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La ansiedad

El enfermo de ansiedad suele refugiarse en los tratamientos médicos. En las pastillas que suministra la farmacia. Pero pocas veces acude con sus problemas a Dios.

ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 21 DE SEPTIEMBRE DE 2016 09:18 h

Señor Director:



Si usted lo recuerda, la semana pasada, al escribir sobre la depresión, me entrometí en su terreno, la Medicina. Hoy avanzo unos pasos y me infiltro en otras materias ajenas a la literatura, que es lo mío; me hermano con las opiniones de la psicología, la sociología y algo de la psiquiatría para discurrir sobre la ansiedad. Todo esto, como es natural en un escritor cristiano, con la Biblia abierta ante mis ojos, uno de ellos operado de cataratas.



Un psiquiatra muy conocido en Italia, Giafranco Garavaglia, que ha publicado libros muy buenos, en uno de ellos, titulado “Las enfermedades de nuestro tiempo”, dice que “la ansiedad es un estado de ánimo desagradable, un penoso sentimiento de espera, de miedo por un acontecimiento que no se sabe en qué consiste, pero que está a punto de suceder, y que es peligroso en cuanto que amenaza privarnos de lo que consideramos como un bien necesario para nuestra existencia”.



Usted, director, no es psiquiatra. Pero es un doctor en medicina general de renombre. ¿Está de acuerdo con la anterior definición, aunque nos llegue de Italia, que nos eliminó de la copa de Europa, endiablada sea su estampa? Si lo quiere puedo prestarle el libro. Este y otros. Como le dije la pasada semana, dispongo en mi biblioteca una buen colección de obras sobre estos temas humanos.



Queriendo dar la razón al psiquiatra italiano tengo ante mí un recorte del diario “El Mundo” con el testimonio de dos mujeres que se expresan en idéntico sentido.



Una de ellas, de 28 años, Rocío, explicaba a una amiga: “no te puedes imaginar lo que es sentir una presión tan fuerte en el pecho, que no te deja respirar y que te angustia profundamente. Crees que te va a dar un infarto, que el corazón se te va a parar de repente”.



Otra, Ana Belén, de 29 años, confesaba en el mismo artículo: “Yo era una mujer que estaba realmente obsesionada con que algo malo invadía mi casa y me traía mala suerte. Trataba, en algún momento, de quitarme esa idea de la cabeza porque sabía que en realidad era irracional. Pero no podía y la angustia interior crecía con el tiempo”.



El psiquiatra italiano insiste sobre situaciones extremas en el desarrollo de la ansiedad. Dice: “En la mayor parte de los casos este peligro se vive como una enfermedad mortal del cuerpo (ataque de corazón, cáncer): de este modo la ansiedad se transforma en miedo y, sucesivamente, en convicción de hallarse enfermos de cáncer o de estar a punto de morir improvisadamente de infarto. En los casos extremos, el enfermo llega incluso, para defenderse de la ansiedad que amenaza arrollarlo, a imaginar y a convencerse de que el mundo de los “otros” quiere eliminarlo, y de este modo estructura involuntariamente un delirio persecutorio”.



El universo de la ansiedad es más amplio de lo que nos gustaría. Un estudio publicado en Madrid por la Guía Práctica de Psicofármacos, que usted, director, debe conocer, afirma que 30 de cada 100 españoles que acuden al médico de cabecera presentan trastornos de ansiedad. ¿Lo ha comprobado usted? Otro informe, este de la Organización Mundial de la Salud da al resto de la Europa occidental el mismo porcentaje de personas afectadas por la ansiedad que tiene España.



Sigo con las estadísticas, que mucho me gustan. El departamento de Psiquiatría de la Universidad de California, en un informe sobre las principales enfermedades que sufren los habitantes de los Estados Unidos de Norteamérica, concluía que de cada 100, 32 sufren de ansiedad. Y continuando en este país, el Instituto de Salud Mental de Estados Unidos, en una nota amarga, decía: “tanto la ansiedad generalizada como los trastornos de ansiedad constituyen en la actualidad la enfermedad psiquiátrica más común en este país”.



