En la primera mitad del siglo XX, para dar cobertura espiritual a los nuevos creyentes asentados en la zona, las grandes denominaciones protestantes irían fundando congregaciones, aunque no existiese libertad religiosa.
La tradición protestante de estas dos comunidades tiene el componente diferenciador del norte de África, como ciudades frontera, sujetas a los flujos de ciudadanos de diferentes creencias y a la vez ciudades militares y de comerciantes y trabajadores en busca de oportunidades.
Los protectorados español y francés del norte de África tuvieron en sus territorios misioneros y obreros que trabajarían también en estas ciudades autónomas, como en Tánger, Tetuán y Gibraltar. En la primera mitad del siglo XX, para dar cobertura espiritual a los nuevos creyentes asentados en la zona, las grandes denominaciones protestantes irían fundando congregaciones, aunque no existiese libertad religiosa.
Son citados entre los pioneros, el caso de los Newton, misioneros bautistas de la Foreign Mission Board of the Southampton Convention (FMBSBC), que abrieron obra en ciudades como Melilla o Rabat (Anderson, 2003: 495), del norteamericano Pedro Arriada, del pastor y misionero cubano Rubén Lores (1924-1992) de la Iglesia Bíblica de Tánger, o del mismo Juan Antonio Monroy, bautizado por Rubén Lores en Tánger. Ya desde 1868 Ruet y Trigo habían trabajado desde Gibraltar o desde Orán en congregaciones de españoles emigrados.
Actualmente en Ceuta existen siete comunidades evangélicas. La Casa de la Alabanza de Iglesias de Dios de España data de la década de los cincuenta. Las otras seis corresponden al período democrático. Dos de ellas, Betel y Remar se enmarcan en el grupo de denominaciones evangélicas que se consolidaron entre finales de los ochenta y principios de los noventa, centrándose en la obra social de atención a drogodependientes; el Hogar de la Biblia funciona a modo de librería cristiana; y las otras tres son de más reciente implantación.
El movimiento evangélico en estas ciudades y el establecimiento de congregaciones estables, es más tardío. La iglesia bautista independiente de Melilla tiene presencia desde los años veinte del siglo XX por los bautistas del sur de Estados Unidos, pero solo hay constancia de un grupo de creyentes por 1958.
En 1964 la convención religiosa norteamericana Foreign Mission Board of the National Baptist Convention (FMBNB) adquiriría el local, una antigua caballeriza, que sería el actual templo transformado por los propios creyentes. Esta Sociedad misionera enviaría al matrimonio Newton que se estableció en Melilla, formando una congregación de habla española.
Quizás el personaje más destacado, promotor y pionero de estas congregaciones melillenses sea Juan Antonio Monroy. Es magistral el prólogo que hace Manuel López Rodríguez a la obra de Monroy “Un protestante en la España de Franco” que no deja de ser una biografía del autor Juan A. Monroy.
López Rodríguez, se refiere, entre otras muchas cosas, al “Libro de la memoria de las cosas” de Jesús Fernández Santos, donde describe un mundo protestante en declive y decadencia, hecho de monotonía, tristeza y cansancio, cuando también lo pudo haber contrapuesto con otros lugares como Tánger, ciudad cosmopolita y próspera.
Tánger, en los años del protectorado español, tiene la presencia de una misión protestante internacional que se reunía en Zoco Grande y un hombre convertido por los años 50, todo energía y entrega a la causa del Evangelio. La descripción que hace López, de Juan A. Monroy, no solo se refiere a su actividad literaria y al que describe como el escritor protestante de referencia de todos los tiempos, sino por su lucha por las libertades y su visión evangelizadora.
No era nada fácil evangelizar en la España de Franco. Estaba prohibida la apertura de locales de culto. Se multaban las reuniones en las casas con más de veinte personas reunidas. El no pagar las sanciones les podía suponer la cárcel. Los soldados eran enviados a los calabozos al negarse a asistir a misa.
Declarar ser protestante podía suponer quedarte sin trabajo. Los hijos discriminados en escuelas y Universidad. Las ciudades sin cementerio civil a la muerte de un evangélico, era bochornosa la lucha por parte católica de su cadáver para enterrarlo católico. La impresión de literatura estaba prohibida, llegando a tener penas de cárcel por un simple folleto. Un largo listado de cosas que fue necesario denunciar y combatir por todos los medios. Juan Antonio Monroy utilizó su hábil pluma para esta lucha desigual.
