Estos días en el Village de Nueva York persigo las huellas que dejó Dylan en la nieve, bajo esa pálida luz de una tarde invernal, en una de las fotos más conocidas de los años 60.
Estos días en el Village de Nueva York, recorro las calles y paso tiempo en cafés, buscando los sitios donde estuvo Dylan en los años 60. Rememora esos días en el primer tomo de sus “Crónicas”, pero me han regalado por mi cumpleaños, las memorias de su gran amor de juventud, Suze Rotolo, que falleció el pasado año 2011. La imagen de la pareja en la portada del disco “The Freewheelin´”, me fascinó desde la adolescencia, cuando leí “Una biografía íntima” que le hizo Anthony Scaduto. Ahora persigo las huellas que dejó la nieve, bajo esa pálida luz de una tarde invernal, en una de las fotos más conocidas de los años 60.
Dylan conoció a esta hija de comunistas italianos en una iglesia bautista –Riverside Church– en el verano de 1961, cuando ella tenía sólo 17 años. Esta iglesia del Upper West Side era conocida por su militancia por los derechos civiles y el movimiento pacifista. Allí no sólo predicaba Martin Luther King, sino que se hacían conciertos de folk al estilo “hootenanny” –una curiosa expresión del norte de Estados Unidos, que popularizó Woody Guthrie, para designar sesiones abiertas de música en la que cualquiera podía subir al escenario y tocar–.
Bobby empezó a actuar a principios de ese año en los cafés del Village, a los pocos días de llegar a la Gran Manzana, un invierno especialmente crudo. Había nacido en una familia judía, que vivía en una pequeña ciudad del Medio Oeste –Duluth, al norte de Minnesota– en 1941. El nombre de sus padres era Zimmerman. Eran inmigrantes del este de Europa. El cambió su apellido, legalmente, en Nueva York en 1962, por el del poeta galés Dylan Thomas –muerto en un bar del Village en 1953, a consecuencia de una intoxicación alcohólica, cuando tenía sólo 39 años–.
Por qué renuncia al apellido de su familia, es uno de esos misterios que rodea siempre a este músico. Aunque no había tenido una infancia especialmente traumática, Dylan decía a todos que era huérfano, hasta que un periodista de la revista Newsweek descubrió a sus padres en un concierto que dio en el Carnegie Hall en 1963. A partir de entonces, el cantante ha mantenido siempre la boca cerrada sobre cualquier detalle de su vida personal, que hasta el día de hoy es casi desconocida.
LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS
Para alguien que venía de una universidad de provincias, como él –había estudiado música en Minnesota–, su sueño era llegar a ser alguien en la gran ciudad. El Village de Nueva York había atraído durante generaciones a músicos, artistas y escritores, que vivían en las angostas calles en torno a la plaza de Washington, por sus alquileres baratos. El jazz se renovó allí en los años cuarenta. Los poetas de la generación “beat” llegaron al barrio en los cincuenta. Y a principios de los sesenta renacía el folk en sus cafés, mientras aumentaban las protestas políticas.
Rotolo era una adolescente menuda de pelo castaño, que pronunciaba su nombre como Suzi-ii, pero Bob la llamaba Sue. Su padre era un obrero de una fábrica de origen italiano, que murió cuando ella tenía 14 años. Junto con su esposa, había militado en el Partido Comunista durante los difíciles años de McCarthy. La madre vivía con sus dos hijas en la misma casa donde una mujer albergaba a cantantes vagabundos de folk, como Bob, que pasaba a veces la noche durmiendo en un colchón inflable en su salón de estar.
A Suze le gustaba la poesía de Rimbaud y el teatro de Brecht, pero era sobre todo militante de un grupo antinuclear y hacía piquetes en las tiendas que mantenían la segregación racial. Bob estaba tan loco por ella, que no tardó en hablar de matrimonio, algo que ella rechazó, como su anterior novia en la universidad. Sue pensaba que era demasiado joven para eso. Vivían juntos, pero ella se marchó a estudiar a Italia en 1962, donde conoció a su futuro marido, el montador de cine Enzo Bartoccioli. Pensaba que su relación con Bob se había vuelto demasiado seria.
LA TRISTEZA DEL DESAMOR
Cuando Dylan se queda solo en Nueva York, se siente rechazado. Su mentor y protector, Dave Van Ronk –que inspiró el personaje de la película de los Coen, “Inside Llewyn Davis”– recuerda sus llamadas de madrugada, llorando por el amor perdido. Se dedica entonces a escribir como un poseso. Sus letras no habían sido hasta ahora especialmente sofisticadas. Era básicamente un imitador de Woody Guthrie, que repetía sus temas de vagabundo y canciones protesta, con una cierta capacidad irónica que resultaba cómica. A partir de este momento, sin embargo, sus textos se vuelven mucho más complejos.
