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‘En el camino’ incierto de Kerouac

Los beat acaban con la idea cristiana de pecado, y se consideran esencialmente “santos” al corromperse por la civilización y pretender ser salvos redescubriendo su naturaleza original.
MARTES AUTOR José de Segovia Barrón 28 DE MAYO DE 2013 22:00 h

“El camino más corto para encontrarse uno a sí mismo da la vuelta al mundo”, dice Keyserling. La generación beat recorrió América buscando en la carretera la satisfacción y realización que no habían encontrado en la vida. Releo estos días “En el camino” de Jack Kerouac –que ha intentado llevar al cine el brasileño Walter Salles–. Lo leo en una edición de estudio que ha utilizado mi hija Lluvia, para hacer un trabajo en la universidad. Tiene en la contraportada, en grande, la frase de Bob Dylan: “cambió mi vida, como la de todos”.

Muchos adolescentes en los años sesenta se lanzaron a la aventura de hacer autostop, al leer este libro de finales de los cincuenta. La poesía, el café y el jazz, se unen a un vagabundeo existencial, experimentando con la droga y el sexo. “¿Búsqueda o huída?”, titula mi hija su trabajo. Kerouac lo describe en una carta a un estudiante en 1961, como “la búsqueda de Dios”. Es por eso que la especialista en la generación beat, Ann Charters, nos dice que era “una búsqueda fundamentalmente espiritual”.

El personaje de la novela llamado Dean Moriarty, está claramente inspirado en el amigo del escritor, Neal Cassady. La locura por la que parece abocado a “vivir rápido y morir joven”, ejerce una extraña fascinación en el narrador que representa a Jack y tiene el significativo nombre de Sal Paradise. Su hambre del Paraíso le lleva a buscar nuevas experiencias, ansiando la libertad e intensidad de una vida plena. Kerouac hizo que la escritura pareciera algo apasionante. Sacó la literatura de bibliotecas polvorientas y premios académicos, para unirla a la música, la carretera y la búsqueda de sentido a la vida.

Si el cine de los cincuenta tenía a James Dean y Marlon Brando, o la música popular a Elvis Presley, la literatura encontró en Jack Kerouac el símbolo de una nueva generación. No es el autor más importante de aquel tiempo, pero representa la agitada incertidumbre de la época de post-guerra, que sembró la semilla de la revolución social de los sesenta. Su imagen rebelde de cuerpo atlético, que lleva camisas de leñador, vaqueros y botas, sorprende por su educación, que se expresa en frases enigmáticas, continuas lecturas y viajes sin descanso, trabajando en cualquier cosa.

LA GENERACIÓN BEAT
La generación beat –como el propio Kerouac la denominó– hizo de San Francisco y el Greenwich Village de Nueva York, el centro neurálgico de un movimiento, cuyas inquietudes revolucionaron el mundo. Convertido en icono de la cultura popular, “Kerouac abrió millones de cafés y vendió millones de Levis”, dice William Burroughs. Su tumba es un centro de peregrinación, desde que el poeta Allen Ginsberg apareciera en una película y unas fotos con Bob Dylan, visitando su lápida.

Un compañero de John Lennon, cuando estudiaba arte en una academia de Liverpool, Bill Harry, recuerda al músico leyendo En el camino. “Estábamos siempre hablando de la generación beat”, dice. El poeta Royston Ellis afirma que fue por sugerencia suya que en 1960 cambiaron la forma de escribir Beetles por Beatles. De cualquier forma, dieron a conocer este nombre en todo el mundo.

Los hippies compartían también la pasión de los beat por San Francisco, las drogas y las religiones orientales. Idealizados por la cultura rock, todavía hoy músicos como Bruce Springsteen, no sólo llevan las camisas y vaqueros de Kerouac, sino que basan en él toda su fascinación por el origen trabajador, la educación católica, los coches rápidos y los paisajes abiertos.

La pregunta que se hace el evangélico Steve Turner en su apasionante biografía del escritor, es si ellos nos salvaron de la hipocresía y el materialismo, o nos llevaron a la autoindulgencia y la irresponsabilidad.

BÚSQUEDA ESPIRITUAL
El personaje de Sal Paradisecree, como Jack, que América ha perdido el alma con su materialismo. Tiene profundas inquietudes espirituales y “espera que Dios le muestre su rostro” –como explicó el escritor a un periodista, que le preguntó qué era lo que buscaban los beat. En su famoso artículo para la revista Playboy, Kerouac dice que casi todos sus libros tienen que ver con la antigua pregunta: ¿Qué debo hacer para ser salvo?”.

