Hace unas semanas publiqué en Protestante Digital un artículo sobre Stott. Ahora me limito a recordar algunos momentos de una larga amistad.
Hago memoria de mi primer contacto con Stott y recuerdo que fue su libro
Cristianismo Básico que acababa de aparecer en inglés, y que mi mentor y amigo Roberto Young me regaló en marzo de 1959. El libro me cautivó, y recuerdo todavía que viajábamos por tierra de Quito, Ecuador, a Ipiales en Colombia, en una carretera no pavimentada. A pesar de los continuos saltos del bus no podía dejar de leer. La claridad, convicción y calidez del estilo no te dejaba soltar el libro.
Poco más adelante, en Agosto de ese mismo año lo conocí personalmente. Estábamos con René Padilla y otros asesores de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (CIEE), tomando un curso en Inglaterra. John Stott fue nuestro guía en la visita a la Universidad de Cambridge y lo escuchamos predicar durante el curso. Su figura elegante, su amabilidad, su profunda convicción evangélica, y su piedad sin afectación dejaron en mí una impresión profunda y duradera. De allí en adelante traté de leer cuanto salía de su pluma.
Mientras estudiaba mi doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, fui invitado al Congreso Mundial de Evangelización en Berlín, en noviembre de 1966. Allí volví a ver a Stott. Me saludó por mi nombre y con la mayor naturalidad me dijo que oraba regularmente por quienes trabajábamos con la CIEE en América Latina, y que seguía las noticias de nuestros esfuerzos. En el Congreso, su exposición de la Gran Comisión en el Evangelio de Juan fue impactante para mí porque tocaba una temática que habíamos ido desarrollando con René Padilla en el esfuerzo por ofrecer bases bíblicas para una misión integral. José Grau publicó en 1969 las exposiciones de Stott con el título
La evangelización y la Biblia.
Lo ví luego y
tuve oportunidad de conversar mucho con él en la convención misionera de universitarios celebrada en Urbana, Estados Unidos, en diciembre de 1970. Ese año la conferencia tuvo que confrontar el inquieto activismo social de los estudiantes agitado en parte por el evangelista afroamericano Tom Skinner. Algunos de los organizadores del evento que congregaba a 8,000 estudiantes se sentían nerviosos. Stott permanecía firme en su postura teológica evangélica pero abierto a la creciente conciencia social que se estaba dando en el proceso que siguió al Congreso de Berlín.
Tres años más tarde volví a encontrarme con él en la misma convención misionera. Para entonces mi familia y yo habíamos ido a vivir en Toronto, Canadá, donde fui director del movimiento estudiantil evangélico Inter Varsity (1972-1975). Stott vino como orador a algunos eventos y recuerdo que cuando mi esposa Lilly lo conoció y compartió de su amabilidad me comentó: “Este hombre es un santo”. Para entonces él esperaba con expectativa lo que había de ser su primera gira latinoamericana.
En enero de 1974 Stott y René Padilla realizaron institutos pastorales en México, Perú, Chile y Argentina. Fue la primera visita de Stott a América Latina y el tema fue “Hacia un cristianismo integral”, por cuenta de la CIEE y la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL). Para entonces disponíamos de sus libros
Cristianismo básico y
Creer es también pensar, en castellano.
El Congreso de Evangelización de Lausana en 1974 fue una prueba de fuego para la postura de Stott y del grupo de evangelistas, misioneros y pensadores que habían venido forjando una visión de la misión integral. Recuerdo las noches memorables trabajando hasta la madrugada en la redacción del
Pacto de Lausana . Su dominio del inglés, la claridad de su pensamiento y su capacidad para integrar posiciones aparentemente adversas fue decisivo en aquella difícil empresa, trabajando con tremendas restricciones de tiempo.
