El temor se ha instalado en medio nuestro y lejos de haberlo vencido y ni siquiera alejado, se ha hecho más grande que nunca.
Hubo un tiempo cuando vivir sobresaltados por los temores se consideró propio de pueblos atrasados y sumidos en creencias supersticiosas. Que los antiguos estuvieran atenazados por el miedo a los fenómenos atmosféricos suscitaba una mueca de burla y mucho más que atribuyeran tales fenómenos a fuerzas sobrenaturales que divinizaban. Todo eso era algo superado por la edad de la razón, gracias a la cual la humanidad salía de la gruta de la oscuridad y el temor al valle de la luminosidad, la seguridad y la paz, donde no había cabida para el miedo.
Pero he aquí, que a pesar de todos nuestros avances y logros en tantos campos del conocimiento, el temor se ha instalado en medio nuestro y lejos de haberlo vencido y ni siquiera alejado, se ha hecho más grande que nunca, precisamente en aquellas sociedades que presumían de vivir sin temor. De tal manera que podríamos llamar a nuestra época la época de los temores. Se presentan formidables ante nosotros, con un rostro horrible, como esas pesadillas que nos despiertan sobresaltados, con la diferencia de que aquí estamos ante algo real.
Si hubiera que hacer una lista de los temores sería interminable, porque los hay racionales e irracionales, individuales y colectivos, esporádicos y crónicos, lejanos y cercanos. Pero sean de la clase que sean sus consecuencias siempre son dañinas. Se pueden convertir en una obsesión, con los resultados letales que todo lo obsesivo supone, hasta el punto de dominar nuestras vidas y alterar nuestras creencias y costumbres. Cuando un temor obsesivo se instala en una sociedad, las reacciones que pueden producirse son de amplio calado, pudiendo provocar la caída de gobiernos, el desencadenamiento de conflictos y una atmósfera de crisis que hace que el futuro sea impredecible. La ansiedad puede desembocar en pánico en un momento dado, especialmente cuando se trata de sociedades acostumbradas a la seguridad. Y es que el temor hace sacudir las columnas que sostienen un sistema de vida, amenazando con derrumbarlo y la aprensión puede degenerar en histeria colectiva imposible de controlar.
Cuando se estudia teología sistemática es normal comenzar por el ser de Dios, deteniéndose en sus atributos, entre los cuales estarían los de justicia, verdad, misericordia, soberanía, santidad, inmutabilidad, etc. Sin embargo, hay uno que no se tiene cuenta, a pesar de que la Biblia lo mencionada en retiradas ocasiones. Es el de ser temible. Es decir, el que ha de ser temido. De ahí que así como se puede llamar a Dios el justo, el santo, el verdadero, el misericordioso o el inmutable, se le puede llamar también el temiblei. Ahora bien, si Dios es el temible significa que el temor de Dios es algo que ha de estar presente en nuestras vidas, con lo cual estaríamos ante un temor más en la larga lista de temores que ya tenemos.
Pero hay una diferencia abismal entre ese temor y el resto de los temores, consistente en que lejos de ser un temor destructor es preservador y benigno. De hecho, se puede decir que el abandono del temor de Dios fue la causa de la pérdida del estado original de felicidad en la que el ser humano fue creado. No sólo eso sino que dicho abandono propició la aparición de otro tipo de temor, que inmediatamente afloró en la conciencia del hombre: El temor de la culpaii. Un temor acusador que empuja a esconderse y que no soporta el escrutinio de la luz y la verdad.
Uno de los frutos más valiosos del temor de Dios es la sabiduría, ya que es su principio, esto es, su origen y fundamento, de modo que sin el temor de Dios la sabiduría es imposible. El libro de Proverbios no se cansa de describir los resultados que proporciona la sabiduría, siendo una de esas descripciones la que dice lo siguiente: ‘Largura de días hay en su mano derecha; en su izquierda, riquezas y honra.’iii En los yacimientos arqueológicos realizados en el Medio Oriente se han hallado representaciones de determinadas divinidades, en las que en la mano derecha portan una flor y en la izquierda una serpiente. La flor significaría la fecundidad y la serpiente la muerte. La mano derecha, la favorable, tiene lo benigno, la flor; la izquierda, la desfavorable, tiene lo maligno, la serpiente. Sin embargo, cuando Proverbios describe lo que la sabiduría, ese producto del temor de Dios, tiene en sus manos, da igual que sea la mano derecha o la izquierda la que se considere, ambas son benignas, enseñándonos así que del temor de Dios sólo procede lo bueno.
Creo que muchos de los temores que se están apoderando de nosotros, y que van a ir a más, en estos días malos, tienen como origen el abandono del temor de Dios en nuestras sociedades, que han pretendido insensatamente retener lo próspero y conjurar lo perjudicial, saltándose el principio de que los frutos excelentes de la sabiduría están, sine qua non, unidos al temor de Dios.
i Deuteronomio 10:17; 28:58; Salmo 76:7,11,12
ii Génesis 3:10
iii Proverbios 3:16
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