La filosofía de la generación beat se suele asociar con el orientalismo, pero Kerouac dice que “En el camino” es “una historia de dos amigos católicos en busca de Dios”. Representa “el deseo de salir de este mundo (que no es nuestro reino), elevarse extáticamente, salvarse, como si las visiones de los santos de los claustros de Chartres y Claraval estuvieran de nuevo con nosotros”. Fue Ginsberg quien introdujo a Kerouac en el budismo. El autor de Aullido (1956) piensa que “la espiritualidad era lo primero”, para los beat, “porque todos teníamos algún tipo de experiencia visionaria, que nos empujaba fuera de una mera noción del arte como carrera o comercio”.

Jack sintió que la religiosidad beat indicaba un avivamiento espiritual en América. Incluso vio paralelos entre su movimiento y las conversiones masivas que había en las campañas del joven Billy Graham. “Nunca he oído hablar más sobre Dios, las últimas cosas, el alma y a dónde vamos, que entre los chicos de mi generación”, dice Kerouac en 1958.

EDUCACIÓN CATÓLICA
El autor de “En el camino” nació en 1922 en la pequeña comunidad francófona de Lowell (Massachusetts). Su familia era católica. Y su infancia está marcada por la muerte de su hermano Gerardde una fiebre reumática en 1926. A él le dedica un libro que pretende registrar sus visiones.Le presenta como un pequeño santo, rodeado de monjas, que toman notas de sus palabras al morir. Sus recuerdos de él moribundo se mezclan con la imagen de Cristo sangrando, que veía a tamaño real en la reproducción de una gruta que había en una calle de su pueblo. Era una localidad tan católica, que tenía doce quioscos iluminados con las imágenes de “los pasos de la cruz”.

Jack nunca olvidó a su hermano muerto en aquel féretro blanco, puesto en la habitación al frente de su casa, antes del funeral. A partir de entonces tenía miedo a la oscuridad y quería saber cómo podía ir al Cielo para estar con su hermano. De hecho, un tiempo esperó volverle a ver aparecer resucitado, como Cristo, pero no encontró más que “los horrores del Jesús de la Pasión”. El Cristo de Jack siempre está sufriendo o muriendo, en sus primeras historias. Su literatura refleja su educación católica en un colegio de monjas, y luego con jesuitas.

Otro recuerdo de infancia que siempre le atormentó, ocurrió cuando cruzaba con su madre un puente sobre el río Merrimack, algunos años después de la muerte de su hermano. En ese momento vio a un hombre que caía de repente muerto de un ataque al corazón. La imagen de su cuerpo caído, los pantalones mojados de orina y las oscuras aguas que corrían debajo, le acecharon continuamente. Toda su vida tuvo un tremendo miedo a morir repentinamente.


NUEVAS EXPERIENCIAS
Su afición por el fútbol americano le lleva a conseguir una beca para estudiar en la Universidad de Columbia en 1939. Es así como Jack descubre la ciudad de Nueva York. Sus compañeros le recuerdan como alguien afable, pero reservado. Por su figura atlética fue muy popular entre las chicas, pero su amigo Joe Kennedy le recuerda como alguien insatisfecho. Ambos compartían su educación católica en Nueva Inglaterra, pero él cree que “Jack estaba siempre buscando algo, que nunca encontró”.

Leía mucho, pero en esa época conoció también la marihuana, que estaba prohibida desde 1937. Se la ofrecen en uno de los locales de jazz que empieza a frecuentar por la noche en el Harlem. Pierde además la virginidad con una prostituta de Manhattan. Y este chico tan callado empieza a adquirir un gusto por lo prohibido. En los años cuarenta abandona finalmente la universidad y empieza a trabajar en un garaje, mientras escribe historias cortas. Los empleos le duran muy poco, haciéndose cada vez más promiscuo, hasta entrar en la Marina. Al volver a casa tiene su primera experiencia homosexual, haciendo autostop de uniforme, camino de Nueva York.

En la Gran Manzana Jack empieza sin embargo a vivir con una mujer, con la que luego se casará, Edie Parker. Se había quedado embarazada de él, pero abortó, cuando Kerouac volvió a embarcarse. Los dos amaban el jazz y tenían un amigo llamado Lucien Carr, que les presentó a Ginsberg. Ambos se conocen, curiosamente, en el Seminario Teológico Unido, que servía temporalmente de residencia a los estudiantes de Columbia. Ginsberg venía de una familia judía de izquierdas, pero le atraía más la literatura que el derecho laboralista. Todavía no practicaba la homosexualidad, pero se sentía atraído por Jack, con el que compartía muchas inquietudes espirituales.

ÁNGELES DE LA DESOLACIÓN
Ginsberg conoce por medio de alguien llamado Kammerer a William Burroughs, un joven inteligente, fascinado por las armas, las drogas y el lado oscuro de la ciudad. El autor de Yonqui y El almuerzo desnudo había estudiado literatura y antropología en Harvard, psicología en Columbia y medicina en Viena, pero trabajaba en un bar del Village, para tratar con criminales, prostitutas y drogadictos. Burroughs introduce así a Kerouac y Ginsberg a los “ángeles de la desolación”, sobre los que escribe el autor de En el camino.

