Desafiando al gigante

Estoy asustada. Confío en que ese filisteo incircunciso se olvide de mi desafío.

Deseo que pase pronto este día, que por fin llegue la noche y el gigante que me atemoriza se vaya a dormir.

Aparecen y desaparecen. Son palpables o imaginarios, pero, están ahí. Siempre dispuestos a hacernos daño, a zaherirnos con sus afiladas garras y volvernos insignificantes.

Con astucia merman nuestra autoestima, doblegando las ilusiones. Juegan con nosotros como si fuésemos pequeños títeres que manejan a su antojo.

Los gigantes que nos acosan derrochan ironía, nos hablan con una superioridad atronadora, para engañarnos astutamente.

Ellos son símbolo de frustraciones pasadas. Portan las credenciales de una vida a merced de las tempestuosas olas, de tontos complejos infantiles que se han hecho un hueco agazapándose en nuestro interior.

Para vencerlos debemos estar dispuestos a descender al valle y desafiarlos. Tomar lisas piedras del río y confiar en aquel que nos ha prometido que nunca nos abandonará.

Debemos caminar seguros, poner una piedra en la honda y lanzarla con fuerza.

Cuando veamos al coloso derrotado, percibiremos como la fría soga de engaño que abraza nuestro cuello se va deslizando suavemente dejándonos respirar.

Démosle su merecido a Goliat, a ese corpulento adversario que está restringiendo la libertad. Mostrémosle nuestra identidad y dejemos que el viento recio se lleve los miedos.

Mirémosle a la cara. Él huirá despavorido al sonido de la voz de aquel que mora en nuestro interior.