“¿Qué estás dispuesto a creer?”, dice la publicidad de la película “Luces Rojas” –que aparece ahora en DVD–. No hay duda que algunas personas son especialmente crédulas, pero otras no. ¿Es por eso que algunos pueden creer cosas que a otros les parecen increíbles?
La escéptica doctora Matheson –interpretada por Sigourney Weaver– se dedica a desenmascarar fraudes paranormales con su asistente Tom –el camaleónico Cillian Murphy–, un aficionado al ilusionismo que, como Houdini, descubre los trucos de médiums como Paladino –Leonardo Sbaraglia, que lleva el nombre de una leyenda del espiritismo del siglo pasado–. Nada más comenzar el film, entramos en una casa supuestamente embrujada, para descubrir que es una niña la que provoca los fenómenos, para volver a su antiguo hogar.
Aunque el nombre de la doctora sea un homenaje al autor de
El increíble hombre menguante, El diablo sobre ruedas, o
La leyenda de la casa del infierno, el director gallego Rodrigo Cortés no ha querido hacer una película fantástica, sino “un thriller político de los 70, como si uno asistiera a una trama rigurosa de investigación con una especie de fondo de investigación, no periodística, sino científica”.
Lo que pasa es que “llega un momento –como observa Cortés– en que la película se quiebra dramáticamente en su mitad, recorriendo nuevos senderos, comienza a convertirse en una experiencia mucho más subjetiva, más psicológica, vivida casi en primera persona”. Es ahí donde la crítica encuentra que su obra se malogra. Ya que
aunque el director, productor, guionista y montador de “Luces rojas”, cree que el film “no propone ninguna conclusión”, termina con cualquier ambigüedad en el peor desenlace posible.
El esperado tercer largometraje de Cortés, después de su sorprendente “Concursante” (2007) y aclamado “Buried” (2010), está destinado al ámbito internacional. Se presentó en el festival de Sundance, invocando el magisterio de Hitchcock y el thriller psicológico de Pakula, Pollack, Lumet o Frankenheimer. La primera parte es más directa y naturalista, para desmontar, con la razón, todos los casos de experiencia paranormal que se presentan. La segunda es una contradicción sin sentido.
¿REALIDAD O FICCIÓN?
“Luces rojas” se construye sobre la base de la duda como la única certeza posible. El título sugiere para Cortés, “notas discordantes, cosas que no deberían estar ahí”. ¿Magia, creencia, fraude o ciencia? “Yo me definiría más bien como escéptico –dice su autor–, si escéptico es el que duda y no el que niega. Personalmente dudo de casi todo porque no sé casi nada, estoy interesado en tratar de entender.”
El póster que decora el laboratorio de la doctora Matheson, tiene la imagen de un OVNI. Es el mismo que el investigador del FBI, Fox Mulder, tenía en su despacho, en la serie de televisión Expediente X, peroCortés ha cambiado la frase. En vez de “quiero creer” (I Want To Believe), dice “quiero comprender” (I Want To Understand).
“¿Hay algo más, aparte de lo que vemos y conocemos?”, se pregunta Weaver. “Es una investigación seria sobre cómo se manipula a la gente, a creer ciertas cosas”. Su personaje cree que “tras treinta años investigando todos estos fenómenos, con los controles adecuados, todavía no he visto un solo milagro”.
Sólo hay un psíquico que se resiste a los cazafantasmas académicos, el mentalista ciego que encarna Robert De Niro –un trasunto de Uri Geller, el israelí, que el mago escéptico James Randi puso en evidencia, al revelar sus trucos en televisión, para doblar cucharas, o parar relojes, en los años setenta–.
“He pasado año y medio estudiando ambos lados –dice Cortés–, a los creyentes y a los escépticos, y los dos se comportaban de forma parecida: negaban todo aquello que no encajara con su filosofía, rechazaban todo lo que se saliera de sus esquemas. La gente cree lo que quiere creer.” Aunque el creyente tiene “el consuelo de saber que hay algo más”.
¿FE O RAZÓN?
