Tuvimos la oportunidad de ver la carrera en directo. Tanto Miriam como yo éramos voluntarios en los Juegos Olímpicos celebrados en Barcelona en 1992, y vimos cómo Derek Redmond, el gran favorito para la medalla de oro de los 400 metros en atletismo, se quedó tendido en el suelo, retorciéndose de dolor a causa de una rotura muscular cuando había recorrido poco más de la mitad del anillo olímpico.
Durante unos segundos no pudo levantarse, pero de repente algo extraordinario sucedió:
un hombre corpulento saltó de entre el público y se puso a su lado para levantarlo y seguir andando junto a él.
Caminó junto a su lado, con su mano sobre el hombro de Derek, para llevarlo hasta la línea de meta.
Es obvio que todos los demás habían llegado a la meta minutos antes, pero a casi nadie le importó, porque todos quedamos conmovidos por ese gesto.
Más tarde supimos que ese hombre era su padre. Le dijo a la prensa que no podía permitir que su hijo no terminase la carrera, así que le ayudó a hacerlo aún con su pierna prácticamente inmovilizada.
Al ver una escena tan impresionante
recordé el texto que aparece más adelante, porque pensé que era uno de los ejemplos más claros de lo que Dios hace con nosotros. Nuestro Padre celestial no puede permitir que no terminemos nuestra carrera.
Él no solo no quiere que abandonemos, sino que no lo permite. Para él no es una opción vernos fracasar.
El desciende para ayudarnos, para tomarnos en sus brazos, para llevarnos a la meta sea lo que sea lo que haya ocurrido.
«Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios» (Hebreos 12:2).
Jesús es no solo el autor de nuestra fe, sino también su consumador.
Pablo escribiendo a los Filipenses dice que el que comenzó en nosotros la buena obra la llevará a cabo hasta el fin.
El Espíritu de Dios no entra y transforma nuestra vida un día para abandonarnos a las primeras de cambio. No. El Señor no solo es el autor de nuestra salvación, también es el consumador.
La Biblia dice que es nuestro abogado en el cielo, así que nos defiende y nos guía. Él intercede por nosotros en los cielos y jamás pierde un juicio. Al mismo tiempo, el Espíritu es nuestro abogado y fortalecedor dentro de nosotros. ¡No podemos fracasar con semejante ayuda!
Dios no es como nosotros, que solo recordamos a los que atraviesan la línea de meta en primer lugar. Él se preocupa por todos. Para él los vencedores son todos y cada uno de los que terminan la carrera; se encarga personalmente de que todos sus hijos la terminen.
Si te sientes sin fuerzas, búscale, llámale, ora, clama a él, porque está muy cerca de ti. Mucho más cerca de lo que crees. Si no puedes seguir, él cargará contigo. Si no tienes fuerzas, pondrá su mano sobre tu hombro y te conducirá con la sonrisa de su Espíritu, porque él es quien nos ayuda en todas nuestras debilidades.
Tu Padre celestial no puede permitir que te quedes roto a mitad de camino. Él conoce tus esfuerzos y también tus lágrimas. Sabe de tus fracasos y de tus desilusiones. Para él es imposible seguir mirando simplemente cuando uno de sus hijos cae. Descansa en él y siéntete feliz de vivir en los brazos de tu Padre.
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