Enrolar a Dios en la guerra de Irak fue una mascarada religiosa. Un abuso contra la divinidad. Un atropello atómico a la Biblia.
El pasado sábado 6 de agosto, a las doce de la noche, la segunda cadena de Televisión Española emitió un documental escalofriante sobre la guerra en Irak, de cuyo inicio se cumplen ahora trece años.
Esto me llevó a escribir de nuevo sobre un tema que he tratado en artículos anteriores. Ahora ofrezco nuevas informaciones.
El 19 de marzo del año 2003 yo me encontraba en Montevideo, Uruguay, impartiendo una serie de conferencias. Cuando al anochecer regreso al hotel y acciono la televisión, la noticia principal era el estallido de la guerra en Irak. El corazón me dio un vuelco. Creo que la sangre me subió hasta la garganta y la tensión me bajó a la planta de los pies.
Al comienzo de los combates que siguieron a la invasión, el entonces presidente George Bush, ex –alcohólico confeso y, según confesión propia, “persona nacida de nuevo”, declaró a los medios de comunicación: “que Dios bendiga a nuestro país y a todos los que están dispuestos a defenderlo con las armas”.
Hipocresía política, políticos hipócritas.
Enrolar a Dios en la guerra de Irak fue una mascarada religiosa. Un abuso contra la divinidad. Un atropello atómico a la Biblia. Un atentado contra Dios. Dios es Dios de paz, no de guerra. Estamos hechos a imagen de Dios, conforme, pero Él no está hecho a imagen nuestra. En el decálogo está escrito que no se ha de tomar el nombre de Dios en vano. ¿No sabía esto el nuevo convertido, convertido además en el presidente del país más poderoso del mundo?
¡Fuera caretas!
Entonces se dijo que la guerra declarada unilateralmente a Irak tenía motivos económicos, entre ellos el control de los abundantes pozos petrolíferos en poder de Sadan Husein.
No fue esta la única mentira.
También se dijo que Sadan tenía un arsenal de bombas que en cualquier momento podían causar una destrucción masiva en países vecinos. La tiranía del miedo, tal como la definió Kafka, motivó que el engaño fuera creído en foros políticos de Estados Unidos y de la llamada Europa civilizada. El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peores de lo que son, o como no son.
Con la invasión de Irak, Bush no pensaba en defender a su país, situado a miles de kilómetros del escenario. Tampoco le importaba si las supuestas bombas de destrucción masiva llegaban a Europa. El presidente hijo de presidente actuó por la presión de Israel, en defensa del pueblo hebreo.
No me invento nada. Documento lo que escribo. Bush tenía como asesores personales a influyentes políticos hebreos y a norteamericanos que trabajaban en el Congreso a favor de Israel.
En un clarificador artículo publicado en el diario “El País” el 10 de mayo del 2003, el periodista político José Vidal Beneyto escribió esto que reproduzco: “los componentes del grupo designado desde hace más de una década como los halcones están muy próximos al sector de la defensa, de los servicios de inteligencia y del complejo militar industrial y petrolero norteamericanos. Detrás de los nombres de Dick Cheney y de Donald Rumsfeld está Paul Wolfowitz, los dos pivotes esenciales de la operación que tienen en común su incondicionalidad con Israel y su amistad personal con Ariel Sharon”, entonces primer ministro hebreo.
Otra cita igualmente importante. No intento cubrirme la espalda con mi dolor, como cantaba la famosa mejicana que ya se fue, Chavela Vargas, porque la espalda no me duele. Trato de establecer la verdad con opiniones que no son mías, las tomo para poner a cubierto críticas de quienes no comparten estos juicios.
Luis María Ansón, miembro de la Real Academia, ex –director del diario “A.B.C.”, de “La Razón”, ahora columnista de “El Mundo”, escribió un día antes que Beneyto, el 9 de mayo de 2003, estas palabras que pueden ser consultadas en la hemeroteca nacional: “la guerra de Irak se ha hecho contra el terrorismo y por el orgullo herido de Estados Unidos tras el 11 Septiembre. Pero se ha hecho, sobre todo, por exigencia de Sharon y el lobby judío norteamericano. Jerusalén no está dispuesto a que en su entorno exista un país árabe con mayor potencia militar que Israel. Un Sadan Husein rearmado y mesiánico hubiera jugado la carta de salvador de Palestina para convertirse en el rais absoluto del mundo árabe. Por eso, el verano pasado (alude al verano de 2002) Sharon le dijo a Bush: “o atacas tú o ataco yo”. Si hubieran atacado los israelitas se habría encendido el mundo árabe con grave riesgo internacional”.
Entonces, ¿qué sentido tuvo aquella guerra? ¿Y qué ha conseguido?
Un artículo de Kirsten Powers en el diario norteamericano USA TODAY (24-9-2014) citaba a Sara Ahmed, directora de la Fundación para la Ayuda y Reconciliación en Oriente Medio. Esta alta funcionaria escribía lo que pido a los lectores que lean, traducido del inglés al español: “estamos literalmente 5.000 veces peor que antes. Hemos ganado nada. Literalmente nada. Es posible que nos gobernara un dictador, pero ahora tenemos terrorismo total. Teníamos a un Sadan. Ahora tenemos cientos”.
Los largos bombardeos de Estados Unidos en Irak destruyeron un país eminentemente bíblico, considerado la cuna de la humanidad.
Allí, en la Babilonia iraquí tuvo el rey Nabucodonosor los famosos sueños interpretados por el joven Daniel (Daniel 2).
La biografía de George Bush hijo asegura que el famoso evangelista Billy Graham lo instruyó durante un tiempo en la historia de la Biblia. ¿Sabía entonces el presidente la clase de país que sus aviones de guerra estaban bombardeando? ¿No le tembló el corazón? ¿No le lloró el alma? ¿Puede dormir tranquilo cuando cae en la cama?
Y todos aquellos crímenes ¿para qué? ¿De qué han servido? ¿Qué han solucionado?
En 2009 el primer ministro británico Gordon Brown ordenó una investigación sobre la responsabilidad de Inglaterra en la guerra de Irak. Resultado de esta investigación fue el informe Chilcot, hecho público el pasado mes de julio. Culpaba a Estados Unidos, a España y al Reino Unido de la invasión de Irak pretextando la existencia de armas de destrucción masiva jamás comprobada. El ex –primer ministro británico David Cameron confesó ante el parlamento que la guerra en Irak había sido un error y pidió disculpas.
En el exterior del centro de convenciones donde John Chilcot presentó su informe el 6 de julio “centenares de manifestantes pedían un juicio a Blair por crímenes de guerra”. El iniciador de la guerra, George Bush hijo, respondió a los argumentos de Chilcot diciendo que “estuvo mal informado por los servicios de inteligencia”. El tercer instigador de los bombardeos contra Bagdad, el ex –presidente español José María Aznar, no ha tenido el valor de pronunciarse sobre el inútil derramamiento de sangre. También para las palabras disculpa o perdón hay que tener sensibilidad de ser humano.
Un estudio publicado en 2013 asegura que los bombardeos contra la indefensa población civil de Irak produjo medio millón de muertos “y varios millones de almas optaron por emprender el éxodo”.
Mustafá Jawad, un informático de 27 años, confiesa desde Bagdad: “los países occidentales no nos trajeron la libertad. Sólo nos dejaron destrucción”. Destrucción de vidas humanas y del patrimonio bíblico más antiguo de todo el Oriente Medio. Negra culpa infernal para Bush, Blair y Aznar.
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