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Rezo maldito

El dinero tiene muchos adoradores en nuestras sociedades de consumo insolidario.

DE PAR EN PAR AUTOR Juan Simarro 02 DE NOVIEMBRE DE 2016 09:03 h

Decía uno de nuestros clásicos españoles, Quevedo, en una de sus composiciones poéticas: “Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado, anda continuo amarillo. Que pues doblón o sencillo, hace todo lo que quiero. Poderoso caballero es don Dinero”.  Rezo maldito.



La humillación ante el dinero. ¿Es acaso éste el nuevo ídolo de las “religiones” secularizadas del siglo XXI? La composición de Quevedo nos introduce en una especie de liturgia que ve que muchos se inclinan ante el dios de las riquezas. ¿Entra también, acaso, esta liturgia pagana en el seno de nuestras iglesias? 



No. No digo que en nuestras celebraciones se alabe al dinero, pero pregunto si, quizás, en la mente de los creyentes y en sus sistemas de vida se cuela de cierta manera este deseo satánico al que nos humillamos. Pregunto si en nuestros estilos de vida está también esta prioridad: “Madre, yo al oro me humillo”.



Quizás, sin querer y llevados por los ambientes de una sociedad con una valores en contracultura con los valores bíblicos, caemos en la trampa de Satanás de trabajar en pro del dinero como un fin en sí o valorar las posesiones económicas o acumulaciones como prestigiosas. ¡Cuidado! El dinero tiene muchos adoradores en nuestras sociedades de consumo insolidario. ¡Atención! No sea que, aun asistiendo al auténtico ritual para adorar al Dios de la vida, guardemos rincones en nuestro corazón para ese poderoso ídolo que también pide humillación y adoración.



Quizás los grandes bancos sean los nuevos templos para muchos en nuestra época. Quizás lo sean también aquellas grandes superficies comerciales en donde se nos llama al lujo y al consumo desmedido. Quizás nos entren deseos de humillarnos ante los escaparates de los vendedores de coches de lujo, de joyas, de productos de alta gama en general. Es como si fueran los nuevos ídolos que demandan adoración, humillación y entrega total e incondicional. No sólo son la otra cara de la pobreza, sino que son las consecuencias de la pobreza en la tierra, del egoísmo, de la idolatría. La acumulación y el lujo que ponemos en uno de los platillos de la balanza de la vida es la causa de que, al otro lado, en el otro platillo, se contemple la escasez en la que vive más de media humanidad.



Muchos, persiguiendo y cegados por ese metal amarillo ante el que nos humillamos, se dedican al duro trabajo más de las horas necesarias, otros buscan la escalada social a toda costa, no les importa que sea a costa de los despojos del prójimo al que mandan al reino del no ser de la marginación. 



Estos son los que ponen ante el altar del ídolo económico su tiempo y sus energías en busca del brillo del metal precioso, del rendimiento económico, del lucro. Y el ídolo poderoso los puede recompensar traspasándonos una obsesión idolátrica, una rutina martilleante, una especie de rezo maldito: “Poderoso caballero es don dinero”, pero un caballero que mata y no perdona, que nos demanda adoración a tiempo completo, que nos mete el veneno de la rentabilidad a tiempo completo.



Las bendiciones del poderoso ídolo pueden ser: el estrés y el sacrificar todo al servicio del brillo de las riquezas. Para muchos, el auténtico lugar “sagrado” de este mundo es el dinero. Y, cuando uno tiene el veneno dentro y el ídolo no nos da los rendimientos adecuados, podemos sacrificar en su altar hasta nuestros propios hijos y familias. Así, el coche grande se antepone muchas veces a la buena educación de los hijos y algunos brillos de esas bendiciones se anteponen a las auténticas necesidades de muchos hogares. Son las falsas bendiciones de la adoración y humillación ante el ídolo.



Las compensaciones del poderoso ídolo, al que nunca debemos lanzar nuestros rezos malditos, son muy concretas, medibles, contables, verificables, tangibles. No es de extrañar que, en muchos momentos, a los cristianos nos guste coquetear con este malvado ídolo que puede destrozar todo. ¡Cuidado! No sea que queramos adaptar la vivencia de nuestra espiritualidad cristiana a las exigencias y negras “bendiciones” del ídolo.



¿Es “sagrado” para nosotros, creyentes y seguidores del Dios Altísimo, el dinero, el deseo de humillarnos y adorar al oro? ¿Nos inunda el deseo de poseer? ¿Hacemos el rezo maldito? ¿Vemos las ganancias y el dinero como algo que en sí mismo tiene un valor absoluto? ¿Vemos como triunfadores a los acumuladores y a los que se enriquecen? ¿Se nos mete este ídolo en nuestra cabeza como mostrándonos que nuestra salvación humana y social está en rendir culto al brillo del oro, del dinero? ¿Acudimos al altar del ídolo de las riquezas para ver si podemos conseguir algunas de sus envenenadas “bendiciones”? ¿Acaso no nos importan las injusticias, las desmedidas acumulaciones, las desigualdades y la pobreza en el mundo? 



Tenemos que luchar y pedir fuerzas al Señor para ser infieles a este ídolo, para no dejarnos arrastrar por él, para entender la frase de Jesús: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Los cristianos debemos tener otros valores en contracultura con las ofertas del poderoso ídolo al que muchos se humillan, no coqueteemos acudiendo al falso altar que, en el fondo, nos quiere consumir. Recordad: No podemos servir a Dios y a las riquezas. Sigamos líneas de denuncia, de búsqueda de justicia, de compartir, de amar y de servicio al otro, al prójimo. Son las líneas de la vida, una vida que se puede anular ante el rezo maldito al ídolo envenenado: “Madre, yo al oro me humillo”.


 

 


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