Christian Olsson era uno de los voluntarios que estaban en el estadio Ullevi en el mundial de atletismo de 1995 y que se quedaron impresionados con la actuación de Jonathan Edwards en la prueba de triple salto (18,29 m, récord del mundo). Pero Christian fue mucho más allá de la simple admiración: él estaba compitiendo en salto de altura, pero a partir de ese momento comenzó a entrenarse para el triple salto. Nueve años después (2003) Christian consiguió derrotar a su ídolo y en 2006 se convirtió en campeón del mundo.
Ser el protagonista. Casi todos buscan un hueco en la historia, no importa el trabajo o la especialidad. A todos nos gustaría ser recordados por lo que hacemos o lo que decimos. Nuestra motivación siempre suele ser hacer algo que merezca la pena. Y, en principio, esa motivación no es mala. Pero de lo que se trata, como hemos repetido varias veces, es de hacer algo que tenga valor para la eternidad. La Palabra de Dios siempre nos recuerda que la mayor parte de las cosas que hacemos aquí son temporales, y que debemos perseguir aquello que permanece, lo que es eterno.
Durante los años que vivimos aquí,
muchas de las decisiones que tomamos tienen que ver con nuestra apariencia. Lo que hacemos y lo que tenemos es lo que nos da valor a los ojos de los demás, lo que nos hace vivir seguros en una sociedad que nos juzga siempre desde afuera.
En la eternidad lo que tiene valor es lo que eres. Lo que hay dentro de ti
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Aquí vivimos bajo el dictado de la publicidad. Si los demás no saben lo que estás haciendo, no existes. Tus obras no tienen valor. Dios dice que en el reino de los cielos no pierde su recompensa ni siquiera un vaso de agua que damos a alguien desconocido. Quizás en este momento estás ayudando a algunas personas y aparentemente nadie lo sabe; en la eternidad, cada cosa que hacemos queda escrita en el libro de la vida. Cualquier cosa que hacemos bajo la motivación del amor a Dios y a los demás no quedará sin premio.
En esta vida todo pasa, todo tiene un tiempo, una fecha de caducidad.
Cualquier cosa que compras o que tienes lleva marcado su final. Nuestro cuerpo también la tiene. Por muy fuertes o jóvenes que nos sintamos, en nuestro ADN está escrito el límite de nuestra vida. Cuando recibes al Señor Jesús dentro de tu corazón, Dios lo transforma todo y coloca su Espíritu dentro de ti para que tu fecha de caducidad quede anulada. Ya no vives conforme a las leyes físicas de la decadencia terrenal, ahora te han regalado un ADN eterno. «El mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2:17).
La clave es la voluntad de Dios. ¿Estás en el lugar que él quiere? ¿Le has pedido su opinión sobre lo que haces? ¿Cuáles son las motivaciones de tus decisiones? Muchas veces decidimos dependiendo de lo que nos pagan, la comodidad, la fama, las opiniones de otros... Cuando vivimos así, jamás somos los protagonistas de nuestra propia vida. El dinero, la presión, la sociedad, la comodidad u otras personas son los que deciden por nosotros. Muchas veces no solo no vivimos en la voluntad de Dios, ¡ni siquiera hacemos lo que nos gusta a nosotros!
Dios tiene un camino preparado para ti: conoce tus sueños y tus deseos. Pon tu vida en sus manos. Él va a hacer que permanezcas para siempre.
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