Temas como “Don´t Think Twice, It´s All Right” (No lo pienses dos veces, está bien), no es sólo una gran canción de anhelo y resentimiento por el amor perdido, sino una brillante expresión de las emociones contradictorias de un amante frustrado. Canciones como “Tomorrow Is a Long Time” (Mañana es mucho tiempo) revela un estado enfermizo por la ausencia de Sue, que evoca en “Boots of Spanish Leather” (Botas de piel española) y su balada de despedida (Ballad in Plain D) –según él, la única confesión que ha escrito con música en su vida–.
Aunque no pudo mantener el contacto con ella, su hermana Carla dice que le llamó un día a mediados de los ochenta, porque se sentía todavía “terriblemente mal por las cosas que había hecho”. Aparte de sus continuas infidelidades con Joan Baez, ella cometió un aborto, cuando estaba embarazada de un hijo suyo, e incluso se intentó quitar la vida, abriendo la llave del gas en el apartamento de Bob, cuando apareció en el festival de Newport con la famosa cantante de origen mexicano. Incluso le pidió la mano de su hija Mavis al patriarca de la familia de cantantes góspel The Staple Singers, que también rechazó su proposición.
LA INFLUENCIA DE LA BIBLIA
Baez no tarda en descubrir que Dylan, aunque ha escrito canciones que se convirtieron en himnos de la lucha por los derechos civiles y el movimiento pacifista, no era tan militante como ella. Juntos cantaron en la Marcha sobre Washington en 1963, al lado de King, pero él nunca quiso hacer canción protesta. Su verdadero interés, de hecho, estaba en la tradición del folk –sobre todo el blues–, los poetas simbolistas franceses –más incluso que los “beat”, que tanto le admiraban, como Ginsberg–, pero sobre todo la Biblia.
Bert Cartwright, en su interesante libro sobre “La Biblia en las letras de Bob Dylan”, estudia todas las alusiones bíblicas en canciones como “Long Time Gone”, donde dice: “no soy profeta, ni hijo de profeta”, citando Amós 7:14, o en “Let Me Die in My Footsteps”, que habla de “los rumores de guerra” anunciados por Jesús en el Evangelio según Mateo 24:6. Hay infinidad de referencias, tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento.
Es cierto que Bob nació en un hogar judío. Hizo la “bar mitzvah” con un rabino ortodoxo en 1954. Aunque la comunidad judía en Hibbing –donde vivían los Zimmerman, desde que se trasladaron de Duluth– era demasiado liberal, para este rabino. Así que le mandaron de vuelta a Nueva York.
Dylan ha escuchado siempre música góspel. El mismo la hizo tras profesar haber sido convertido al cristianismo evangélico a finales de los 70, en la Comunidad de la Viña. Se relacionó entonces con varias mujeres afroamericanas, que se dedicaban también al góspel. Aunque en los años sesenta no decía tener una fe personal.
UN JUDÍO FASCINADO POR JESÚS
Paul Williams se pregunta en su monumental biografía en dos tomos: “¿por qué canta tanto sobre Jesús este joven beatnik judío?”. La primera cinta que se conoce de Dylan, antes de llegar a Nueva York, tiene ya una canción llamada “Jesucristo”. La compuso Woody Guthrie. Nos presenta un retrato de Jesús, inteligente y cuidado, como un proscrito radical. Concluye: “Si Jesús predicara hoy lo que predicaba en Galilea, volverían a poner a Jesucristo en la tumba”.
En las cintas de Whitmark –que se publicaron hace poco–, hay temas como “Long Ago, Far Away” sobre injusticias, que irónicamente dice que ocurrieron “hace mucho, mucho tiempo / cosas así, ya no ocurren hoy”. Habla de cómo “predicar la paz y la fraternidad / Oh, ¡puede costar caro! / Un hombre lo hizo hace mucho tiempo / Y le colgaron en una cruz”. Ya no es el Jesús espiritual de las canciones del primer álbum, sino el predicador de la verdad perseguido.
