A diferencia de Jesús, nos preocupa más la condenación del pecado que la indignación por el sufrimiento; invertimos más energía en el posicionamiento eclesial que en la lucha por la justicia social y los grandes males estructurales que nos aquejan.
La imagen que proyectan las iglesias evangélicas de Colombia después del plebiscito del 2 de octubre es la de comunidades que no quieren la paz. Esto es falso. Quieren la paz, esperan que las FARC-EP se reintegren a la vida civil y que lleguen a un acuerdo con el gobierno del presidente Santos. Pero quieren una paz, una reintegración y un acuerdo que contemple sus reclamos y hagan visible su presencia en el escenario nacional.
Me explico: las iglesias buscan que en los acuerdos se asegure que “el modelo de la familia tradicional” sea reafirmado y que no se concedan prebendas jurídicas a los movimientos de la diversidad sexual (LGTBI: lesbianas, gays, bisexuales y personas transgénero). También piden que se reconozca a las iglesias evangélicas como un colectivo que ha padecido el conflicto y que sus víctimas sean reconocidas, restituidas y restauradas. Y, finalmente, que las iglesias sean reconocidas dentro del concepto de participación ciudadana y que su aporte sea contemplado en los procesos del posconflicto en los entornos rurales, regionales y nacionales.
Las iglesias tienen pánico de que la comunidad LGTBI “se tome el país” y, como me escribía un joven pastor, se les dé “poder para legislar”. En algunos de los discursos de los líderes evangélicos asoma también el horror porque el presidente Santos esté promoviendo el ascenso de la izquierda “castro-chavista” y les entregue el país “a los comunistas de las FARC-EP”. En fin, estos son los argumentos que volví a escuchar esta semana en mi nueva visita a Bogotá. Hay otros argumentos como, por ejemplo, que los responsables de crímenes atroces deben pagar por sus delitos con reclusión efectiva; aunque, la verdad sea dicha, estos últimos alegatos jurídicos no encienden tanto los ánimos como los recelos morales.
Estuve en Bogotá para representar a World Vision-Colombia junto a mi colega Viviana Carolina Machuca en la Comisión de Víctimas, cuyo encargo era redactar las modificaciones al Acuerdo de Paz en los párrafos atenientes a la reparación, restitución y visibilización de víctimas del sector religioso. El resultado de nuestro trabajo será presentado, junto al de otras Comisiones, por la Confederación Evangélica de Colombia, CEDECOL, al Presidente de la República en los próximos días.
En una reunión convocada esta semana por el Ministerio del Interior donde estuvo presente el señor Ministro Juan Fernando Cristo, se nos anunció que los reclamos de las iglesias serán tenidos en cuenta. La ideología de género no será parte del Acuerdo. Este reclamo es de fácil trámite para el Gobierno porque el tema nunca estuvo contemplado en el texto; eso lo puede comprobar quien tenga la paciencia de leer sus 297 páginas (y sabemos que muchos líderes evangélicos no leyeron el Acuerdo y, ¡qué pena da decirlo!, los que lo leyeron confundieron “enfoque de género” con “ideología de género”). También afirmó el Ministro que las víctimas del sector religioso serán tenidas en cuenta (y la verdad es que esto es procedente porque la población evangélica de muertos, desplazados y afectados por la violencia de las FARC-EP suma miles). Y, finalmente, la igualdad religiosa será mencionada en el texto del Acuerdo (y esto también vale, porque en Colombia, aunque existe la libertad religiosa, aún hace falta avanzar en la igualdad y equidad de la misma).
Hoy 14 de octubre de 2016, los pastores J. Milton Rodríguez, Héctor Cañas y Héctor Pardo en representación del Pacto Cristiano por la Paz (PCP) presentaron ante los medios de comunicación un Manifiesto con ocho temáticas que los cristianos evangélicos piden al Gobierno nacional. Antes de mencionar las “temáticas” me pregunto: ¿por qué ellos hablaron en nombre del pueblo evangélico y del PCP y no de CEDECOL quien días antes los nombró como garantes de sus propuestas? Yo trabajé en una de las comisiones de CEDECOL y lo que ellos presentaron no es el resultado de esas comisiones. Algo anda mal; muy mal. Pero, bueno, sigamos. Las temáticas del Pacto Cristiano por la Paz son y las transcribo de manera textual: (1) Enfoque en la familia tal como lo establece la Constitución y que se integre transversalmente en todo el Acuerdo como principal víctima del conflicto. (2) Participación política en igualdad de condiciones. (3) Reconocimiento individual y colectivo de los líderes e iglesias cristianas como víctimas del conflicto armado para así lograr su reparación. (4) Protección del derecho a educar a los hijos conforme a los principios y valores y la autonomía de las instituciones educativas. (5) Respeto y la protección a la libertad de cultos y la objeción de conciencia. (6) Justicia transicional respetando el debido proceso. (7) Protección a la propiedad privada, y (8) Eliminación de los conceptos identidad de género diversa, orientación sexual diversa que desemboca en una ideología de género y la eliminación del enfoque diferencial.
Como se puede apreciar, la mayoría de estos reclamos ya los ha considerados el Gobierno y serán integrados al nuevo Acuerdo. Como es obvio, en estos casos no faltarán las discusiones, los desacuerdos en algunos puntos (sobre todo en el último punto), pero, en lo general, se espera que atendidos los reclamos las iglesias se sumen al clamor nacional para que los acuerdos finales lleguen pronto (# AcuerdosYa).
Observación final: de las “ocho temáticas” del Manifiesto solo una de ellas menciona a las víctimas. En mi opinión es lamentable que el sector evangélico representado por el PCP no se pronuncie, defienda y se preocupe más por las víctimas. Obsérvese bien: siete de las temáticas se refieren de manera exclusiva a los intereses de la moralidad evangélica, de la visibilidad institucional y la representación política de las iglesias mismas y solo una de las ocho a las víctimas… y no a todas, sino a las evangélicas en particular.
Lo anterior es un nítido, aunque doloroso retrato de nuestras prioridades de fe y del enfoque misionero que nos distingue. A diferencia de Jesús, nos preocupa más la condenación del pecado que la indignación por el sufrimiento; invertimos más energía en el posicionamiento eclesial (ahora decimos que somos el 25% de la población colombiana, cifra que ninguna investigación seria ha confirmado) que en la lucha por la justicia social y los grandes males estructurales que nos aquejan. Al parecer, para nosotros está primero el amor a los valores que el valor del amor al prójimo sufriente.
A propósito de la celebración de la Reforma protestante que celebramos por estos días, bien nos hace recordar a Lutero, quien enseñaba:
El cristiano vive no sólo en su cuerpo y para él mismo, sino también con y para las demás personas. Esta es la razón por la cual no podemos prescindir de las obras en el trato con nuestros prójimos; aunque dichas obras en nada contribuyen a nuestra justificación y salvación. La vida cristiana consiste en realizar buenas obras con intención libre y las miras puestas sólo en servir y ser útil a los demás, sin pensar en otra cosa que en las necesidades de aquellos a quienes servimos. Este modo de obrar para con los demás es la verdadera vida del cristiano, y la fe actuará con amor y gozo; una vida en la que todas las obras atienden al bien del prójimo, ya que cada cual posee con su fe todo cuanto para sí mismo precisa y aún le sobran obras y vida suficientes para servir al prójimo con amor desinteresado”. (Martín Lutero, La libertad cristiana, 1529).
Como decimos de manera coloquial en Colombia, ¡hola, dejémonos de vainas! es tiempo de que las iglesias en Colombia demos testimonio de paz; que no vivamos solo para nosotros, sino también por los demás.
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