voluntariamente a morir para que tú puedas ser salvo: «Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos» (Juan 15:13).
¿Cuál es el valor que tengo? ¿Cuánto vale mi traspaso? ¿Cien millones de euros? ¿Mil millones de euros? ¡Es imposible poner una cifra! Lo que Dios pagó por ti y por mí es de un valor infinito. Ese es el valor que tenemos para Dios, el valor que él da a nuestra alma. Cuando nosotros queremos algo, pagamos lo que creemos que es justo, nos empeñamos en comprarlo por el valor que le damos. Puede que para otras personas no sea importante, pero para nosotros sí, y por eso lo queremos.
Dios pagó un precio infinito para comprarnos: la vida de su propio Hijo. Nos amó y se empeñó por nosotros. No por el valor que nosotros tenemos, sino por el que él nos da. Para él somos amados: dio lo mejor que tenía por nosotros.
¿Quién estaría dispuesto a dar algo por mí? ¿Cuál es el precio que tengo? El Señor Jesús entregó su vida por nosotros. Dio su propia sangre. Nadie estaría dispuesto a pagar tanto. Nadie hará jamás lo que el Señor hizo y hace por nosotros. Nadie nos ama tanto.
Yo no sé lo que harás tú, pero yo no puedo quedarme insensible después de una demostración de amor así. Es más, te diría que no existe un pecado más grande en todo el mundo que rechazar ese amor.
Aún con mis defectos y mis fallos, no puedo dejar de amarle. No puedo vivir un solo día sin él. No quiero dejar de seguir al Señor, disfrutando con él.
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