Es urgente replantearse qué es la inteligencia, quién la tiene por derecho propio y cómo la recibe quien no la tiene.
Con la asombrosa proliferación de tantos dispositivos tecnológicos está emergiendo una nueva clase de hogar, el hogar inteligente, que está gobernado por la inteligencia artificial. Ya no se trata solamente de máquinas que cumplen determinadas tareas físicas o mecánicas sino de aparatos que son capaces de sustituirnos en la toma de decisiones y ahorrarnos el tener que estar pendientes de multitud de detalles de la vida cotidiana.
El frigorífico de última generación no solamente conserva los alimentos, también sabe detectar la clase y cantidad que escasea de los mismos y de esta manera nos evita sorpresas desagradables de última hora. Podemos estar sabiendo lo que pasa en el interior de nuestro hogar en cualquier momento y desde la distancia, gracias a dispositivos que nos informan en tiempo real de lo que ocurre allí dentro. No hace falta estar presionando interruptores para apagar o encender luces, porque sensibles sistemas a los cambios de luz realizan esa tarea por sí mismos. Lo mismo ocurre con las labores rutinarias que envuelven algún tipo de ejercicio corporal, como levantar o bajar toldos o persianas, ya que eso está programado para que se efectúe sin intervención por nuestra parte.
Por supuesto, todo lo referente a la seguridad está controlado perfectamente por la tecnología, quedando las clásicas llaves y cerraduras relegadas a cosa del pasado, porque la detección por la huella digital, por el iris de nuestro ojo o por la identificación de nuestro rostro es la forma en la que las puertas se abren y cierran, habiendo claves alfanuméricas encriptadas que gobiernan el funcionamiento del hogar inteligente.
Naturalmente, el hogar inteligente se inserta en todo un universo de entes inteligentes, como edificios inteligentes, ciudades inteligentes, vehículos inteligentes, etc., por lo que el mundo que está surgiendo es, por definición, un mundo inteligente. Según ello, estaríamos a un paso de lograr el anhelado sueño de la humanidad.
Y sin embargo algo no cuadra, porque ante tanta efusión de inteligencia es precisamente la falta de inteligencia lo que fácilmente se constata por doquier. Es decir, asistimos a una paradoja: Superabundancia de inteligencia que coexiste con nulidad de inteligencia. ¿Cómo es posible esta contradicción? La respuesta es que una cosa es la inteligencia artificial y otra la auténtica inteligencia, estando de la primera sobrados y de la segunda mermados. Podemos fabricar vehículos inteligentes, hogares inteligentes, edificios inteligentes y ciudades inteligentes, pero la verdadera inteligencia es algo muy diferente.
‘Sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia’i, afirma el proverbio, lo cual significa que la inteligencia es más valiosa que todo lo demás. Aquí ya hay algo que choca de frente con la mentalidad materialista dominante, que pone por encima de cualquier cosa lo material. Pero hay algo más que el proverbio enseña y es la necesidad de adquirir la inteligencia, lo que presupone que no es innata al ser humano. En este momento alguien puede protestar porque si por algo se distingue al hombre del resto de las criaturas es, precisamente, por su inteligencia. Y es verdad que así es. Pero la clase de inteligencia de la que el proverbio habla no es la inteligencia tecnológica, por la que se conoce el funcionamiento del mundo, ni la inteligencia emocional, por la que sabemos relacionarnos con los demás y que ahora está de moda.
‘Yo soy la inteligencia’ii, dice determinado personaje en el libro de Proverbios. Eso implica que la inteligencia no es solamente una facultad sino que es una persona y de ella mana. Esa persona se describe a sí misma, mencionando su eternidad, su intervención en la creación del mundo y su íntima compañía con Dios. La búsqueda y hallazgo de esa persona se convierte, pues, en el objetivo prioritario en la vida, ya que no encontrarla supone quedarse sin la verdadera inteligencia, de la que brotan la justicia, la vida y la bendición. Esto es infinitamente más importante que vivir en un hogar inteligente o en una ciudad inteligente.
Si el ‘apartarse del mal es la inteligencia’iii entonces vivimos en un mundo y en una generación totalmente carentes de ella, porque la maldad está entronizada y hasta catalogada como si fuera el bien, multiplicándose sus seguidores cada día, que corren por sus desatinadas sendas hacia el precipicio de la ruina.
Es urgente replantearse qué es la inteligencia, quién la tiene por derecho propio y cómo la recibe quien no la tiene. En eso ya hay algo de inteligencia.
i Proverbios 4:7
ii Proverbios 8:14
iii Job 28:28
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