Kammerer intenta una noche de verano violar a Carr, que le apuñala, atravesándole el corazón. Tira el cuerpo al río y le cuenta a Burroughs lo que ha hecho. Él le aconseja entregarse a la policía, mientras Jack se ofrece de testigo, tras enterrar las gafas de Kammerer en un parque. Cuando aparece el cadáver, Carr es arrestado, siendo acusados Kerouac y Burroughs de ocultar el crimen. Al salir bajo fianza con la ayuda de Edie, Jack se casa con ella. Comparten entonces un piso con Burroughs –que a pesar de ser homosexual, tenía relación entonces con una mujer– y Ginsberg, al que habían expulsado de la universidad por escribir obscenidades.

“Una lenta y maligna decadencia crecía, dentro y alrededor del apartamento”, dice Kerouac. Las drogas y la bisexualidad se unen al crimen, llegando a atracar a gente regularmente para conseguir dinero. Al acabar con la idea cristiana de pecado, los beat se consideran sin embargo esencialmente “santos”, al no dejarse corromper por la civilización y pretender ser salvos por el redescubrimiento de su naturaleza original. La irresponsabilidad de Jack, hace imposible que se pueda comprometer con nadie. Una amiga de infancia dice que tuvo una hija con él entonces, pero él nunca la reconoció.

EN EL CAMINO
En esa época Jack conoce a su compañero de viaje, Neal Cassady, que tras una infancia desgraciada y una primera experiencia homosexual, se dedica a robar coches. Jack y él eran fundamentalmente heterosexuales, aunque probaban de todo, teniendo cada vez más problemas con las drogas. Juntos planean hacer la Ruta66. A los seis meses de salir de Nueva York, se une a ellos una chica llamada LuAnne (Marylou en la novela), que tenía relación con Neal –aunque éste no acaba de romper del todo con una estudiante de Denver, Carolyn, que llegó a ser su mujer–. Junto a ellos está Burroughs, retratado en el libro como Old Bull Lee, y Ginsberg, más inmerso que nunca en la droga y la homosexualidad.

Kerouac tuvo relación con muchas mujeres, a las que siempre fue infiel. Aunque mantuvo el ideal del matrimonio monógamo, que le diera finalmente el hogar que nunca había podido encontrar. Intentó conseguir ese sueño en los años cincuenta con Joan Haverty –mientras Neal estaba fuera de la ciudad y recibió su famosa carta, que consideraba una obra maestra–, pero Joan le abandona finalmente para tener un hijo, que Jack nunca reconoció, porque quería que abortara. Murió en México, al ser disparada en un accidente por Burroughs, cuando intentaba dar a un vaso que tenía sobre la cabeza. Mientras está en San Francisco, Jack se une entonces a la esposa de Neal, Carolyn, que tiene finalmente relación con los dos.

Ya en 1980, John Byrum hizo una película –hoy prácticamente inencontrable– sobre la relación de Kerouac con Cassady y su esposa, Carolyn –con John Heard, Nick Nolte y Sissy Spacek–, ante un fondo que parecía de cuadros de Hopper. El film de Salles es mucho más crítico sobre la relación de Moriarty con las mujeres. La impresión fugaz que da el guión de José Rivera viene sobre todo por el estilo fragmentario del libro, que hace que sea difícil de adaptar cinematográficamente –aunque Coppola adquirió ya los derechos en 1967–. Su nueva puesta en escena se centra más en los devaneos sexuales de Dean, que en las sensaciones y reflexiones de Sal. Es algo fría y rutinaria. Observada desde la distancia, pierde el latido y el vértigo de Kerouac.

BUDA Y CRISTO
Jack se empieza a interesar por el budismo en 1953, por influencia de Ginsberg. Al año siguiente comienza a estudiarlo seriamente en la biblioteca de San José de California. Le interesa el budismo mahayana –no el zen, como Ginsberg, que Kerouac considera una “forma de herejía”–. El budismo le enseña que sus problemas vienen de su fracaso en abandonar sus ilusiones. Sufre por un “deseo ignorante”. Cree que si se siente solo, es porque no acepta que la vida es un sueño. Aprende a meditar e intenta abstenerse del sexo. Neal, mientras tanto, se ha hecho seguidor con Burroughs del espiritismo de Edgar Cayce, que considera el budismo como “basura psíquica”.