Cuando su música se electrifica en “Highway 61 Revisited” (1965), recibiendo el rechazo de la comunidad folk, sigue teniendo tantas referencias espirituales, que el periodista Michael Corcoran califica las letras de ese disco como “una traducción de la Biblia en términos de la calle”. El dice en una entrevista, ese año, no conocer mucho las Escrituras, pero su madre cuenta en el libro de Toby Thompson que se pasó los dieciocho meses que se estuvo recuperando de un accidente de moto –que tuvo el año 66–, leyendo la Biblia.
BUSCADOR ESPIRITUAL INCANSABLE
El grupo que popularizó su canción “Blowin´ in the Wind” fueron Peter, Paul & Mary. Tenían el mismo manager. Hay una foto de Dylan besando en la boca a Mary, pero parece que no eran más que amigos, sobre todo Paul. Él le dio la idea para escribir la divertida “Talking Bear Mountain Picnic Massacre Blues”. Fue un día a visitarlo, cuando se estaba recuperando del accidente. Antes de marcharse de su casa en Woodstock (Nueva York), recibió un consejo sorprendente: “¡Lee la Biblia!”.
Noel Paul Stookey le hizo caso y un año después se hizo cristiano evangélico, al encontrarse con un Jesús que cambió su vida. Ese año hace Dylan una canción, que nunca se publicó: “Sign on the Cross”. Se refiere a la “Señal sobre la cruz” que puso Pilato, según el Evangelio de Juan 19:19: “Jesús de Nazaret, rey de los judíos”. El disco que hace entonces –John Wesley Harding– tiene más de sesenta referencias bíblicas.
Su padre muere al año siguiente. Decide entonces visitar Israel los dos veranos siguientes. Comienza la década, celebrando su 30 cumpleaños en Jerusalén. Visita una escuela cabalística y es fotografiado junto al Muro de las Lamentaciones. Antes de confesar a finales de los 70 que Jesús es el Hijo del único Dios verdadero, Bob busca un sentido espiritual para su vida, en la adivinación y la astrología, pero se le ve incluso con una cruz al cuello, durante la gira que hace antes de profesar la fe evangélica.
¿QUÉ HA SIDO DE SU FE?
Desde que escribí mi monografía sobre Dylan en 1985, muchos me han preguntado qué es de su fe ahora. La verdad es que no tengo respuesta. Según su reciente biógrafo, Howard Sounes: “Bob halló la forma de incorporar la religiosidad en sus nuevas canciones sin sermonear”. Dice que habla “sobre la fe, como durante la etapa de su conversión cristiana”. Ya que para este periodista, “Bob todavía tiene creencias abiertamente cristianas, pero ahora es capaz de expresar esas ideas sin mojigatería”.
Dylan continúa de hecho interpretando sus llamadas canciones cristianas. Al comenzar el nuevo siglo incluye en su repertorio un tema que no había cantado desde principio de los años 80, Solid Rock, que acompaña incluso del himno protestante al que hace referencia, “Roca de la eternidad.” El periodista David Dewes se preguntaba si creía todavía en ello. Su respuesta es obvia: “Ciertamente, podemos asumir que Bob Dylan tiene suficiente dinero para no tener que cantar cosas en las que no cree”.
El 2009 hizo una recopilación de canciones de Navidad –Christmas in the Heart–. En la entrevista que le hizo Bill Flanagan, el periodista observa que su manera de cantar “Oh, pueblecito de Belén”, es “como si fuera de un verdadero creyente”. La comentada respuesta de Dylan fue: “Bueno, es que soy un verdadero creyente”.
JESÚS LUCHA CONTRA NUESTRA INCREDULIDAD
Al pensar estos días en la pérdida de Suze, uno se pregunta por el sentido de las cosas en una vida en la que creemos que manda “el comandante en jefe en esta tierra y en el mundo que no podemos ver” –según dice en una entrevista el año 2004–. Porque ¡cuántas cosas nos confunden ahora! Hay muchos obstáculos que estorban nuestra fe…
Pensemos sino en la forma cómo nuestros padres nos trataron; la extraña forma de religión que muchos han recibido; el poder paralizador de la pobreza o la riqueza; la anestesia de la trivialidad de este mundo; el desierto de relaciones vacías; la dificultad de relacionarnos con nuestros hijos; el dolor de nuestro cuerpo; la memoria del desamor; y nuestra frágil esperanza…
El Evangelio parece a veces demasiado bueno para ser cierto. Sin embargo, Jesús no nos deja en la incredulidad. La Palabra que lee Dylan constantemente, es su arma de lucha, por la que se dirige a todos los que nos cuesta creer. Y nos dice: “No tengáis miedo, mi rebaño pequeño, porque es la buena voluntad del Padre, daros el reino” (Lucas 12:32).
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