El impacto que una sola persona puede tener en la historia es inmenso.
Durante los meses previos a la celebración de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, fui invitado a visitar la ciudad y tuvimos el privilegio de compartir varios días con buenos amigos allí. En el Olympiacos CFP jugaban por aquel entonces los brasileños Giovanni y Rivaldo y el mexicano de origen uruguayo Nery Castillo. Disfrutamos de días inolvidables no solamente con ellos y con la familia, sino también en la celebración del Congreso de la Coalición Internacional del Deporte. Esta organización agrupa a todas las misiones y grupos que trabajan en todo el mundo para extender el evangelio a través del deporte.
Además de Atenas, visitamos las ruinas de la antigua ciudad de Corinto, y aquel lugar me impactó. Al final de una de las calles me detuve en el pequeño estrado desde el que el apóstol Pablo habló a la gente. Desde ese pequeño montículo de piedra podía verse no solo lo más impresionante de la ciudad, con sus vías labradas en roca, sino también el templo de Apolo, del que hoy se conservan solo algunas columnas de varias decenas de metros de altura. Todos los que visitan esa zona de la ciudad se quedan maravillados por la majestuosidad de esas estructuras e intentan adivinar como debió de ser el templo en su momento. Nadie puede visitar ese lugar y quedar insensible al ver las ruinas de calles y edificios que en otro momento fueron la admiración del mundo.
Imagínate lo que ocurrió hace más o menos dos mil años. ¿Qué pensaría Pablo al ver ese templo? ¿Qué pasaría por su mente al contemplar esas columnas de piedra que parecían tocar el mismo cielo? ¡Cómo no sentirse pequeño y ridículo delante de una de las ciudades más imponentes del mundo, con sus calles, sus edificios inmensos y miles de personas rindiendo adoración a dioses de oro y piedra! Quizá Pablo, mientras hablaba a las pocas personas que le escuchaban en aquel momento, pensó: «¿Cómo puedo luchar yo contra algo física, social, cultural y religiosamente tan importante?».
Hoy solo quedan las ruinas del templo. La ciudad está prácticamente destruida y los dioses han sido saqueados y robados. Hoy las enseñanzas y los escritos de Pablo están vivos en cientos de millones de personas por todo el mundo. El impacto de una sola persona en la historia es mucho mayor de lo que jamás podremos pensar. Pablo sabía lo que era realmente importante y fue capaz de dar su vida por ello. Incluso siendo azotado, herido y vapuleado… «Pablo respondió: Yo soy judío de Tarso de Cilicia… te suplico que me permitas hablar al pueblo» (Hechos 21:39). Su único objetivo era que todos pudiesen conocer el amor de Dios.
Era «peligroso» acompañar a Pablo en sus viajes. Casi tenías que preguntarle: ¿A dónde vamos hoy? ¿En dónde nos van a apedrear? ¿Sabes si podremos volver a casa? El impacto que una sola persona puede tener en la historia es inmenso. La única inscripción que hay en Corinto está al lado del pequeño montículo, y dice: «Desde aquí predicaba el apóstol Pablo».
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