Stott fue persona clave en las conferencias y consultas que siguieron a Lausana especialmente Willowbank, Barbados sobre “Evangelio y Cultura” (1978) y Grand Rapids, Estados Unidos (1983) sobre “Evangelización y Responsabilidad Social de la Iglesia.” La calidad de los documentos finales de estas conferencias debe mucho a la capacidad editorial de Stott. Pero no sólo a eso sino a su irenismo, su capacidad de escuchar respetuosamente las posturas más diversas y tratar de buscar suficientes puntos comunes como para lograr un acuerdo. Algo nada fácil en reuniones internacionales e inter-denominacionales.
En junio-julio de 1977 la FTL auspició una nueva serie de institutos pastorales con John Stott y René Padilla en México, Guatemala, Ecuador y Argentina. Yo estaba entonces de regreso del Canadá y aunque por motivos de salud no pude asistir al instituto, al terminar éste, Stott vino a pasar un par de días en nuestra casa. Mi esposa Lilly se sintió muchas veces halagada por la sincera gratitud que él siempre expresó por la hospitalidad que ella le había ofrecido. Yo tampoco he olvidado ni cesado de agradecer la generosa nota bibliográfica que Stott escribió sobre mi libro
Christian Mission and Social Justice (1978).
En 1983 se realizó la Asamblea Mundial de la CIEE en Inglaterra. Después de ese evento Stott me invitó a presentar unas exposiciones en el Instituto para el Cristianismo Contemporáneo que había fundado en Londres. En aquella oportunidad fuimos huéspedes de Stott en su apartamento en Londres y él tuvo la amabilidad de invitarnos a Lilly y a mi a un picnic en Hyde Park. Fue inolvidable el exquisito cuidado con que nos atendió. Tomamos un té inglés completo que Stott había traido en una hermosa cesta. Él extendió el mantel sobre el césped y fue sacando las tazas, los platos, el té, los sándwiches y los pasteles. Y luego como fin de fiesta nos llevó a un concierto en el famoso teatro Albert Hall.
En enero de 1985 Stott pasó un mes con el equipo de la CIEE y unos cincuenta líderes estudiantiles evangélicos de toda América Latina, en Quito, en nuestro Seminario Continental. Su tema sobre hermenéutica y cultura buen muy bien recibido y dio lugar a un diálogo intenso. En esa oportunidad yo dejaba la Secretaría General de la CIEE en América Latina que fue asumida por el economista brasileño Dieter Brepohl. Fue valioso tener a Stott con nosotros en ese momento de transición. Desde entonces nos vimos muchas veces más en diferentes eventos y en diversas partes del mundo
La última vez que estuvimos juntos fue en Lima, Perú, en el año 2001. Vino con su sucesor Chris Wright a un seminario-taller para pastores sobre predicación. Se lo veía algo frágil, y por momentos necesitaba ayuda para caminar. Pero cuando llegaba al púlpito era otra vez Stott en lo mejor de su estilo: claro, contundente, pastoral con un tono de voz en el que había al mismo tiempo autoridad y afecto. Un día que paseábamos en Lima, tuvimos que esperar para cruzar una calle de dos carriles de autos. No había semáforo y la fila parecía interminable. Chris estaba a la derecha de Stott y yo a su izquierda. De pronto se abrió un pequeño claro en el flujo de autos y Stott saltó y en dos grandes trancos cruzo la calle. Cuando Chris y yo sorprendidos, alcanzamos a cruzar, Stott con una sonrisita pícara nos dijo: “No se olviden que yo vivo en Londres y allí en la calle sólo hay dos tipos de personas; los veloces y los muertos.”
Ha sido un privilegio único disfrutar de la amistad de este gran siervo de Dios.Verlo en acción en todas esas reuniones en las que ministraba la Biblia con habilidad singular y también contribuía a edificar el protestantismo evangélico a nivel mundial. Ya se ha encontrado cara a cara con el Señor a quien sirvió de manera ejemplar. Gloria a Dios por su vida y ministerio.
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