En este
quiero mostrar mi propia indignación en un terreno que no creo haya salido a relucir en Sol, o en Plaça Catalunya, al menos como motivo de indignación: el -por llamarlo de alguna manera que sea comprensible para todos- religioso, o si queremos enfocarlo un poco más, cristiano.
Estoy indignado con aquellos que en este ámbito acumulan cargos de liderazgo en tantas y tantas entidades parar ser vistos, atesorar nombramientos y aparecer en las fotos, más que por vocación de servicio tal como haría Jesús si se encontrara en las mismas circunstancias.
Me irritan profundamente los maestros que saben impartir magistralmente los conocimientos que han aprendido del Maestro, pero que no pueden ser tomados como modelos a imitar porque su moral deja mucho que desear y no se ajusta precisamente a las enseñanzas y al modelo de Cristo.
Me ofenden los que predican un Evangelio, que no es más que “otro evangelio”, que presentan a un Señor “guay”, pero que se olvidan de advertir a sus oyentes que Dios está muy airado con ellos, que no tolera su pecado –por lo que su situación es realmente grave-, y que por eso hubo una cruz en la que murió Jesús.
Estoy enfadado con los pastores que invierten más tiempo en dar entretenimiento a su rebaño –presionados, cierto, por algunos sectores del mismo- antes que alimento sólido, con lo que se encuentran pastoreando una grey quizá más numerosa pero más débil, anémica incluso, con el peligro que ello puede representar para sus feligreses, aparte del hecho trágico de que se vuelvan estériles en el medio en que cada uno de ellos está.
No estoy de acuerdo con aquellos líderes que se atrincheran en sus capillas a las que quieren que las almas necesitadas acudan, en lugar de salir ellos a buscarlas. Que las miran desde una posición más alta, en lugar de descender a su nivel. No hizo así Jesús.
Me duele cuando -más de lo que desearía- veo que se defienden las estructuras de las instituciones eclesiásticas antes que las personas, que la ortodoxia formal e institucional esté por encima de las necesidades básicas y espirituales del hombre. Que tratándose de cuestiones fundamentales, y condicionados por dichas estructuras, se haga distinción entre lo propio y lo de los demás.
Al igual que en este movimiento protagonizado por los indignados también hago un llamamiento, y es para todos los que sientan la misma indignación que yo. No se trata de que se formen grandes asambleas como ha ocurrido en las plazas españolas, todo lo contrario. Basta con que se reúnan dos o tres en cada una, aunque, por supuesto, no están limitadas a este número. Que dejen sus guitarras, focos, micros y ordenadores. Que lleven consigo sólo la Biblia. Que estén dispuestos a escuchar en la Palabra la voz de Dios y a hablar con él por medio de la sencilla oración. Tampoco tengo por qué saber si mi llamamiento es secundado o no, basta con que lo sepa el Señor.
NOTA ACLARATORIA: muchas de las cosas que he mencionado no son malas en sí mismas, si ocupan el lugar que les corresponde, es decir, por detrás del Señor, de su Palabra y de las personas.
(*) Jesús, indignado
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