El gravísimo problema que tienen los que creen en Diosito es que, en el fondo, creen en ellos mismos y Diosito no es más que una proyección de su corazón.
Confieso que era la primera vez que escuchaba el término y por tanto me chocó esa forma de referirse a Dios en diminutivo. En verdad no es la primera vez que alguien modifica la palabra Dios, porque ya los judíos sefardíes lo hicieron hace varios siglos en la famosa traducción denominada Biblia de Ferrara publicada en esa ciudad italiana en 1553, donde la palabra Dios es vertida Dio. La razón que ellos aducían para expresarla así era eliminar toda huella a una posible pluralidad en Dios, que la ‘s’ final en español facilita, lo cual abriría el camino para la doctrina de la Trinidad. En verdad el intento era querer rizar el rizo de su ortodoxia, aunque de manera infantil y hasta contradictoria, porque la palabra Dios en hebreo (Elohim) es un plural. Pero en su obsesión por el monoteísmo sin concesiones optaron por llevar las cosas hasta ese extremo.
De la misma manera que había una razón teológica en los traductores de la Biblia de Ferrara para modificar la palabra Dios, también ocurre lo mismo con los que usan la palabra Diosito. Tal vez conscientemente ni siquiera se han propuesto que su neologismo sea portador de un cambio teológico y hasta puede ser que la palabra teología les suene a chino o la repudien sin más. Pero, querámoslo o no, sepámoslo o no, todos estamos, cuando nos referimos a Dios, elaborando una teología. Qué clase de teología sea, si es buena o mala, dependerá de la medida en la que concuerde con lo que ha sido revelado en la Sagrada Escritura.
La enternecedora palabra Diosito parece ser ideal, porque pone todo el peso en el aspecto bondadoso y emotivo de Dios. Es alguien dulce, amable, propicio y siempre afectuoso. Responde a nuestras peticiones tal como nosotros las esperamos, se comporta conforme a nuestros deseos y es perfectamente predecible, según los razonamientos que nos hemos fraguado de él. Diosito transige con todo, lo consiente todo y lo concede todo. Es merecedor de nuestra ternura, al ser amoroso a más no poder. Es puro azúcar que se derrite en nuestro paladar. Diosito despierta nuestros mejores sentimientos y emociones, que son el vehículo por el que le conocemos. Diosito es doméstico y hasta está domesticado para que podamos usarle siempre que le necesitemos. Es encantador.
Pero el problema es que Diosito y Dios no son lo mismo. En realidad Diosito no es más que un invento más del corazón humano, una fabricación hecha al antojo del usuario, de acuerdo a sus deseos e imaginación. Hay los que fabrican dioses de madera o piedra y hay los que fabrican dioses inmateriales, pero que no dejan de ser dioses. En esa categoría está Diosito. Y es que la tendencia innata a la idolatría que arrastramos desde que nacemos es inagotable y multiforme.
Solamente hay una manera por la que podemos combatir esa propensión a inventarnos nuestros propios dioses y es ir a la fuente original de la revelación de Dios. Allí hallaremos cosas que no concuerdan con nuestros planteamientos, que contradicen nuestras presuposiciones y hasta otras que están más allá de nuestra capacidad de comprensión. Allí encontraremos la enseñanza integral sobre Dios, con todos sus majestuosos atributos, entre los que por supuesto están los de compasión, amor y misericordia, pero también los de justicia, verdad y soberanía. Algunos de ellos nos resultarán asequibles, otros no tanto y otros hasta inasequibles. Pero incluso entre los que nos parecen más asequibles hay que tener en cuenta que nunca están en contradicción ni pueden ser divorciados de los que nos parecen más inasequibles. Porque en el momento que decidamos quedarnos con lo que nos gusta y desechar lo que no nos gusta, estaremos haciendo lo que dijo Agustín de Hipona: ‘Si crees lo que te gusta de los evangelios y rechazas lo que no te gusta de ellos, no crees en el evangelio sino en ti mismo.’
El gravísimo problema que tienen los que creen en Diosito es que, en el fondo, creen en ellos mismos y Diosito no es más que una proyección de su corazón. Pero cuando lleguen las contrariedades, las circunstancias inexplicables y las muchas contingencias que se presentan en la vida, la teología de Diosito se vendrá abajo como un castillo de naipes, al no poder dar la respuesta satisfactoria, adecuada y esperada, quedando sus adoradores confundidos y avergonzados.
Por todo ello, es insensato fabricarse un dios a nuestra imagen y semejanza. Más bien, lo que debemos hacer es buscar al Dios verdadero, que nos hizo a su imagen y semejanza. Y buscarlo de acuerdo al registro confiable que nos ha dejado, que no es nuestro corazón ni nuestra imaginación, sino el Libro cuyos últimos renglones se escribieron hace más de mil novecientos años.
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