Vocación de mando

Estos seres que se las dan de tener el don de mando se mueven a su antojo por doquier, les dicen a cada uno lo que tienen o no tienen que hacer y, como en la ley del embudo, ellos hacen lo que quieren sin consultar con nadie, y si acaso alguna vez consultan es con los que forman parte de su camarilla. Vigilan, coartan la libertad, ordenan a los demás que se estén quietos o que se muevan, que no interrumpan, que hablen y actúen cuando ellos lo deciden. A quienes les sirven les otorgan un cometido, incluso el de cambiarse el nombre de pila, la de vivir donde ellos elijan y trabajar donde ellos deciden. Pero ellos no se sujetan a los mismos criterios que ordenan, o sea, no sirven. Lo que piden a los demás no se lo piden a sí mismos. Se lucen entre la gente vestidos con el atuendo que pertenece al cargo. Escrituran sus asientos y sin poderlo disimular ponen mala cara si alguien se atreve a ocuparlos. Sin ser mejores que nadie, esta es la actitud de los que lucen el traje de luces cuando más bien tendrían que acomodarse ellos mismos en su vida y sus familias y luego intentar arreglar algo de lo que hay fuera.

Estos, o estas, adecuan el tiempo ajeno, hacen que las horas del otro encajen con sus planes. No falla, suelen ser cabecillas de algún "proyecto divino" y se las dan de poder gobernar al resto. En nombre del Señor disponen del trabajo que harán o no harán los demás y en nombre del Señor acusan y disciplinan si no son obedecidos. Son como jefes frustrados que en empresas seculares no tendrían cabida alguna porque no valen, o como políticos vanos que no encajarían en ningún partido. Por eso, sobrados de ganas, dictadores natos, se abren paso en algunas iglesias para gustarse en la gloria que les proporciona el servilismo, pues sin el servilismo y sin el consentimiento no prosperarían. Podrían aprender y enseñar más del evangelio ya que con sus equivocados actos desorientan al prójimo inmaduro que se acostumbra a vivir en ese seudoevangelio.

Tozudos como ellos solos, sin plantearse siquiera otra opción, sin humanidad alguna, abusan de la autoridad incluso contrariando a la razón, porque eso es más fácil que entregarse. Servir cuesta y no están llamados a esto. ¡Ojo!, incluso se atreven a pedir oración comunitaria para saber mandar bien, no para servir bien.

Dijo François Fénelon: Nada sabéis si sólo sabéis mandar, reprender y corregir. Todo lo sabréis si sabéis haceros amar.  Y San Agustín: Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas.