Todos los aficionados al deporte saben quién es Rafael Nadal; en este momento nadie conoce cuáles son sus límites.
Con solo veintisiete años (2013) es ya uno de los mejores de toda la historia. Ganador del Roland Garros en siete ocasiones; campeón de Wimbledon en dos, además del Abierto de Estados Unidos, el Abierto de Australia, la copa Davis... Más de veinte torneos Grand Slam ganados nos muestran que estamos delante de uno de los mejores deportistas mundiales.
Personalmente me encanta verle jugar porque personifica una de las características más definitivas del tenis: tienes que ganar el último punto.
No importa cómo vayas en el marcador, el que gana el último tanteo es el que gana el partido. En otros deportes puedes tener una cierta ventaja en goles o puntos y conservarla, pero el tenis te obliga a ser el mejor al final del partido.
Las cosas no son como comienzan, ni siquiera como van transcurriendo en algunos momentos, sino como terminan.
Así es la vida. ¿Lo has pensado?
Algunos pasan sus días mirando hacia atrás. Se lamentan por lo que han hecho (¡o por lo que no han hecho!) o se alegran por todo lo que han conseguido y les permite vivir como lo están haciendo ahora.
Déjame decirte que todo lo que ha ocurrido no tiene influencia sobre nosotros si ponemos nuestra vida en las manos de Dios.
Si ha sido bueno tenemos que aprender a agradecer. Si ha sido malo, pedimos a Dios sabiduría para comprender en qué hemos fallado para no volver a hacerlo, ¡y lo olvidamos!
Lo importante es el día que comienza. Este es el momento que Dios nos regala, el día que puedes vivir de una manera diferente, no importa si da la impresión de que estás perdiendo o que no tienes fuerzas para seguir,
porque lo trascendental es el próximo paso.
No te desanimes, sigue adelante; piensa que lo importante es llegar al último momento, la última bola, ganar el último punto.
Recuerda que lo que marca la diferencia es ser fiel hasta el final.
Aunque ese momento esté todavía lejos (¡nadie lo sabe!) piensa: ¿qué sucederá cuando termine mi vida? ¿Victoria? ¿Derrota?
El día que la muerte llegue se bajará el telón de la obra de nuestra vida, de todo lo que hemos sido y lo que hemos podido hacer. Ese día se termina todo. ¿Cómo habrá sido nuestra actuación?
Cuando el Fin aparece en la pantalla, todos se van y hablan de lo que han visto: del protagonista, de lo que sucedió, de la trama de la obra, de las reacciones, de lo que hizo bien o mal, de lo importante que fue para ellos...
Hay Uno que no se va, que se queda contigo. El único que puede transformar ese último momento tétrico para muchos en un grito de victoria; «El que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús» (Filipenses 1:6).
Dios no solamente te ayuda a mirar hacia adelante, sino que te da las fuerzas para terminar tu vida ganando. Él lo ha prometido y no va a abandonarte jamás. Cuando llegue el final no solo estará contigo, sino que te llevará al lugar dónde él vive, a la casa que ha preparado para ti, con muchas de las personas que amas y que han llegado antes...
Pero sobre todo, el lugar en el que estaremos con él para siempre.
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