En San Francisco el grupo se amplía con otros poetas, como Snyder, que habla mucho con Jack sobre budismo. Al ver su reticencia a abandonar del todo el catolicismo, Snyder le profetiza: “Te veo en tu lecho de muerte besando la cruz”. Estando en casa de los Cassady en Los Gatos, comienza a escribir las Visiones de Gerard. Intenta unir a Buda y Cristo, resumiendo sus enseñanzas esencialmente en que “todo está bien, practica la Bondad, el Cielo está cerca”. Pero en vez de Cielo y revelaciones, Jack se encontró con el aburrimiento y la soledad de un tremendo vacío.

Tras la muerte de su padre, Jack vive en Long Island con su madre, que trabaja en una fábrica de zapatos para mantenerle. Kerouac habita a sus 26 años en un mundo de fantasías, soñando con un rancho en California, pero es en realidad incapaz de abandonar a su madre. El catolicismo de Jack aflora, cuando dice que el propósito de su vida es “amar a Dios”, pero lo que busca son experiencias de “visiones” y “ángeles”. En México Jack pasa el tiempo fumando marihuana, leyendo la Biblia y rezando por una visión que cambie su obra. Mientras escribe En el camino, Jack cuenta que entró un día en la catedral de San Patricio, donde llorando confiesa que Cristo es el Hijo de Dios.


¿CAMINO ABIERTO?
Pocos conceptos hay que Kerouac utilice tanto como “el camino abierto”. En una de sus notas utiliza una cita de D. H. Lawrence en un ensayo sobre Whitman, que podría haber sido escrita por él mismo: “El gran hogar del alma es el camino abierto”. Y aclara: “No el cielo, ni el paraíso, arriba o dentro”. No se consigue “meditando, ayunando, explorando cielo tras cielo interior”, sino siguiendo “el camino abierto”. “No viene por la caridad, el sacrificio, el amor o las buenas obras”, sino por “el viaje mismo, el camino abierto, carretera abajo”.

Ese camino abierto, le lleva a Kerouac a intentar unir a Buda con Cristo, pero finalmente se encuentra perdido. Son “sólo palabras”, dice Jack. “Nada importa, y todos lo sabemos”, dice en sus Ángeles de desolación. La bebida tomó el lugar de la meditación, para intentar “no pensar demasiado”. Creía que el sexo le ayudaba a “olvidar a la muerte”, pero la iluminación que esperaba, no llegó. Aunque en su último libro dice que continuaba viendo la cruz de Cristo. “No puedo escapar su misteriosa penetración en toda esta brutalidad”, escribe.

El año que publicó ese libro, en 1968, Jack oyó de la muerte de Neal en unas vías de tren en México, lleno de alcohol y barbitúricos. Unos meses después se siente mal viendo la televisión, va al baño y empieza a vomitar sangre, muriendo de una hemorragia en el hospital, a causa de una cirrosis, el año siguiente. Su identificación con el sufrimiento de Cristo no le da un sentido de perdón y nueva vida. Como cuando al personaje de Sal le pregunta Rita qué quiere sacar de la vida, se quedan mirando al techo, preguntándose “por qué ha hecho Dios la vida tan triste”. Anhela “el hogar, en el que nunca estaré”, dice recordando una canción.

NUESTRO VERDADERO HOGAR
El tono de decepción aumenta en los últimos capítulos de la novela: “no hay nada que hacer, ningún sitio al que ir, nada en lo que creer”. El sentido de fracaso y decepción va acompañado de la confusión de estos “portentos del caos” –como los llama Ann Charters–, que se ven cada vez más conscientes de su “desnudez e impotencia”. Vagan sin hogar, errantes, sin darse cuenta de que Jesús es “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:8).

En el libro, Kerouac recuerda la carta a Laodicea, que aparece en Apocalipsis 3: “¿No es verdad que comienzas la vida, creyendo en todo, como un dulce niño bajo el techo de tu padre? Luego viene el día de los laodiceanos, cuando conoces que eres vil, miserable, pobre, ciego y desnudo”(vv.15, 17). Como dice mi hija Lluvia, “en la novela hay un sentido de colapso inminente, cuando la miseria descrita, el miedo, la perdida, la soledad y la tristeza, aparecen con viva fuerza”.

Tal y como observa Lluvia, “los personajes son conscientes de su vacío y su necesidad de calmar su sed”. El Paraíso perdido, al que hace referencia el nombre de Sal, “no supone una mera transición de un lugar de partida a un destino, sino la experiencia del viaje en si mismo”. La Biblia compara nuestra vida con un viaje, pero no es el viaje mismo el que da sentido a nuestra vida.

Cristo es el único camino. Fuera de Él no hay esperanza. Si no, vagaremos errantes, sin encontrar reposo para nuestra alma. Es por Él, que encontramos en Dios un Hogar eterno, donde hallaremos finalmente paz. “Venid a mí –dice Jesús–, todos vosotros que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso” (Mateo 11:28).
 

 


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