La película Carros de Fuego fue galardonada con cuatro Oscar de la Academia de Hollywood. Narraba la historia de dos corredores británicos que participaron en los Juegos Olímpicos de París: Harold Abrahams y Eric Lidell. Las motivaciones de los dos eran muy diferentes: Harold corría para ganar, mientras que Eric decía una y otra vez: «Dios me ha hecho rápido y cuando corro le complazco». Los dos llegaron a ser campeones olímpicos, pero Eric renunció a todo al volver a su Escocia natal para partir como misionero a China. Murió allí, y toda Europa le lloró.
Héroes, personas extraordinarias. Todos los identificamos de inmediato, y en cierta manera a todos nos gustaría vivir como ellos.
Déjame decirte que los héroes de Dios son personas muy diferentes a lo que nosotros pensamos. Nuestros héroes son triunfadores y ricos, poderosos y conocidos; fuertes y extraordinarios; elegidos por el destino para ocupar pedestales sociales.
Los héroes de Dios tienen otras cualidades: «Por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia, obtuvieron promesas, cerraron bocas de leones, apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada; siendo débiles, fueron hechos fuertes, se hicieron poderosos en la guerra, pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron a sus muertos mediante la resurrección; y otros fueron torturados, no aceptando su liberación, a fin de obtener una mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y hasta cadenas y prisiones.
Fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a espada; anduvieron de aquí para allá cubiertos con pieles de ovejas y de cabras; destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era digno), errantes por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas de la tierra» (Hebreos 11:33-38).
La Palabra de Dios dice más adelante que
el mundo no era digno de ellos. Una frase curiosa, porque mientras muchos se empeñan en ser famosos «en el mundo», el Dios eterno nos enseña que los verdaderos héroes no tienen su lugar aquí. Sobrepasan con mucho las expectativas que las personas tienen de ellos. No son de este mundo, viven en la eternidad. Juan Bunyan puede representarnos a todos. El famoso escritor y predicador terminó su obra maestra
El progreso del peregrino cuando estaba en la cárcel de Oxford. Las palabras que el fiscal pronunció al condenarlo a muerte por predicar el evangelio están escritas en una estatua que ha sido dedicada en su honor en la ciudad en la que nació: «Por fin hemos terminado con este pensador y su causa. Ya no nos volverá a molestar, porque su nombre, encerrado en prisión igual que él, pasará al olvido. Hemos terminado con él para toda la eternidad».
El sentido del humor de Dios se entremezcla con lo que algunos llaman «la ironía de la historia» por no comprender que Dios está detrás de todo lo que ocurre. Millones de personas han leído su libro y han llegado a la eternidad guiados por su escritor.
Lo que hace a un héroe es la dependencia de Dios. «Voy a hacer que mis palabras sean en tu boca como fuego» (Jeremías 5:14). Esa es una promesa de Dios para todos los que creemos en él. Solo Dios sabe lo que puede hacer en tu vida; no desistas, porque eres un héroe para él.
No venimos aquí para entretenernos sino para cambiar la historia.
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