Todos aquellos que le hemos conocido personalmente y hemos servido al Señor a su lado, podemos decir con toda certeza que José M. Martínez fue un hombre de Dios.
José M. Martínez ha sido una figura destacada del protestantismo español y ha ocupado un lugar prominente en los acontecimientos más relevantes de nuestra reciente historia. Reconocido en toda la España evangélica por su amplia y polifacética labor, su ministerio es imprescindible para comprender parte importante de la historia del movimiento evangélico en nuestro país durante la segunda mitad del siglo XX1.
A la hora de recordarle, siempre viene a mi mente cuando en una ocasión, al finalizar una exposición titulada “Al servicio del ministerio profético”2, en la que consideraba la persona y la obra del ministro en sus rasgos esenciales y lo hacía bajo el paradigma del profeta, pues, en cierto sentido, todo ministro del Evangelio habría de ser un profeta, nos confesó a modo de reflexión personal: “Todos los títulos mencionados son hermosos y deseables: siervo, mensajero, vidente, intercesor y varón de Dios, pero si yo hubiera de escoger para mí uno entre los cinco, me quedaría con este último. Me gustaría hacerme acreedor a lo de teólogo sano, fiel predicador o buen maestro, pero sobre todo me placería ser recordado como “hombre de Dios”. Anteriormente en su exposición había dicho que “varón de Dios, significa que el profeta ha de ser piadoso, persona de fe sólida y de carácter santificado, que vive en comunión con Dios y anda en sus caminos”.
Y Samuel L. Brengle, uno de los líderes más grandes que ha tenido el Ejército de Salvación dijo que “el liderazgo espiritual no se consigue por promoción, sino por medio de muchas oraciones y lágrimas. Se logra por medio de la confesión de pecado, y el mucho escrutarse el corazón y humillarse ante Dios; por medio de una entrega completa de uno mismo, y un decidido sacrificio de cada ídolo; el abrazar la cruz de forma clara, audaz, completa, inflexible y sin lamentarse; y por una eterna y decidida mirada hacia Jesús crucificado. Esto no se gana por la búsqueda de grandes cosas para nosotros mismos, sino más bien, como Pablo, por considerar esas cosas que son ganancia para nosotros como pérdida por Cristo. Es un gran precio, pero de forma firme y resuelta tiene que ser pagado por quien desea ser un líder no meramente nominal, sino un auténtico líder espiritual de hombres cuyo poder es reconocido y sentido en el cielo, en la tierra y en el infierno”3.
Sin pretender halagar a nadie, simplemente siguiendo la advertencia de Jesús, “por sus frutos los conoceréis”, creo que tras examinar su vida, todos aquellos que le hemos conocido personalmente y hemos servido al Señor a su lado, podemos decir con toda certeza que José M. Martínez fue un hombre de Dios y un auténtico líder espiritual, llamado por el Señor, preparado espiritualmente, sujeto a la Palabra de Dios, hombre de oración y alguien que se negó a sí mismo para seguir a Cristo. Todo lo dicho no quiere decir que fuese perfecto, ni mucho menos, o que no cometiera errores, seguro que sí, pero después de toda una vida consagrada al servicio del Señor, los errores, los desaciertos no desfiguran en modo alguno el retrato final de su vida y ministerio.
Si la espiritualidad es vivir plenamente el auténtico cristianismo, la incorporación eficaz de la fe a las áreas del pensamiento, de los sentimientos y de la conducta, todo a la luz de la Palabra de Dios y bajo la acción de su Espíritu, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos que José M. Martínez ha ejercido entre nosotros un verdadero liderazgo espiritual, que debemos reconocer, agradecer e imitar.
Reconocer porque debemos honrar a los que nos sirvieron (1ª Ts. 5:12-13); agradecer al Señor la bendición que ha supuesto para la obra evangélica en nuestro país su amplio, diverso y creativo ministerio al que se entregó plenamente, con toda su alma y todas sus fuerzas y en el que se desgastó por amor a su Señor y a su pueblo, y finalmente imitarlo (He. 13:7), tener su profunda piedad personal y su ministerio como referencia, como modelo de servicio, caracterizado por su integridad, su rectitud, combinando la prudencia y el amor con la firmeza, su sensibilidad hacia las necesidades de las personas; siempre activo, hasta el final, en el perfeccionamiento de su formación propia mediante la lectura, el estudio y la observación de las reacciones humanas; viendo el servicio a la iglesia como servicio a Cristo, reconociendo seriamente el señorío de Cristo, en definitiva un ministerio que se caracterizó siempre por una actitud de constante sumisión a la Palabra de Dios.
Como dice Donald A. Carson «Dios, que es misericordioso, nunca permite la ausencia de testigos. En cada generación levanta maestros dotados y predicadores de la Palabra de Dios que elevan el nivel y señalan el camino a seguir (…) éstos no solo nutren al pueblo de Dios, sino que también proporcionan un nivel y un modelo que nos anima a los demás a ir más allá en cuanto a mejorar nuestro propio servicio al Señor”.
Eso es lo que ha sido el sr. Martínez para mí, y para toda una generación de creyentes evangélicos.
Pedro Pérez es ex presidente de la Alianza Evangélica Española.
Notas
1 En ese camino no anduvo solo, siempre hubo quienes le acompañaron y en otras ocasiones él acompañó a otros.
2 José M. Martínez, “Al servicio del ministerio profético”, Revista Síntesis nº 11- 2/1999, CEEB, Barcelona, pp. 3-4.
3 Citado por J. Oswald Sanders en Liderazgo Espiritual, Publicaciones Portavoz Evangélico, Barcelona, 1980, pp. 20-21.
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