Rubén Lores, era un misionero cubano y desde el primer momento pidió prestado el local de la iglesia evangélica francesa con el propósito de formar congregación. Otro matrimonio estadounidense, Pedro y Sara Harayda, llevaba diez años en Tánger, pero no había sido capaz de formar congregación. En 1950 se convierte Monroy tras un mensaje de Lores. La familia Monroy llevaba en Tánger desde 1948 y Monroy permaneció hasta 1965 para venirse a Madrid.
Es importante recordar que aún en territorios del Protectorado más alejados España y de Francia, se perseguía simplemente por repartir folletos. Monroy fue expulsado por seis años del Protectorado por repartir folletos camino a Larache. Pero a la vuelta de los seis años en Larache fundaría una congregación cuyos miembros se repartirían con el tiempo por Barcelona, Málaga, Alemania o Madrid.
Melilla.
Según Monroy , en Melilla no hubo evangélicos hasta 1928 con la llegada de Alfonso López.
“Este hombre, -dice Monroy- un ángel vestido de carne, nació en Alcantarilla de Murcia el 13 de abril de 1895. A los ocho años de edad fue llevado por sus padres a Melilla. Allí creció. Al cumplir los 25 años contrajo matrimonio y decidió trasladarse a Madrid en busca de trabajo. Su situación económica no mejoró, pero aquí fue convertido al Evangelio de Cristo y bautizado en las aguas del río Manzanares el 13 de febrero de 1925, una mañana de mucho frío. López regresó a Melilla en 1928, montó una barbería, como entonces se llamaban las peluquerías, e inició una callada, pero efectiva labor de evangelización. Yo fui por primera vez a Melilla en diciembre de 1956 para ayudar al pequeño grupo de cristianos que se reunía en casas particulares y hasta ahora continúo vinculado con la Iglesia en la ciudad hispano-marroquí. Alfonso López falleció en Málaga el 6 de abril de 1983, a los 88 años cumplidos. Nunca le faltó un hogar cristiano ni nuestro apoyo económico. Después de la guerra incivil española los comisarios de policía más duros, los alcaldes más intolerantes y los curas más fanáticos y sectarios se dieron cita en Melilla. La historia vivida por los evangélicos de Melilla entre 1936 y 1966, año más o menos, está marcada por las persecuciones, los encarcelamientos, los allanamientos de morada, los insultos, las discriminaciones de los niños en los colegios, las multas y, de forma indirecta, hasta la muerte. Yo sufrí parte de esa historia”.
La forma de contarnos Monroy sus vivencias, nos descubre toda la socio-cultura de la época y la forma de luchar de los evangélicos por las libertades:
“En julio de 1957 fui llamado para llevar a cabo una semana de reuniones evangelísticas en Melilla. Nada ocurrió durante aquella semana. No querían conflictos con un periodista que residía en Tánger. Pero tres días después de mi regreso fui llamado urgentemente. Alfonso López había sido arrastrado hasta la comisaría de policía. Tomé de nuevo el avión y me presenté en Melilla. Investigué, pregunté, rogué, amenacé, de nada sirvió. Como responsable de la Iglesia Alfonso López fue condenado a una multa de 3.000 pesetas, 500 por cada reunión en la que yo había predicado, y encarcelado durante 15 días. Un jueves por la mañana acudimos un grupo de nosotros con la intención de animarle en su injusto encierro. Miguel Quesada, Rafael Reygaza, Joaquín López y otros cuyos nombres no recuerdo nos apiñamos a la entrada de la prisión. No consintieron que viéramos a Alfonso. La puerta del despacho del director estaba abierta. A través de ella escuchamos la conversación que éste sostenía con el capellán de la cárcel. El cura pintaba al director su particular versión de los protestantes. Tantas y tan burdas patrañas salían de la boca del cura y se alojaban en el cerebro del funcionario, que, todo lo fuerte que me permitió mi garganta, grité desde el otro lado de la puerta: “Todo eso es mentira. Déjeme entrar”. El director salió, me hizo pasar, hablamos sin discutir, suavizó el encarcelamiento de Alfonso López y el cura me pidió que le hiciera llegar unos libros sobre protestantismo a fin de conocernos mejor. Varios jóvenes fueron a su casa un atardecer, ya anochecido, con los libros prometidos, y lo que vieron y oyeron en la casa del cura, acompañado de algunas féminas de la parroquia, vale más no escribirlo. Que hablen aquellos jóvenes, algunos todavía viven.
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