“La única manera de sacar un conejo de una chistera, es metiéndolo antes”, dice Tom al principio de la película. Es la filosofía de la doctora Matheson: “Cuando oigo el sonido de un galope, no pienso en unicornios, pienso en caballos”. La regla del pensamiento racional denominada “la navaja de Ockham” –por el teólogo franciscano–, es que entre varias hipótesis, la más sencilla tiene que ser la verdadera.
No podemos confundir la fe con la imaginación. No darse cuenta de la diferencia, es no distinguir entre la realidad y la fantasía. Los cristianos creen en algo extraordinario: Dios hecho hombre, ¡andando sobre la tierra! Algo imposible de creer, para muchos. No es que el creyente haga un esfuerzo especial
para creer. Es “un don de Dios” (
Efesios 2:8), un regalo. ¿Es entonces algo irracional?
No llegamos a la fe por medio de la razón, pero no se puede contraponer la fe a la razón. El método científico no sirve para demostrar, o negar la fe. Nos dicen: “No puedes probar la verdad de la fe”, Es cierto, pero tampoco puedes probar el amor de tu madre. No puedes demostrar siquiera que el sol saldrá mañana. Ni que eres la misma persona de hace diez años. ¡No es tampoco muy racional creer que el azar produce causa y efecto!
¿CREER O NO CREER?
Jesús no rechaza al agnóstico que, como Cortés, no niega la verdad, sino que quiere entender. Alguien ha dicho que “hay más fe en la duda honesta que en la mitad de los credos”. Tomás, como el protagonista de “Luces rojas”, quiere saber qué hay después de la muerte (
Juan 14:4): “¿Dónde está esa casa del Padre, a la que tú vas?, ¿la tercera calle, pasado Marte?, ¿cómo piensas ir allí?, ¿en cohete?, ¿de qué cielo es ese que estás hablando?, ¿cómo podemos creer estas cosas?”
“Yo soy el camino, la verdad y la vida –Jesús respondió–. Nadie viene al Padre, sino es por mí” (Jn. 14:6). Jesús no le habla de lugares, sino de personas. No se muestra como el guía para hacer este viaje, sino que habla de si mismo como el camino. Es como si le dijera a Tomás: “Piensa en mí como el cielo”.
“Tu problema es que no me conoces”, le dice Jesús. “Por supuesto, que no has analizado la fórmula molecular de la muerte y la resurrección, pero tampoco necesitas hacerlo:
Yo soy el camino. No te he hecho la derivación matemática de la realidad última, pero no hace falta:
Yo soy la verdad. No te he explicado la naturaleza filosófica de la existencia eterna. No lo necesitas:
Yo soy la vida.”
JESÚS ES LA RESPUESTA
La respuesta al agnosticismo es Cristo. Quien le conoce a Él, conoce al Padre (
Jn. 14:9). El cielo es una relación. No hay otro camino al Padre, sino por medio de Jesús (v. 6). No te puedes excusar en tu ignorancia (v. 7). Tomás sabía más de lo que creía que sabía.
Tenemos muchas preguntas, pero Jesús no te ofrece respuestas a cada una de ellas. Se ofrece a sí mismo. Según Él, la verdad última no está en un sistema de proposiciones a demostrar lógicamente. El Evangelio no es sólo para intelectuales.
La verdad última del universo está en una persona: es Cristo. Sólo se puede aceptar, como se acepta a una persona, por la confianza y el amor. Toda relación personal es un riesgo. Jesús te invita a arriesgarte con Él. No te pide que dejes la cabeza y ya no tengas más preguntas. Te pide que creas en Él. Jesús es la respuesta.
Tal vez tu problema es que no conoces realmente a Jesús. ¡Lee la Biblia, conoce los Evangelios! Así es cómo uno se encuentra con Él. Y mientras lo haces, ¡habla a Dios en su nombre! Él te mostrará quién es. Dios no juega al escondite contigo. Si realmente quieres encontrarle, lo harás. Es cuestión de buscar en el lugar correcto. Jesús dice: “Yo soy el camino”.
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