Pobre gente. La invención del prozac no les ha servido de nada.



¿Tiene cura la ansiedad, señor director de Protestante Digital? Vuelvo a machacarle con citas de obras que tengo a mi alcance. El psiquiatra americano J. F. Weis, en su libro Psychological Factors in Stress and Disease (Factores Psicológicos en el Stress y la Enfermedad) hace esta significativa confesión: “Como científico, me veo obligado a admitir que no tenemos un remedio definitivo contra la ansiedad. Aconsejamos terapias, suministramos medicamentos, establecemos clínicas, pero no logramos erradicar la ansiedad, enfermedad que aumenta con los años. Los tratamientos que aplicamos funcionan en unos casos y en otros no. Los remedios de la ciencia pueden ser tan eficaces como cualquier otro”.



“Otro” remedio para combatir la ansiedad puede ser el espiritual.



Es el que menos se intenta.



El que menos se practica.



En el que menos se cree.



Y puede ser el más eficaz.



El enfermo de ansiedad suele refugiarse en los tratamientos médicos.



En las pastillas que suministra la farmacia. Pero pocas veces acude con sus problemas a Dios.



El ya citado psiquiatra italiano, Garavaglia, dice algo que a mí me parece genial: “el dato concreto de la situación ansiógena puede ser superado por el sentimiento religioso como medio de la relación con la Divinidad”.



La observación de éste científico es importante. La relación con la Divinidad puede contribuir grandemente a vencer los problemas de ansiedad. Así lo enseña la Palabra inspirada. De ella extraigo estos consejos:



Mantener el ánimo.



En Hebreos 12:1-3 hay dos palabras que se utilizan mucho en psiquiatría y que indican formas de vencer la ansiedad.



El peso.



El desmayo.



“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”.



El peso.



Este “peso” no se refiere al pecado. Porque la carga del pecado se menciona después, separada por la conjunción copulativa “y”… “del pecado que nos asedia”.



Es una crisis interior. Uno empieza a sentirse triste, incluso sin saber por qué, y esa tristeza interior va subiendo lentamente como una marea hasta convertirse en una obsesión de angustia que nos aprisiona, originando un peso invisible, pero real en el corazón y en la vida.



Nos aborrecemos a nosotros mismos.



Se apoderan de nosotros sentimientos de culpabilidad.



Tenemos dificultades para la concentración.



Sentimos tendencia a la fatiga.



Perdemos la memoria.



Olvidamos nombres de personas que incluso nos son familiares.



Nuestro carácter está continuamente irritado.



Sentimos el “vacío” de la vida.



Creemos que nada merece la pena.



Mostramos desinterés por todo.



Nos sentimos aburridos de todo.



Este es el “peso” que hemos de dejar.



A esto se refiere el autor de la epístola a los Hebreos en su frase “Despojémonos de todo peso”.



El desmayo.



La segunda frase clave de este pasaje, la que aparece en el versículo 3, habla del desmayo.



Aquí se emplean otras tres palabras que también figuran en el vocabulario de la psiquiatría moderna y que son muy populares en nuestros días:



Ánimo.



Cansancio.



Desmayo.



Ánimo es un sustantivo que se refiere a las propiedades del alma. El alma es el centro de la vida y del pensamiento. En el alma radica la conciencia y la libertad.



Lo que el autor quiere decirnos aquí es que no permitamos que el alma se canse hasta desmayar. Porque al desmayar perdemos el sentido de la realidad y caemos en la ansiedad, verdadera plaga en los tiempos que corren.



Largo me ha salido este artículo, señor director. No lo siento. El tema lo exige. En otros escribiré menos palabras. Páselo bien.



 


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

unapastoraateaseatrincheraensuiglesia
15/03/2019
15:10 h
1
 
Pienso por experiencia que la ansiedad e n el criStiano es debido a haber roto su comunion con DIOS el remedio. Creo que no es dificil es confesar. Uestro pecado y apRtarnos de el (prov28:13) fgg
 



 
 
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