Durante la última temporada de Scottie Pippen en la NBA su sueldo era superior a los doce millones de dólares al año.
Había sido varias veces campeón y la verdad es que era uno de los mejores jugadores del momento.
A nivel económico, su vida estaba solucionada; por eso me sorprendieron sus declaraciones a la revista Sports Ilustrated: «Cuando comienzo un partido siempre veo en la tribuna a Paul Allen, el dueño del equipo y cofundador de Microsoft, con una fortuna de cuarenta mil millones de dólares. Y yo quiero conseguir como sea mil millones de dólares. Que alguien me diga cómo puedo tenerlos,
porque nada en la vida me gustaría más que tener mil millones de dólares».
¿Cuál es tu objetivo en la vida?
¿Tener mil millones? ¿Ganar un campeonato? ¿Pasarlo lo mejor posible? ¿Dejar una huella en alguien?
Puedes añadir lo que quieras; mejor dicho, debes hacerlo, porque las decisiones más importantes que tomamos tienen que ver con nuestro objetivo en la vida.
¿A qué vamos a dedicar nuestro tiempo, nuestras fuerzas, nuestro corazón? ¿Qué precio vamos a pagar para conseguir lo que queremos?
Pablo escribe acerca de lo que puede haber en el corazón de muchas personas: «Las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales os advierto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios» (Gálatas 5:19-21). ¿Es esa nuestra manera de vivir? Porque si lo es ¡vamos a pagar las consecuencias! ¡No nos vamos a librar, ni en esta vida ni en la otra!
Si lo que buscamos es solo material, conseguiremos más de lo mismo.
Nuestro objetivo en la vida debe ser vivir mostrando el fruto del Espíritu Santo. ¿Recuerdas? «Amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad...»(Gálatas 5:22-23).
Puede que algunos piensen que no merece la pena vivir con esas cualidades. No las desprecies antes de examinarlas, recuerda las consecuencias de vivir con un corazón lejano a Dios: envidias, ansiedad, soledad, amargura, falta de perdón, malos pensamientos, frustración...
Si lo más importante en tu vida es tener mil millones (o cualquier otra característica material), perderás todo lo que tiene que ver con la vida espiritual. Te guste o no. Y jamás encontrarás satisfacción, porque los objetivos materiales nunca te llenan de paz.
Yo no sé lo que terminarás consiguiendo en tu vida.
Existen muchos millonarios en todos los países del mundo, pero su impacto en la sociedad es nulo. La diferencia en nuestra sociedad la hacen las personas que viven mostrando amor, gozo, paz, paciencia...
Siempre ha habido gente con muchísimo dinero, pero al poco de su fallecimiento nadie los recuerda. Nuestro mundo no es mejor como resultado de lo que hicieron. Ni siquiera sus vidas fueron mejores a causa de lo que consiguieron.
El Espíritu de Dios sí puede hacer que tu vida sea diferente. Tengas lo que tengas, y seas quien seas. Y no solo los demás lo agradecerán, tú mismo serás el primero en agradecerlo.
Cuando le damos a Dios el lugar de honor en nuestra vida, la satisfacción es eterna.
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